‘Jim Boton’

He oído un podcast sobre la guerra de Ucrania en el que se entrevistaba al historiador Julián Casanova, quien, una vez expuesto su punto de vista sobre el conflicto, no ha querido despedirse del programa sin señalar la importancia de que nuestros jóvenes fueran educados en los valores democráticos a fin de saber valorar su (nuestra) privilegiada situación política y social. Esta escena me ha recordado un libro que leí de niño y que he releído con mi pequeña en varias de las últimas noches de este invierno como es Jim Boton y Lucas el maquinista (1960) del alemán Michael Ende (1929-1995).

Jim Boton ha sido traducido a 33 idiomas, pero no tuvo un alumbramiento fácil tras ser rechazado por varias editoriales. Cuenta la historia de Jim, un chico de color, que llega accidentalmente a un pequeño país, Lummerland, donde es acogido por sus habitantes, y desde el que emprende, junto a su amigo Lucas, un viaje que los llevará a liberar a la princesa china Li Si de los malvados dragones. Más allá de los valores humanos que desprende el libro, éste, escrito solo unos años después de finalizar la II Guerra Mundial y en una Alemania dividida y devastada, contiene también una alta carga ideológica y política, constituyendo un relevante alegato contra la ideología nazi y su uso perverso de la teoría de la evolución. Algo perfectamente aprovechable hoy día, y que, si bien en mi niñez, obviamente, no pude captar en toda su extensión, se contiene en una serie de alegorías a trasladar a nuestros jóvenes desde su más temprana edad:

Así, el que el protagonista del libro sea una persona de color, como Jim Boton, es muestra inequívoca del mensaje que Ende quiere trasladar frente a los desvaríos arios de la Alemania nazi. Es esta una imagen que seguro que, en la Alemania de la posguerra, recordaría a aquel atleta norteamericano Jesse Owens que “frustró” a los nazis sus Olimpiadas de Berlín en 1936. Además, en Lummerland, a Jim se le acoge como un ciudadano más. Esta acción nos ha de llevar a pensar en nuestra conducta en un mundo cada vez más lleno de alambradas y muros frente a seres humanos que huyen de conflictos o simplemente de la miseria. Hoy nos prestamos a acoger posibles desplazados ucranianos, víctimas de la invasión rusa, pero ¿hemos hecho lo propio con otros países y conflictos? ¿Qué está pasando hoy en Afganistán? ¿Y al otro lado del Estrecho?

La figura de los dragones, captores de niños a los fuerzan a ir a una supuesta escuela, es la propia de los nazis y su adoctrinamiento a los jóvenes alemanes desde antes de su ascenso al poder allá por 1933.

Con esta alegoría dibuja con maestría Ende la perversión de este aleccionamiento y, frente a él, la importancia de una educación en valores éticos y sociales para evitar derroteros como los que llevaron al mundo al desastre que fue la II Guerra Mundial, una amenaza hoy tristemente presente de nuevo.

En esa “escuela” es ilustrativo el que los niños prisioneros pertenezcan a diversas razas y credos (un piel roja, un esquimal, la propia Li Si). Es la imagen del sometimiento mundial que Hitler quería bajo la supuesta supremacía de su raza aria -los dragones-, excluyentes de otros, como el pequeño dragón mestizo Nepomuk, quien se presta a ayudar a nuestros protagonistas. El simbolismo del libro llega ser aún más elocuente. Cuando Jim y Lucas llegan a la ciudad, buscan a un dragón, la señora Maldiente, que es quien “instruye” a los niños raptados. El letrero de la entrada de su morada es inequívoco: “No se desean visitas”. O sea, dice: En mi mundo, o eres de los nuestro o solo podrás estar como prisionero o esclavo. ¿Recuerda esta imagen a los campos de concentración? Y en el llamador de la puerta de esa entrada figura una calavera, el símbolo de las Schuztafell o SS, su tristemente célebre Totenkopf...

Con esfuerzo, Jim y Lucas (como las fuerzas aliadas) consiguen entrar en la ciudad y liberar a los niños hasta entonces prisioneros. Ya libres, se enciende un debate muy interesante entre los pequeños Jim y Li Si. El primero no quiere aprender a leer ni escribir, mientras la segunda trata de convencerle de lo contrario en una imagen sugerente: la posición de Jim podría entenderse como el rechazo al adoctrinamiento, a una “educación” perversa y excluyente como la recibida de los dragones (¿podría recordar a los conflictos lingüísticos en algunas de nuestras autonomías?).

Frente a ello, Li Si, propugna una educación plural, respetuosa y plena de ética social; algo que, como describe Ende, es fundamental en la formación de nuestros jóvenes, como herederos y futuro inmediato de nuestra sociedad. Una dialéctica preciosa, que, además, en nuestra historia tiene su correlato en la transformación que sufre el perverso personaje del dragón. Este, tras ser vencido, es conducido en una jaula a presencia del emperador de China –seguramente para ser juzgado (¿una alegoría a juicios de Núremberg?)- y allí se observa la transformación de que ha sido objeto: se ha convertido en un Dragón Dorado de la Sabiduría. Una imagen de la reconciliación de los vencidos consigo mismo y con los demás (¿echaría Ende de menos algún gesto de perdón tras la guerra?), y una oda a la idea de que toda persona puede, igual que perderse, recuperarse.

Finalmente, cierra el cuento un canto a la esperanza que se cierra con la alianza forjada por el padre de Li Si, el emperador de un gran país como China, y el rey del diminuto Lummerland. Un canto a la alianza de naciones (ONU) forjada en 1945; una unidad tan necesaria en estos momentos.

Hoy nos corresponde a nosotros explicar a nuestros hijos quiénes fueron Hitler y otros, cómo llegaron al poder usando una democracia para acabar desde dentro con ella (cuidado que esto puede no sernos tan lejano ni en tiempo ni en espacio), qué hicieron y qué horribles consecuencias causaron; y trasladarles la fortuna de poder vivir sin ellos. También nos corresponde entender y explicarles hoy quién es Putin y qué pretende en Ucrania. Para ello libros como el de Ende son de la más vigente y útil actualidad tanto para niños como para adultos, aunque, como reza en su contraportada, “toda persona mayor que lo lea deberá hacerlo acompañada por un niño. Y es que, de ciertas cosas, los niños saben mucho más que los adultos”.