Del fuego a las brasas

En los periodos convulsos, uno tiende a retener la información que más veces se ha repetido. Todos sabemos que la pandemia Covid-19 ha tenido consecuencias económicas nefastas para las empresas que dejaron de ingresar, pero siguieron asumiendo gastos y acumulando deuda. Los Gobiernos, intentaron mitigar la sangría con ayudas a fondo perdido y otras de carácter financiero. Hemos visto Ertes, préstamos ICO, subvenciones, fondos europeos, etc. Así lograron sobrevivir muchas empresas y, exhaustas, llegaron a la parrilla de salida de 2021 para iniciar la carrera de la recuperación.

Ahora parece, que pasó mucho tiempo ya desde las pasadas navidades cuando muchas empresas tuvieron que cancelar sus cenas de navidad por el riesgo de rebrote del virus. El mismo ejercicio 2021 ya había sido sorprendentemente bueno. Se vislumbraba una recuperación mejor de la esperada. Las empresas españolas arrojaban unos resultados positivos, los prestamos ICO -todavía en periodo de carencia- parecía que se podrían atender sin graves consecuencias y los tipos de interés seguían muy bajos.

Durante el encierro que vivimos en los hogares, habíamos dejado de consumir servicios para pasar a comprar cosas, muchas cosas. El sistema global de transporte estaba al límite y pocos identificaban su fragilidad. Un buque mercante colapsó el Canal de Suez y detonó una espiral alcista de costes de transporte que empezó a repercutir en los precios. Nuestro mundo globalizado temblaba. Tantos años de hablar de renovables y nos damos cuenta de que nuestra dependencia del petróleo y del gas, no solo no se ha reducido, sino que la demanda es más alta que nunca en cuanto estalló la guerra en Ucrania.

En el segundo trimestre de 2022 la crisis de transporte, multiplicada por la crisis energética, se traduce en un incremento de los precios de absolutamente todo. La inflación se dispara, y para contenerla los tipos de interés suben. En doce meses todo el contexto macroeconómico favorable de finales de 2021 da un giro radical. A partir del inicio del cuarto trimestre de 2022 los precios de los contenedores en el transporte internacional bajan verticalmente, la inflación se estabiliza y, parece que vamos a levantar cabeza. Pero el consumo está bajando. La economía de las familias, especialmente en Europa, se resiente por la inflación acumulada. La alegría de salir del confinamiento pasa, y la incertidumbre cala en la sociedad y baja la temida confianza de los consumidores.

¿Y cómo están nuestras empresas hoy? Si observamos las cuentas de explotación, veremos que las ventas en 2022 aparentemente no han caído. Incluso en algunas empresas el margen y el resultado han aguantado sólidamente este periodo de zozobra. ¿Significa esto que nuestras empresas son sólidas? ¿Por qué oímos pues, que se espera ver empresas en situación de insolvencia en los próximos meses en nuestro país? La respuesta, lamentablemente, dista de lo que nos gustaría leer o escuchar. Es cierto que nuestras empresas ofrecen buenas cifras de facturación, pero en 2022 han vendido muchas menos unidades que en 2021, eso sí, bastante más caras. Han planificado sus compras sobre la base de unas expectativas alcistas basadas en 2021 en el que se vendieron más unidades a menor precio, en consecuencia, han comprado más productos de los que han vendido. Los almacenes están llenos de unos productos comprados muy caros.

Ahora, las empresas se enfrentan a una reducción inminente del consumo. Va a ser difícil vaciar los almacenes llenos de producto caro. Es evidente que los costes de transporte y de materias primas se han reducido, lo que genera una expectativa general de que mañana los precios serán más bajos que hoy. Nuestras empresas van a tener que vender un producto comprado caro ayer, a clientes que lo quieren barato hoy, y todavía más barato mañana. En consecuencia, las cuentas de explotación de las empresas se van a ver gravemente afectadas y, si no, al tiempo.

A esto hay que añadir que las empresas se endeudaron durante la pandemia, en gran parte mediante crédito ICO, en una época en la que el euríbor era cercano a cero, y los diferenciales de los ICO en muchos casos superaban los 2,5 puntos básicos. Ahora, la inflación está empujando los tipos de interés al alza, y a nadie extraña pensar en un euríbor 12 meses de tres puntos. El coste financiero de los préstamos puede llegar a doblarse. Todo contra la tesorería y la cuenta de resultados.

Podemos concluir que el tejido empresarial español necesitará acometer un proceso de ajuste en un momento de consumo reducido, almacenes llenos de producto gravoso y costes financieros disparados. Hablaremos mucho en los próximos meses de reducción de costes, bajada de precios, liquidación de stocks, y, por supuesto también, reestructuración de deuda. Esta situación coincide con el fin de la moratoria concursal y la entrada en vigor de la nueva ley concursal de hace unas semanas, que incluye importantes modificaciones con nuevas herramientas para la reestructuración de empresas.

Sin entrar en los detalles y críticas que, otros letrados más sabios que yo prolíficamente han puesto de manifiesto, la nueva normativa pretende desjudicializar en lo posible el procedimiento concursal, flexibilizar la reestructuración de las empresas, permitir una participación más proactiva del acreedor, y anticipar la reestructuración para evitar una insolvencia, ya no actual ni inminente, sino también a la probable y futura.

El empresario tiene herramientas a su alcance, nuevas, que no vienen con un manual de instrucciones claro, pero que pueden ayudarle a superar este periodo de dificultad. Puede anticiparse, no es la misma crisis que en 2007, esta vez contamos con un tejido profesional capaz de encontrar soluciones que eviten la destrucción de nuestro tejido empresarial.