‘New Dress’

New Dress es el tema que cierra uno de los álbumes más oscuros del grupo británico Depeche Mode, Black Celebration (1986). En él se describe un mundo lleno de violencia, conflictos sociales, enfrentamientos bélicos, catástrofes naturales, etc. Nuestro mundo, en definitiva. Y mientras esto sucede todos miramos hacia otro lado, tanto la ciudadanía en general, como principalmente la clase política dirigente (Princes Di is wearing a new dress, decía la canción). Frente a ello, cada uno de nosotros, todos, podemos hacer pequeñas cosas que cambien este mundo nuestro, estrenar nuevos vestidos, cambiar los convencionalismos e innovar en pos de ideales que se conviertan, de este modo, en realizables:

“You cant change the world But you can change the facts And when you change the facts You change points of view If you change points of view You may change a vote And when you change a vote You may change the world” .

No puedes cambiar el mundo. Pero puedes cambiar los hechos. Y cuando cambias los hechos. Cambias puntos de vista. Y si cambias puntos de vista. Puedes cambiar un voto. Y cuando cambias un voto. Puedes cambiar el mundo”.

Hoy esta lógica es perfectamente trasladable a múltiples cuestiones a las que se enfrenta nuestra sociedad y, entre ellas, una candente es la de los posibles indultos a los presos del procés. El Gobierno dice que, con ello, se persigue el objetivo de contribuir a la “convivencia” y el “reencuentro”, y además aduce que estos indultos cuentan con un amplio respaldo de la comunidad internacional, precisamente uno de los escenarios a los que el proceso independentista catalán se aferró con fuerza para alimentar su causa.

Sin duda, muchas veces la peor acción es la inacción, recurso del que muchos políticos se nutren en momentos convulsos. Pero también la acción ha de sopesarse en relación a los efectos que puede traer consigo. Y en este sentido, una de las primeras cuestiones que todo indulto lleva consigo es la puesta en cuestión de principios tan fundamentales como el de la separación de poderes; más cuando, como en este caso, al mismo se oponen tanto el Tribunal juzgador como el Ministerio fiscal, y pese a que, según la información de Eldiario.es, sobre datos del Ministerio de Justicia, la mitad de los indultos desde 2011 recibieron informe desfavorable de jueces o fiscales.

Y también, en cierto modo, es cuestionable en la institución, al menos a mi juicio, el principio de legalidad. Se aplica en pleno siglo XXI una ley de 1870 (algo que también merece reflexión, ahora que precisamente se plantea la revisión de los delitos de rebelión y de sedición por ser, en palabras del ministro Campo, delitos que “llevan escritos demasiado tiempo” y, por ello, necesitados de “modernidad”), y que deja en manos de una decisión discrecional del poder ejecutivo (un acto administrativo en suma) la excepción a la regla del efectivo cumplimiento de una Ley Orgánica como es nuestro Código Penal plasmado en una sentencia judicial firme: se excepciona la exclusividad judicial en “hacer ejecutar lo juzgado” que establece el artículo 117.3 de nuestra Constitución.

Más allá de estas cuestiones jurídicas -jueces y fiscales ya se han pronunciado-, las razones argumentadas desde el Gobierno revisten fondo político, y vienen basadas en un concepto de utilidad pública, concretado en la idea de que los indultos sirvan para procurar la “convivencia” y el “reencuentro” en una Cataluña dividida, una situación palmaria tras los resultados de los últimos comicios autonómicos. Un ánimo de principio loable y al que, en tales términos, pocos deberían oponerse.

La cuestión, no obstante, no es tan simple y merece, cuando menos, reflexionar en una doble dirección. Por un lado, si se trata de diseñar un nuevo traje en Cataluña, cosiendo el profundo jirón sufrido con el ‘procés’, lo debería cuidarse es el no causar con ello un roto en el resto del país. Puede pensarse que es esto lo que ha sucedido y se ha escenificado en la manifestación de la plaza de Colón en Madrid del pasado día 13, promovida para escenificar una oposición frontal a las pretensiones del Gobierno. Si los indultos lograsen su declarado objetivo, si lograsen el reencuentro en Cataluña, hay que cuidar que, a la vez, no logren el efecto contrario en el resto de España. Si de lo que se trata de es de lograr la unidad entre personas y territorios, hay que emplear instrumentos que, al tiempo, no puedan ser utilizados como sustento de posturas cada vez más extremas y enfrentadas. Además, también considero que está en el ideario de todos la imagen de que el indultado debiera mostrar una cierta predisposición a reconocer y reconsiderar, sino un error en su conducta penada, si, cuando menos, una intención de paliar los efectos y daños que la misma haya podido originar y también de que tal situación no vuelva a producirse. De esto, en el caso de los indultos del ‘procés’ hasta la fecha se ha visto bien poco.

Si se trata, en suma, de perdonar y reconciliar, resulta evidente que se trata de acciones que no pueden ser abordadas desde un único lado del tablero. Sin duda, la acción del Gobierno pretenderá crear con ello un escenario más dúctil para abordar de un modo decidido la cuestión de Cataluña, pero hacerlo de un modo tan expreso y contundente con la figura del indulto sin que por el lado de los partidos políticos de los que formaban parte gran número de los indultados haya un gesto coherente en consonancia, se nos antoja poco práctico para los fines que se pretenden.

En el escenario político de Cataluña no sólo está el Gobierno de España, está también el autonómico y los partidos que sustentan a éste tras el nombramiento de Pere Aragonès. Y el que por éstos no se hayan mostrado gestos paralelos y correlativos al indulto planteado genera un escenario incierto y serias dudas sobre la efectividad de la medida y sobre el mañana más inmediato; algo que solo se puede corregir con la existencia de una, hasta ahora inaudita, hoja de ruta consensuada sobre Cataluña y su relación con el resto del país. Si se quiere cambiar las cosas y tejer un nuevo traje para Cataluña, debiera articularse, y pronto, un verdadero Pacto de Estado en el que participen todas las manos y donde nadie quede fuera. Si hay voluntad de hacerlo, puede recurrirse a nuestra historia reciente, donde existen notables ejemplos.