La Tormenta Perfecta

Cuando en marzo del año 2020 el Gobierno de España decretó el primer confinamiento general de la población para atajar el Covid-19 todos pensábamos que sería algo coyuntural y que en pocos días volveríamos a una situación de normalidad sanitaria, recuperando el interrumpido funcionamiento de nuestra economía y de nuestras vidas.

Después de las sucesivas prórrogas del confinamiento y con la economía del país parada como consecuencia de los estados de alarma, unos pocos pensábamos que sería difícil y laborioso el poner en marcha nuevamente el tejido productivo español, después de un parón tan complicado de gestionar y que urgían fórmulas de convivencia de la pandemia con la actividad económica si no queríamos situarnos en un escenario de recuperación extremadamente difícil, con daños estructurales y colaterales sociales y económicos de gran envergadura.

Lo cierto fue que las fórmulas de confinamiento se fueron sucediendo y que la economía productiva se paró para pasar a ser una economía ayudada o subvencionada por los poderes públicos para mitigar los graves daños que producían las medidas sanitarias en nuestro tejido productivo y social.

Cabía pensar entonces que la recuperación vendría, como tantas veces, del exterior de España, pero pronto nos dimos cuenta que el exterior estaba también muy deteriorado por la pandemia y, difícilmente, podía “tirar” de nuestra economía en el corto y medio plazo.

El Gobierno de España tardó en comprender que había que decidir entre recuperar la vida y la actividad económica con prudencia y racionalidad, conviviendo con las sucesivas olas de Covid (algunas administraciones, como la Comunidad de Madrid, lo entendió rápidamente) o arriesgar al país a una crisis y a una recesión sin precedentes, de larguísima y difícil salida, dado el complicado entorno económico mundial, y que en nada ayudaba a pensar en una recuperación “en V” como algunos expertos y gobernantes apostaban entonces.

Las vacunas (milagro de la ciencia y récord sin precedentes) y lo aprendido en materia de gestión del virus a base de “bofetadas de realidad” y, sin duda, de una cifra escalofriante de fallecidos, que probablemente nunca sepamos realmente a cuánto asciende, parecía que podía ser el inicio del fin de esta dura etapa.

Adicionalmente, las ayudas económicas comprometidas desde la UE parecían el empujón definitivo para recuperar niveles de empleo y de actividad económica.

La realidad es que en el que podríamos llamar inicio de la recuperación se da lo que a mi juicio es una autentica tormenta perfecta para tirar por tierra un escenario económico razonable en el corto y medio plazo.

Ahora se ha multiplicado la incertidumbre, al hablar de la inestabilidad geopolítica mundial como consecuencia de la Guerra de Ucrania, de un escenario hiperinflacionista, de una subida desmesurada del precio de la energía, de una retracción del consumo, de una subida de los tipos de interés, de una retirada de las medidas de estímulo del BCE y de la Reserva Federal, entre otras muchas cosas.

Estos problemas en mayor o menor medida los tienen también las economías de nuestro entorno, lo que, si bien no nos consuela, nos podría llevar a pensar en algún tipo de solución o soluciones de tipo colectivo, mediante estrategias y decisiones coordinadas a nivel europeo o incluso a un ámbito geográfico mayor.

Sin embargo, una vez más se da (en este caso por desgracia) lo de que Spain is different y es que las recetas, estrategias y medidas apuntadas y puestas en práctica, en clave interna, por nuestro Gobierno nos lleva a pensar y a temer que nos podamos meter o estar metiendo en un pozo aún más profundo del que no podamos salir en generaciones.

El incremento imparable del déficit público, el astronómico coste del sobredimensionamiento de la Administración, la política de subvencionar todo lo subvencionable a costa de esquilmar las arcas públicas y a los contribuyentes con una recaudación fiscal récord (13,460 millones más sobre previsiones solo en los cinco primeros meses del año), la negativa sistemática a una reducción selectiva de la presión fiscal, la amenaza de indexación del IPC (ya de dos dígitos) en los salarios y pensiones públicas, son algunas de las realidades que tenemos sobre la mesa en el corto plazo que, unidas a la falta de previsibilidad y fiabilidad del actual Gobierno, nos lleva a temer que nuestra situación podría ser peor que la de otros países de nuestro entorno.

Estas circunstancias nos pueden colocar, una vez más, en el furgón de cola de la economía mundial por la confluencia de elementos externos de suma gravedad con elementos internos que evidencian la debilidad y vulnerabilidad de nuestra situación y la escasa o nula capacidad para tomar decisiones y medidas indicadas que nos permitan salir cuanto antes de esta situación.

El dogmatismo y la ideologización de la economía puede llevarnos a todos a una situación límite.

Solo un gran acuerdo nacional que, desde un diagnóstico de la situación objetivo y consensuado, permita adaptar medidas económicas y sociales apoyadas por los únicos partidos con posibilidad de Gobernar este país, puede darnos la credibilidad y fiabilidad que, a mi juicio, es imprescindible para empezar a dibujar un escenario duro, sin duda, pero con un horizonte temporal que, aunque sea más largo de lo deseado, sea esperanzador para todos.