La buena suerte

En la última novela de Rosa Montero, La buena suerte, sus dos protagonistas, Pablo y Raluca, parten de universos lejanos para encontrarse en un pequeño pueblo imaginario de la mal llamada España vacía, Pozonegro. Él huye de sus fantasmas buscando encontrarse como persona, cansado de ser un personaje de éxito y, sin embargo, infeliz. Ella es una persona humilde, sin futuro a la vista y que también huye de su pasado.

Allí, en aquel Pozonegro, se conocen y se enamoran de sus personas una vez que él decide dejar atrás a su personaje. Ambos están agotados en sus respectivos mundos y encuentran uno nuevo en el otro, dándose una nueva oportunidad y entregando lo que son, sin más.

Pablo llega a Pozonegro para renunciar a todo: a su fama, a su éxito, a su riqueza. Nada le satisface ya. La vida le ha llevado a huir de todo su aparente éxito. Nadie se lo explica y tampoco nadie, a excepción de sus nuevos vecinos de Pozonegro, se lo permite. Y ahí se cruza Raluca, quien no sólo ve a la persona que es Pablo, sino que, ante ella, sabe despreciar al personaje del que éste huye. Sin darse cuenta, se enamorará de su persona. Él también se enamorará pronto de Raluca pero su proceso será más lento, antes será necesario que renuncie a la losa de su personaje.

Finalmente, un lugar tan gris y paupérrimo que incita a escapar de él va mutando su color de la mano de Raluca y del viejo Felipe. Personas más que personajes enseñan a Pablo que su Madrid, aquel en donde era un personaje de éxito, suponía para él en realidad un lugar bastante más gris y frío que Pozonegro. Pablo, que cae allí buscando esconderse de todo, finalmente se encuentra a sí mismo. Las personas con las que convive en aquel recóndito lugar no consiguen cambiar su pobre aspecto de antiguo pueblo minero, pero sí permiten conformar un lugar en que una persona pueda ser feliz, dejando atrás al personaje que todos querían o esperaban que fuese.

Todo este proceso, supone el inicio de un camino nada sencillo que Pablo inicia solo y culmina acompañado de personas buenas; personas que escuchan, hablan y aman (a Pablo). Ese amor mueve a Pablo desde su fracaso vital hasta el mayor de sus éxitos, que es el de encontrarse a sí mismo y acercarse a un ideal de felicidad que en plenitud nunca se alcanza. Un ideal que, finalmente, se descubre como la motivación de nuestras vidas.

Como en La buena suerte, a veces llegamos a sitios inesperados. Muchos pueden ser maravillosos gracias a personas como Raluca. Lo bueno mezcla bien, enriquece y se incorpora a nuestro acervo sin más, en una sana contaminación que, o bien acaban encajando, o bien desplaza a lo existente hasta el punto de poner en cuestión nuestros modelos.

Este juicio muchas veces puede pasar inadvertido, pero otras muchas requiere de nuestra acción. Precisa saber detectar y reconocer que lo que traes contigo puede llegar a ser inadecuado y siempre mejorable. Precisa saber escuchar, un don del que pocas personas gozan. Precisa reconocer que somos en gran parte un personaje sin personalidad que busca antes contentar que conformar a una persona feliz. Precisa, además, la humildad suficiente para reconocer que uno es siempre insuficiente y que aprender debiera verse como algo cotidiano. Precisa reflexionar sobre lo que otros, todos en suma, pueden aportarte. Y precisa el esfuerzo de amoldar todas esas enseñanzas a la realidad propia de cada uno, a su entorno y circunstancias, y convertirlas en algo útil para uno mismo y para los demás.

Todo esto y más se desprende de la obra de Montero. Uno de los libros que más me han marcado recientemente por lo útil de sus enseñanzas en cualquier escenario, por más diverso que éste resulte.

Uno de estos escenarios ha sido en el que se ha formado la redacción de una proposición normativa que, junto a otros, inicié en los días de confinamiento de la primavera de este nefasto año. Así nació la llamada Ley Suma, hoy en tramitación parlamentaria, intentando responder a parte de las necesidades y demandas que, en materia urbanística, reclaman los operadores de mi región.

No entraré en los aciertos y desaciertos, que sin duda los habrá, de la norma. Baste decir aquí que en su formación ha habido “sensaciones de Pablo”. Me ha sido grato escuchar tanto y a tantos que me he dado cuenta de lo diverso que pueden ser los posibles enfoques tanto en una norma como en los aspectos de la vida que trata de regular ésta. Escuchar a sabios alcaldes de pueblo pequeño (como el de Letur, el de Mejorada, el de Campillo, etc.) y yuxtaponerlos con los de los representantes de los constructores de la región o con los de regidores de municipios mayores, e incluso con técnicos, es enriquecedor hasta un punto insospechado. Te da razón de lo cerca o de lo lejos que puedes estar de los problemas de las personas. Si además, tratas de cohonestar esto con otros criterios técnicos, profesionales o políticos, te das cuenta de lo compleja que resulta la solución de cada cuestión. Una solución que, a poco que sepamos escuchar, nos está siendo dado por cualquier Felipe o por cualquier Raluca.

Al final, La buena suerte se busca, y se concreta en tener cerca de ti y escuchar a esos Felipes, viejos y sabios, y a esas Ralucas, buenas y generosas, que con sus enseñanzas te ofrecen al niño deseoso de aprender una estantería llena de libros y enseñanzas.

Enseñanzas útiles para apartar la ignorancia (pretenciosa sapiencia) y que otorgan la guía para recorrer un camino que, más allá de su efectivo destino, debe ser útil a los demás, que es lo que, en definitiva, debe perseguir toda normador al conformar una ley. Leyes que no debieran ser orgullosas, sino humildes, pues al final su sentido es servir. Servir a los demás como servidores públicos que somos.