A vueltas con el bien común

Expertos sociólogos señalaban que la crisis financiera de 2008 se vio agravada por una severa crisis de valores que, en mi opinión, se fue cociendo poco a poco durante los anteriores 20 ó 30 años.

Quedaba atrás una sociedad comprometida y esforzada, donde se prosperaba trabajando, con generosidad, honradez y trasparencia. Y de pronto, el enriquecimiento rápido tomaba la primera posición entre los valores que imperaban en nuestra sociedad. Y a costa de cualquier cosa, el fin justificaba los medios. Así de fácil.

Ese cambio de paradigma nos llevó a perder el concepto de “bien común”. En una entrevista a un directivo, hijo de un político de la transición, le preguntaban la diferencia que él observaba entre esa generación de políticos y los actuales (entonces, de 2012). Y el respondía de una manera simple: “la vocación de servicio público”.

Aquellos políticos eran parte de una sociedad que manejaba otros valores. Ellos tenían vocación de servicio público, la sociedad en general crecía con generosidad y compromiso. El bien común era un concepto incorporado a nuestra forma de vivir. Pero el tiempo fue borrando de nuestra mente muchos de estos valores, el individualismo tomaba las riendas y la preocupación por los demás decaía estrepitosamente.

De aquellos polvos, estos lodos. Hace unos días declaraba que no entendía como los responsables de las organizaciones y sindicatos, algunos (quizás demasiados) cobraban un sueldo.

Como si de empleados se tratase, cuando el puesto es absolutamente voluntario, y el tiempo que se le dedica debía prestarse de manera gratuita. Lo contrario es “apoltronarse” sobre un sueldo, a menudo elevado, que suele suponer, aunque sea de forma inconsciente, una manera de perder la independencia. Si tienes miedo de perder un sueldo suculento, es probable que no defiendas los asuntos como se debe.

Me preguntaban si yo renunciaría a cobrar sueldo si fuera un representante empresarial. La respuesta es sencilla, pues la mayor parte de mi tiempo lo dedico hoy a la presidencia del Consejo General, a la del ICOGAM, a la de nuestra plataforma tecnológica (SIGA 98), etc., etc. Y de lo único que tengo rendimientos es de mi gestoría administrativa.

Adicionalmente, el puesto que ocupamos algunos de nosotros debe responder también a la defensa de nuestros representados, sin tratar de buscar nuestro mejor beneficio personal. Y a menudo deberíamos incluso renunciar al beneficio de nuestro colectivo si ello supone mejorar la calidad de nuestra sociedad. Esto es, el bien común por encima del interés personal (sea de una persona o de un colectivo, pues la sociedad está por encima de ellos).

Algunos de ustedes seguro que han seguido desde hace unos días mi preocupación por elevar el debate de un concepto que afecta a la sociedad en general: el derecho a la defensa. Y, a mi modo de ver, hay quien está centrando su debate en preservar su profesión por encima del interés general. Igual la conclusión del debate es que tienen razón, pero los abogados deberían ser los primeros en fomentarlo. Los tiempos cambian y los conceptos y derechos fundamentales deben adaptarse a éstos.

Observamos las conclusiones de su último Congreso y yo, como abogado que soy, lamento que haya preferido eliminar la competencia antes de generar la discusión que la sociedad precisa.

Es difícil que seamos capaces de controlar a nuestros políticos, por mucho que los casos de corrupción surjan como setas y horroricen a una sociedad que, desgraciadamente, se está acostumbrando a convivir con aquella.

El control debe ejercerse desde la sociedad civil, una sociedad civil capaz de elevar el tono en la búsqueda del bien común. Pero si la mirada no la apartamos del ombligo, difícilmente podremos construirla y seguiremos en un entorno en el que los intereses particulares seguirán primando sobre el interés general.

Me preguntaban en aquella entrevista si yo estaría dispuesto a asumir un rol de liderazgo en una confederación empresarial. No es el momento, porque en este momento considero que desde mi posición debo trabajar por el interés general de nuestro tejido productivo, además de continuar trabajando por mi profesión.

Pero les aseguro que si en algún momento alguien considera que puedo aportar más en una u otra organización, estaré dispuesto a intentarlo. Eso sí, el tiempo que dedicase voluntariamente a ese fin no tendría remuneración, por principios.