El ‘private equity’ como
compañero de viaje

José González-Aller, socio de Transaction Services y responsable del sector de Private Equity de KPMG en España

Aquellos afortunados que empiezan a peinar canas en el mundo del M&A pudieron ver cómo se implantaban y desarrollaban en España los primeros fondos de private equity y han sido también testigos privilegiados de su evolución posterior hasta convertirse en lo que son hoy. En sus orígenes, a pesar de no tener una competencia clara, los gestores de fondos dedicaban gran parte del tiempo a realizar una ardua labor educativa intentando transmitir las ventajas que aportarían al negocio a cambio, nada más ni nada menos que, de una parte del equity del empresario.

Unas décadas después, gracias a la calidad de los gestores de fondos de aquella época y a su buen hacer, esa fase de educación está prácticamente superada y el rol del private equity está interiorizado dentro de nuestra economía y ya no es un desconocido para el negocio familiar. Nadie duda ya que estos fondos son una alternativa de financiación tan válida e incluso más que otras dependiendo de las circunstancias y, pueden ser un viajero natural tanto para empresas familiares como no familiares. No hay día que no veamos varias menciones al private equity en cualquier medio; y es que se han convertido en una presencia constante en la economía española alcanzando cifras record en términos de volumen de inversión en 2019 con más de 8.500 millones de euros invertidos en nuestro país -según datos publicados por Ascri-.

Este nivel de actividad poco a poco nos acerca a países como Reino Unido, Francia, Holanda, Finlandia o Suecia, en donde la inversión del private equity supera el 0,7%-0,8% del PIB, y hace que incluso alguno de nuestros fondos nacionales se cuele en el top 300 de fondos internacionales. No obstante, todavía parece haber un gran potencial de crecimiento si nos comparamos con países como EEUU y Canadá, donde la contribución de este tipo de fondos supera el 5% del PIB.

Todo este crecimiento no hubiese sido posible sin cierto carácter intrépido de los gestores de los fondos con sus estrategias de creación de valor, arriesgadas en muchos casos, y operaciones de buy and build en sectores complejos. Para ello se han rodeado de los mejores asesores y equipos directivos disponibles con el objetivo de superar algunas de las grandes asignaturas pendientes de la pyme española que sigue siendo más pequeñas que medianas. Por supuesto, todo este proceso se ha visto reforzado por unos interesantes y consistentes retornos de la inversión para los participantes de estos fondos que además se enfrentan a alternativas de inversión cada vez menos rentables o más arriesgadas.

Existe numerosa literatura, estudios y encuestas pero, ahondando sobre las principales ventajas que aportan el private equity a la empresa y la economía española, destacaría en primer lugar el empujón que su entrada da al tamaño de las empresas y negocios. El private equity, además de aportar capital para financiar el crecimiento a través del lanzamiento de nuevos proyectos, suponen un gran apoyo para la detección de oportunidades de compra y facilitar un crecimiento inorgánico que de otro modo seguramente no se produciría. Esto nos permite también acercarnos un poco al Mittelstand alemán, considerado por muchos como un modelo de éxito de una de las economías europeas más sólidas. Este modelo trata de empujar el desarrollo de las medianas empresas en detrimento de las pequeñas asumiendo que el mayor tamaño permite a las empresas una mayor inversión en innovación y un empleo de mayor calidad, entre otros muchos factores, que ayudan a mejorar la competitividad y por tanto la supervivencia de las empresas en el largo plazo.

La segunda ventaja que destacaría que aportan estos fondos es sin duda la puerta que abren y el apoyo que suponen para afrontar con mayores garantías la internacionalización de las empresas. Esa expansión internacional en muchos casos es fundamental para la creación de valor ya que salir a nuevos mercados puede ser una palanca para descubrir nuevos modelos y oportunidades de negocio, ser más competitivos, y de paso ayudar a detectar amenazas o riesgos ya existentes en otros países. Pero tomar la decisión de poner una nueva chincheta en el mapa es una decisión muy compleja con numerosos factores a tener en cuenta y, qué si no se hace bien y acompañado de pulmón financiero suficiente, puede llevarse por delante cualquier negocio por muy consolidado esté en España. Es aquí donde los fondos pueden jugar un papel diferencial no solo con la aportación de capital, sino compartiendo y aportando su experiencia previa en la internacionalización de otras participadas, así como sus contactos y red de expertos globales.

Seguramente me deje muchas ventajas en el tintero, pero por último me gustaría destacar la profesionalización y la introducción de prácticas de buen gobierno, pilares básicos para el buen funcionamiento de las empresas y para poder tener éxito en el crecimiento e internacionalización. Las prácticas de buen gobierno, que hasta hace muy poco se asociaban principalmente con las grandes empresas cotizadas, requieren, no solo incorporar nuevos perfiles a la compañía que complementen a los ya existentes, sino también establecer políticas de buen gobierno que ayuden a alinear los intereses de los diferentes stakeholders manteniendo un adecuado nivel de transparencia e información. La entrada de un fondo de private equity puede jugar un papel clave en este desarrollo ya que suelen tener como una de sus prioridades la implantación de este tipo de medidas.

Tras este largo e intenso camino recorrido, el sector es consciente de que no es inmune a las incertidumbres y los nuevos riesgos a los que se enfrenta el mercado, pero a la vez las numerosas lecciones aprendidas en este periodo sin duda le ayudan a afrontar el futuro con optimismo y con ganas de seguir aportando valor a las empresas y a la sociedad en su conjunto.