Martina Tomé

Recuperación verde: futuro imperativo

La desescalada avanza, la vida vuelve a coger ritmo y la palabra “recuperación” ya está en boca de todos. Bruselas, por su parte, prepara el ansiado Recovery Plan, que prevé inversiones a gran escala para apoyar a personas y empresas en este camino de salida. De momento, todas las voces parecen coincidir en una misma línea: la recuperación de la crisis será verde, o no será. Ahora es el momento perfecto para reformular nuestro modelo socioeconómico, basándolo en criterios de sostenibilidad y resiliencia.

Antes de la llegada del coronavirus, ya se estaba trazando el camino con el Pacto Verde de la Unión Europea, que marca la neutralidad climática para 2050. Recientemente, el Gobierno español ha aprobado el primer proyecto de Ley de Cambio Climático y Transición Energética, estableciendo los objetivos nacionales de reducción de emisiones, y ha remitido a Bruselas el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) para 2021-2030, el instrumento de planificación que deberá implementar los objetivos en España. Se espera que, una vez el proyecto se apruebe como Ley, se movilicen en España más de 200.000 millones de euros de inversión a lo largo de 2021-2030. Y ahora, la UE prepara su próximo presupuesto a largo plazo.

Aunque la senda esté trazada, hay que acelerar el paso: esta debe ser la “década de la acción”, tal como ha dicho la ONU, y queda mucho por hacer. Así lo asegura también la Energy Transition Commission (ETC), una coalición de la que Schneider Electric forma parte junto a otros líderes en los sectores de la energía, la industria, las finanzas y la sociedad, y que ha planteado algunas de las prioridades a considerar como inversiones sistémicas de futuro.

Entre ellas, cabe mencionar la apuesta por aquellos modelos de negocio más sostenibles, no sólo en el sentido de respetuosos con el medio ambiente sino también más resilientes. Una de las lecciones que nos está dando la pandemia es que debemos estar preparados para enfrentarnos a riesgos sistémicos, como puede ser un virus, pero también como los que puede provocar el cambio climático.

En la misma línea, habría que incentivar los compromisos firmes y públicos en favor de la reducción de las emisiones, así como aquellas innovaciones que aporten competitividad y eficiencia energética al mismo tiempo. Y, por supuesto, impulsar la inversión en sistemas de energías renovables y la descarbonización, en redes de transmisión y distribución, en infraestructuras energéticas -como, por ejemplo, la carga de vehículos eléctricos- y en acelerar los proyectos renovables.

Las soluciones de energías limpias no solo serán fundamentales para los objetivos medioambientales y para disminuir nuestra dependencia energética en un entorno en el que las tensiones geopolíticas cada vez cogen mayor protagonismo, sino que además contribuirán a fortalecer el empleo: según la Agencia Internacional de Energías Renovables (IRENA), se podrían crear más de 17 millones de empleos en el sector de las energías renovables a nivel mundial para 2030 y los ingresos generados en la transformación del sistema energético podrían alcanzar los 98 billones de dólares entre 2020 y 2050.

Afortunadamente, el entorno en cuanto a renovables es de lo más favorable. Los precios han caído y en mucho menos tiempo del previsto, tanto en materia prima como en instalaciones. Según previsiones del banco Goldman Sachs, el año que viene, por primera vez, las inversiones en energía solar y eólica superarán a las de la energía fósil.

Todo apunta a que el conjunto de fuentes de energía no contaminante concentrará una cuarta parte de las inversiones del sector. Pero no hay que olvidar que el objetivo de inyectar más renovables a la red, al final, conlleva contar con recursos de generación muy distribuidos -cada vez más empresas y consumidores contarán con sus propias instalaciones, convirtiéndose en prosumidores-. En este nuevo paradigma, para gestionar esta complejidad, las redes energéticas deberán ser más flexibles y más electrificadas.

Finalmente, la digitalización es otra apuesta clave. No solo actúa como acelerador -todo apunta a que en 2030 el sector IT liderará la demanda de energía- sino que además es el principal habilitador de la transición energética. La confluencia del mundo IT con el mundo OT, hace posible por primera vez aspirar a superar la paradoja energética: una energía conectada e inteligente nos permitirá hacer más con menos energía.

La crisis del Covid-19 ha acelerado la necesidad de digitalizarse, haciendo más evidente la necesidad de estar preparados para afrontar de forma ágil riesgos sistémicos, algo que solo es posible si disponemos de sistemas conectados, el software y los servicios que nos permitan adaptarnos de forma rápida a las distintas situaciones al mismo tiempo que aceleran nuestra eficiencia y robustez.

Solo en 2019, el cambio climático se ha relacionado con 15 eventos climáticos extremos, que han costado entre 1 y 10.000 millones de dólares. Por este motivo hay que apostar por redes energéticas más ágiles y robustas, y la digitalización es fundamental para hacerlo posible.

¿Estamos preparados para este cambio? La tecnología, sin duda lo está. Lo que nos urge es la regulación y los incentivos que lo aceleren.

El mensaje del sector es alto y claro: invertir en infraestructura de carbono cero y en soluciones innovadoras es la ruta más rentable hacia la recuperación económica, al mismo tiempo que sienta las bases para un sistema más resiliente y más sostenible.