Torre de Babel y reforma fiscal

Estamos a las puertas de una reforma fiscal que pretende revisar nuestro sistema tributario. Para ello, se ha constituido una Comisión de Expertos que me consta que está trabajando muy seriamente.

Sin embargo, no existe en la sociedad civil el “clima” y debate que debería existir. Y lo digo con tristeza porque las críticas a nuestra fiscalidad son generalizadas.

Es cierto que hacer más justo el sistema tributario requiere una dosis importante de objetividad. Requiere anteponer el interés general al particular. Y eso cuesta. Tanto, que es más fácil criticar un texto de reforma que proponerlo. Pero ¿por qué esa falta de proactividad?

Se dirá que es inútil esforzarse porque los políticos lo tienen ya todo “apañado”. Craso error. Nuestra responsabilidad es trasladarles nuestra opinión y tratar de influir en la suya. La verdad es que nadie quiere perder privilegios, aunque lo sea en pro de una fiscalidad más equitativa. Solo se quieren más privilegios, incentivos, ayudas, y derechos. Y, además, bajar los impuestos. ¿Y el gasto?

El principio de progresividad tiene graves déficits que hay que solventar, entre otros, que las rentas verdaderamente altas paguen más con relación a las que no lo son. La evolución de la desigualdad y la concentración de la riqueza es una muestra de lo que digo. La tributación mínima que el G20 ha acordado, no es más que un intento de que empresas con mayor capacidad económica tengan una tributación mínima más equitativa con relación al resto de los contribuyentes.

Saez y Zucman, entre otros autores, demuestra en su último libro la verdad de lo que afirmo. Los beneficios de las empresas familiares que no son pymes hay que revisarlos de forma objetiva. Pero eso duele, porque privilegia a unos pocos en perjuicio de la mayoría.

Lo mismo hay que hacer con la calificación como empresarial del arrendamiento de inmuebles. Pero nadie quiere perder. Y otro tanto hay que hacer con el remansamiento de los beneficios.

En definitiva, hay que tomarse en serio la fiscalidad, pero eso, insistimos, incomoda a algunos pocos, pero con mucho poder económico, porque significa reconocer que los impuestos los soporta una clase media empobrecida, que los tipos efectivos nada tienen que ver con los altos tipos nominales, y que la distribución de la progresividad entre los diferentes niveles de renta no es precisamente para estar satisfechos.

Existe también falta de confianza con relación a la bondad de la reforma y su posterior aplicación por parte de la AEAT. Se cree que el objetivo es tan solo recaudar y no el de conseguir un sistema más justo y equitativo.

Casi nadie pone encima de la mesa la grave conflictividad fruto de interpretaciones administrativas más que discutibles, de la ausencia de trabajo conjunto, y de una deficiente técnica legislativa que amenaza de forma permanente a quien solo quiere y desea cumplir. La inseguridad jurídica es la guillotina del cumplidor y el refugio del defraudador. Aviva el conflicto y distorsiona la imagen real de cumplimiento generalizado. Se teme a la Administración.

Esta es la realidad. Se tiene miedo a decir la verdad y a sus efectos. A perder. Se recela de sus objetivos económicos. De su obsesión por la recaudación. Pero aquella también tiene una visión equivocada de los contribuyentes que, lejos de ser presuntos defraudadores, son súbditos llamados a cumplir y poco más.

Nadie se pone en el lugar del otro. Jugamos a los reinos de taifas. Sin embargo, solo sin temor y renunciando a privilegios y prejuicios es posible alcanzar éxitos, como la confianza, reforzar la seguridad jurídica, reducir la conflictividad, una fiscalidad progresiva y equitativa, o una verdadera fiscalidad participativa, cooperativa y colaborativa. Pero no.

Determinados colectivos no se atreven a decir en público lo que predican en privado. Y no se dice, pienso, por temor a perder privilegios, ganarse enemistades, perder negocio, tensar determinadas relaciones personales o institucionales, o herir sensibilidades. Nadie se quiere significar. Ahí está el silencio en el caso del Rey D. Juan Carlos. En definitiva, miedo, amiguismo y clientelismo.

Además, pocos políticos conocen la realidad de la empresa y la gravísima situación de la fiscalidad. Y de su responsabilidad en el gasto, el déficit, la deuda, y las desviaciones presupuestarias, ni hablemos.

La academia, en muchos casos, es excesivamente teórica. Quienes viven el día a día están por su parte demasiado apegados a “su realidad”. Magistrados y miembros de tribunales administrativos, viven en su “burbuja”. Para los medios de comunicación, no parece que la reforma sea tampoco de interés.

En definitiva, una verdadera Torre de Babel.

Un error. Es el momento de hablar el mismo idioma y trabajar juntos para crear riqueza, recuperar la clase media, mejorar el bienestar, y debatir los pilares de la predistribución y redistribución de la renta y de la riqueza. La fiscalidad es optar por un modelo de sociedad. Es garantizar el bienestar social. Es solidaridad. Es una tarea conjunta. Es la hora del equilibrio sostenible entre riqueza y bienestar social. Del denominado nuevo contrato social. Hacienda somos todos. ¿Lo recuerdan?

No hay pues alternativa. Impliquémonos todos en su reforma y ganémonos la confianza mutua sin hipocresías ni partidismos. Con objetividad y sinceridad. Sin miedo. Callar no es la solución. Es el problema.