Evolución del ‘private equity’ en el entorno de la pandemia y post-pandemia

Los efectos de la pandemia del coronavirus en los mercados financieros han sido, sin lugar a dudas, muy relevantes y el sector de la inversión alternativa no es una excepción. El fuerte impacto sobre la actividad económica ha repercutido negativamente en muchos casos en el valor de los activos y ha dificultado la posibilidad de realizar nuevas inversiones. Sin embargo, como ocurre en todas las grandes crisis financieras, no todos los activos se han comportado de igual manera en estos meses.

Por lo que se refiere en concreto a los fondos de private equity, su carácter poco líquido y su vocación de inversión a largo plazo, les sitúa en una posición claramente ventajosa, no sólo para aprovechar las buenas oportunidades que suelen surgir en estas situaciones para quien sabe identificarlas, sino también para optimizar y maximizar el retorno de sus posiciones durante la ulterior recuperación económica. El sector de private equity ha demostrado en el pasado ser capaz de superar crisis muy severas, y creemos que esta vez no será diferente. Si algo bueno puede extraerse de la crisis del 2008 es que facilitó el desarrollo de las capacidades, conocimientos y experiencia que necesita un buen gestor para hacer frente a situaciones extraordinarias como aquella y la actual. Cuando la economía apenas alcanzaba la tan ansiada recuperación, la pandemia ha obligado, una vez más, a encarar importantes desafíos. De entre ellos es quizá el principal la preservación del valor de las carteras, amortiguando en la medida de lo posible el impacto del Covid sobre ellas. A todas luces, una ardua tarea que exige un esfuerzo y coordinación extraordinarios.

De este modo, una vez declarada la pandemia a nivel mundial, y en vigor los confinamientos y la paralización de toda actividad no esencial, la inmediata consecuencia fue la ralentización de la actividad ordinaria de inversión y desinversión, para centrar todos los esfuerzos en tratar de mitigar los severos problemas de liquidez y de negocio que comenzaron a sufrir las empresas en cartera. Aunque esta tarea continúa todavía hoy, en los últimos meses hemos comenzado a percibir ciertas señales de recuperación, lo que, unido a la cantidad sin precedentes de reservas de liquidez que habían acumulado los fondos, induce a pensar que se avecina un escenario repleto de transacciones relevantes.

Y así, en efecto, hemos observado que los gestores más hábiles iniciaron pronto la búsqueda de oportunidades de inversión en aquellos sectores relativamente inmunes a la pandemia o, mejor aún, en los que experimentaban crecimientos notables precisamente derivados de ella, tales como el sanitario, infraestructuras, stay-at-home o el tecnológico, no solo incorporando nuevas compañías a sus carteras, sino complementando también las existentes. Todo ello sin perder de vista el atractivo que, en este nuevo escenario, presentan las empresas en dificultades (distressed assets).

Un efecto que parece probable que deje esta crisis es que los gestores comiencen a desarrollar estrategias de inversión dirigidas a sectores económicos específicos, lo que requerirá un alto nivel de especialización de los equipos. Otro efecto relevante a tener en cuenta, derivado del citado alto volumen de liquidez disponible, será el incremento del número de fondos que verán extendidos sus períodos de inversión, imprescindible para maximizar la inversión de los compromisos pendientes de desembolso. Esta extensión trae frecuentemente aparejada la revisión de ciertos términos y condiciones contenidos en la documentación de los fondos, como puede ser el caso de las comisiones de gestión: frecuentemente estas extensiones llevan aparejada una reducción de la comisión de gestión, cuyo cálculo pasa a realizarse sobre importes totales invertidos y no sobre compromisos totales (post investment period step-down). Otros términos afectados pueden ser también los referidos a la exclusividad y dedicación de los equipos o a la posibilidad de promoción de nuevos fondos sucesores, cuestiones estrechamente vinculadas a la duración de los períodos de inversión.

En el otro lado del espectro, las desinversiones de los fondos se han visto drásticamente reducidas (la estimación se sitúa en torno a una disminución del 70% a nivel mundial), en un intento de mitigar el impacto que la depreciación de las carteras pudiera haber tenido en las tasas de retorno. Igual que en el caso de las inversiones, hay motivos para creer que, en cuanto las condiciones de mercado mejoren, las salidas comenzarán su proceso de recuperación. En el caso de los fondos que se encuentren próximos al fin de su periodo máximo de duración, la cuestión clave será calibrar la oportunidad de extender dicho periodo, con el objetivo de permitir estabilizar las valoraciones, sin afectar negativamente al retorno final inicialmente previsto.

Alternativamente, una operación de secundario promovida por el gestor puede proveer una solución de liquidez hacia el final de la duración del fondo, con la posibilidad de permitir a los inversores liquidar su posición o hacer un roll-over y continuar en el nuevo fondo. Si bien es cierto que algunas operaciones de secundario se han abortado como consecuencia de la crisis del Covid-19 debido al duro impacto que ésta ha tenido sobre el valor de los activos, la reactivación ha comenzado con numerosas operaciones ya en marcha o en proceso de análisis y negociación. A nuestro juicio, las operaciones de secundario están llamadas a convertirse en una de las opciones más atractivas y eficaces cuando se trata de obtener recursos adicionales durante un periodo de crisis. Respecto a los fondos que se encuentran en distintas etapas de proceso de fundraising, se constata, aunque en volúmenes inferiores, siguen produciéndose cierres. No obstante, para lograr alcanzar los volúmenes inicialmente previstos, muchos gestores han decidido extender los plazos de comercialización y posponer las fechas de cierre final de sus fondos permitiendo así que aquellos inversores cuyos procesos de decisión se vieron ralentizados como consecuencia del clima de incertidumbre generado, tengan aún la oportunidad de invertir.

En este orden de cosas y por lo que se refiere a la actitud de los propios inversores con respecto al activo, cabe hacer dos consideraciones: La primera, que se está prestando especial atención al modo en el que los gestores están manejando la crisis, preservando, cuando no incluso agregando valor, a los activos más afectados de sus portfolio. Es en tiempos difíciles como el actual cuando se aprecia realmente la profesionalidad y eficiencia de los equipos. La segunda, que entre los inversores está cada vez más extendida la idea de aprovechar las oportunidades que suelen generarse en momentos de fuerte recesión; fueron muchos los que le dieron la espalda al sector del private equity en los años 2008 y siguientes, arrepintiéndose después al verse privados de los enormes retornos conseguidos durante el período de recuperación económica que siguió y están decididos a evitar cometer el mismo error. El interés por el activo no decae si bien, la tarea de continuar atrayendo inversores es claramente más fácil para gestores con un track record reconocido que para gestores y fondos de nueva creación.

En definitiva, el private equity, aunque no es inmune a las consecuencias de la pandemia, es un sector clave para la recuperación y reactivación de la economía y es más que probable que, desde el punto de vista de la inversión, tenga un comportamiento mejor que otras clases de activos. Aún es difícil predecir con exactitud cuáles van a ser las implicaciones a largo plazo de esta crisis, especialmente si tenemos en cuenta que nos encontramos inmersos en una segunda ola del Covid-19 y afectados por nuevos confinamientos, a la vez que asistimos a las noticias que indican alentadores resultados en el desarrollo de una vacuna, pero algunas comienzan a estar claras.