Miriam González

Planes para disfrutar de lo más bonito del otoño

Los tonos marrones, ocres y rojizos se mezclan con el olor a castañas. Es tiempo de bosques y pueblos de leyenda, sin olvidarse de la cámara de fotos y un par de botas para andar.

Si cerramos los ojos lo primero que probablemente veamos cuando nos hablan del otoño sean tonalidades marrones y rojizas. Y el primer olor que nos vendrá a la cabeza será el de las castañas asadas. Y también el de las setas recién recogidas en una cesta. Quizá en nuestra cabeza todo esto esté acompañado de la imagen de una chimenea chisporroteante bien cargada de leña mientras fuera jarrea lluvia. O de ese sol que nos hace recordar que hace solo dos días era verano. El otoño, en todas sus variedades, hay que patearlo -mientras nos dejen- para descubrir todos esos matices de olores, sabores y sobre todo colores.

Y con esto de que un día sí y otro también vivimos pendientes de volver a estar entre cuatro paredes, lo que más inspira el otoño es echarse al monte para disfrutar lo más que se pueda de la naturaleza en directo. Con mascarilla, sí, pero con cierta certeza de saberse en el espacio más seguro. En cualquier caso, lo que más nos puede apetecer a todos es un soplo de aire fresco. Y las posibilidades son tantas como las hojas que en esta época amarillean los árboles.

Irati, magia en la selva

Uno de los clásicos es la selva de Irati. Después de la Selva Negra alemana, es la extensión con hayas y abetos más grande de Europa, lo que viene a ser un espectacular baño de bosque en el corazón del Pirineo de Navarra, entre los valles de Salazar y Aezkoa. Precisamente es en otoño cuando más se lucen las 17.000 hectáreas de Irati. También es época de berrea para los ciervos, otro espectáculo al que merece la pena asistir en primera fila. Lo mejor es recorrer este paraje a través de la red de senderos -de diferente dificultad-. Igual hasta tenemos la oportunidad de encontrarnos con el espíritu de doña Juana de Labrit, una reina que murió envenenada en París. Pero cuidado con las brujas y los lamias que la acompañan: hacen desaparecer a quien los ve.

Maragatería y Bierzo: un paseo delicioso

El frío del otoño pide llenar bien el estómago. Y si hay un sitio donde lo pide el cuerpo a gritos es en la comarca de la Maragatería de León. La puerta de entrada es el reloj del ayuntamiento de Astorga, coronado por dos maragatos que van marcando las horas. Y antes de seguir camino -el de Santiago pasa por aquí- hay que acercarse sí o sí hasta la catedral, que compite con el palacio episcopal por ser la joya de la ciudad. Y es que tanto el interior como los planos de este último fueron ideados por Gaudí. El resultado: un sueño en piedra, que bien podría haber inspirado a Walt Disney para los castillos de sus películas de princesas. La próxima parada nos lleva a Castrillo de los Polvazares, un pueblo con apenas cinco calles y 100 habitantes que se ha convertido en uno de los más visitados de León. ¿La razón? Sus calles empedradas y muy bien conservadas, pero, sobre todo, la hilera de restaurantes en los que se puede disfrutar -o más bien extasiarse- con el auténtico cocido maragato que se come al revés: de los garbanzos y acompañamiento a la sopa. Para qué vamos a engañarnos: muy contundente, pero en estas fechas, es lo que toca.

Siguiendo los pasos de los peregrinos se llega al Bierzo. Otra región de León con pueblos en los que parece que se ha parado el tiempo en las flores de sus balcones -Molinaseca, Riego de Ambrós o el Acebo de San Miguel- para llegar hasta Ponferrada y su castillo templario. A unos 20 kilómetros, el paraje de las Médulas, que forma parte del Patrimonio de la Humanidad de la Unesco- nos va a acercar a cómo se las ingeniaban los romanos para extraer el oro de las montañas. Los castaños, robles y otras tantas especies sustituyeron a los romanos y hoy quedan a la vista los enormes farallones de arenas rojizas medio cubiertos por la vegetación. Hay varias rutas para recorrer este enclave -con más o menos dificultad- y en la que tendremos que resistirnos a la tentación -varios carteles avisan de la prohibición- de coger castañas, ya que el camino está plagado. Una de las mejores panorámicas del paraje de las Médulas se consigue desde el mirador de Orellán, al que se puede acceder casi hasta el final en coche. El broche de oro a este recorrido termina de nuevo en la mesa frente a un buen botillo.

Un paseo entre hayas

El pasado 7 de julio la Unesco incorporó a la lista del Patrimonio Natural de la Humanidad el Hayedo de Montejo. Situado a los pies de la sierra de Ayllón, convirtiéndose en el primer espacio natural de la Comunidad de Madrid en conseguir esta distinción. Hay tres itinerarios que recorren las 250 hectáreas de este singular bosque en el que no faltan -obviamente- las hayas, pero tampoco los robles albares o los rebollos, que forman parte de la Reserva de la Biosfera Sierra del Rincón.

El otoño, con sus matices de colores- esa interminable paleta de rojos, ocres y amarillos- es la estación estrella para visitarlo. Para evitar las aglomeraciones y que siga estando entre la lista de destinos top, hay que reservar la entrada vía web. La mala noticia es que los pases a esta antigua dehesa se agotan con mucha facilidad, por lo que cuando se abre el periodo de reservas -en septiembre- se suelen acabar para el resto de la temporada. Y este año, por las circunstancias de la pandemia, se ha restringido la posibilidad de solicitar el pase presencialmente. En cualquier caso, no está de más apuntar en el calendario del año que viene que en septiembre hay que reservar sí o sí la entrada a este espectacular paraje.

También hay que hacer reserva para acceder al parking del Hayedo de Tejera Negra, en el parque natural de la Sierra Norte de Guadalajara. Los tejos, abedules, hayas, pinos y robles salpican este bosque, también impresionante, que se puede recorrer siguiendo la senda de las Carretas o la del Robledal. El ambiente es tan de cuento que hasta puede molestar que el clic de la cámara de fotos pueda romper la magia.