Antonio Méndez Baiges

La cuestión de las pensiones, ruido y desencuentros

Un ministro hace unas declaraciones públicas en que afirma que se deben adoptar medidas para retrasar la edad efectiva de jubilación como medio para contribuir a equilibrar los costes del sistema de pensiones de la Seguridad Social y la titular de otra cartera le contradice haciendo otras declaraciones, igualmente públicas, en las que afirma que la pronta jubilación de los mayores brinda más oportunidades a los jóvenes en el mercado de trabajo.

No mucho antes, el mismo ministro referido en primer lugar ha hecho unas declaraciones sobre las intenciones del gobierno respecto de los planes de pensiones privados complementarios de la Seguridad Social y otra ministra con competencias sobre los mismos le ha desautorizado públicamente.

Preguntado por las posibles repercusiones de las consecuencias de la crisis sanitaria sobre la estabilidad y el equilibrio del sistema de pensiones de la Seguridad Social, un notable experto comenta que la de las pensiones es una cuestión de largo plazo en que están implicadas carreras profesionales de más de treinta años que sólo muy parcialmente se puede ver afectada por las puntuales circunstancias presentes, al mismo tiempo que otros no menos notables expertos vienen a decir que el sistema está tocado de muerte y que las repercusiones de la Covid-19 pudieran muy bien ser la puntilla que le estaba faltando.

Y luego está la calle.

Cuando las protestas sobre la cuestión de la revalorización de las pensiones, en la entrada del madrileño parque de El Retiro un anciano a cargo de una mesa en que se recogían firmas de protesta le dijo al autor que España es la decimosexta potencia económica mundial y que sobra dinero para pagar las pensiones.

Entre los comentarios a la publicación online de un artículo del autor sobre los factores que influyen en la viabilidad y el equilibrio de la Seguridad Social, un lector afirmaba que bastaba con suprimir las comunidades autónomas, como si buena parte de las funciones que estas desarrollan no fueran necesarias y, en caso de suprimirse las autonomías, no hubieran de ser asumidas por el Estado junto con la carga de los recursos humanos y económicos precisos, aparte de que, si todos los funcionarios de las CC.AA. hubieran de ser cesantes, eso sí que sería un ERE de proporciones mayúsculas.

Por no mencionar otro comentario al mismo artículo en que se afirmaba tan ricamente que la culpa de las dificultades que atraviesa la Seguridad Social es... ¡del contubernio judeo-masónico internacional!

Por otro lado, acudiendo a diversas fuentes y medios de información, la deuda acumulada por la Seguridad Social con el Estado, que es un dato objetivo y cierto y sólo puede ser uno, oscila en una amplia banda que va desde el entorno de los 60.000 al muy superior de los 99.000 millones de euros, según el día y la publicación.

Y estos son tan sólo unos pocos ejemplos tomados al azar de lo que está ocurriendo.

Los miembros del gobierno lanzan mensajes contradictorios sin ponerse de acuerdo. Los partidos que integran el arco parlamentario, tampoco se entienden (recuérdese el cierre en falso de las recomendaciones de la Comisión Parlamentaria del Pacto de Toledo en 2019). Los expertos, todavía menos. Y la calle está que trina. Todos hablan, hablan y hablan de cara al público sin encontrar términos de coincidencia ni sobre el diagnóstico ni sobre el tratamiento, como un conciliábulo de médicos confundidos dispuestos a dejar morir al paciente por exceso de deliberación o como si se tratara de una sesuda cuestión puramente teológica sobre la que incidieran con sus teorías más doctores que en la Sorbona, sin contar aficionados.

Y no sólo no hay un acuerdo de mínimos sobre posibles soluciones, sino ni tan siquiera sobre unos hechos y unos datos que deberían ser objetivos u objetivables.

A uno le parece que las cosas no se hacen así, e incluso, si le apuran, que deberían hacerse completamente al revés. Seguramente lo que haría falta es un equipo único de auténticos y sólidos expertos dotado de todos los recursos y de toda la información veraz y contrastada que sean necesarios y que dictamine y haga sus recomendaciones. Y un Pacto de Toledo y un Gobierno abiertos a consensuar soluciones a partir de lo anterior por encima de las diferencias ideológicas y de los intereses partidistas, con menos declaraciones públicas que provocan innecesariamente la alarma social.

Mientras tanto, como reza el título de una comedia de William Shakespeare, Much About Nothing (“Mucho ruido y pocas nueces”).