Javier Ojanguren

La eólica, elemento clave para una recuperación sostenible

La crisis sanitaria ocasionada por el Covid-19 puede dar paso a una crisis económica sin precedentes, generando dos grandes retos para la humanidad: el de la recuperación económica y el del cambio climático. Algunos economistas comparan la crisis ocasionada por esta pandemia con la de la Gran Depresión de 1929, pero a diferencia de los años 30, ahora contamos con mecanismos que nos hacen estar mejor preparados para tomar las riendas del asunto y llevar a cabo cambios estructurales que impulsen un modelo económico más sostenible.

La evolución de las energías renovables, sobre todo de la tecnología eólica, nos permite encarar la recuperación desde un enfoque muy distinto, teniendo en cuenta otros factores más allá de los puramente económicos en el corto plazo, como son la preservación del medio ambiente y el fomento de la salud y el bienestar.

Al margen de los paquetes de estímulo que la eurozona ha puesto en marcha para revitalizar su economía, la política energética que implante cada país a partir de ahora será aún más crucial que nunca. En concreto, el impulso a la eólica, por las ventajas que ofrece, nos ayudará a solventar los dos grandes retos que tenemos por delante: combatir el cambio climático y la desaceleración económica.

La implantación de un modelo de producción y consumo mucho más sostenible en el largo plazo, se antoja fundamental para construir una economía y una sociedad más resiliente e inclusiva ante posibles acontecimientos adversos, como bien podría ser otra pandemia global. Además, para cumplir con los objetivos pactados en la Conferencia de París sobre el Clima (COP21) de cara a limitar el calentamiento global por debajo de los 2ºC entre 2020 y 2030, no podemos mirar hacia el pasado: la transición hacia energías limpias ha de ser el eje fundamental del nuevo modelo.

El sector energético es responsable de la mayor parte de las emisiones al medio ambiente de gases contaminantes, sobre todo por la actividad de las plantas de combustión de carbón. Por tanto, es necesario apostar por energías limpias como es la eólica, que se genera a través de un recurso natural limpio e inagotable.

En nuestro país, las renovables suponen ya cerca de un 50% de la potencia instalada y existe una clara tendencia a que las nuevas instalaciones sean sobre todo de eólica. Esto se debe, en gran medida, a la rápida evolución de la tecnología y a la reducción en costes de inversión y mantenimiento, que han permitido impulsar su competitividad hasta superar, incluso, a fuentes de energía más convencionales como el carbón, el petróleo o el gas.

Como hemos visto durante la pandemia en España, la energía eólica ha jugado un papel fundamental en la generación eléctrica para el consumo de hogares y hospitales en un momento de gran necesidad, suponiendo en torno a un 20% del total de producción generada, acercándose incluso al 40% en días concretos según datos de Red Eléctrica.

La eólica ha presentado unas tasas de crecimiento sorprendentes, siendo hoy día una de las fuentes de electricidad más competitivas. En tan sólo diez años, la capacidad instalada en todo el mundo ha aumentado en más de un 250%. En España, según establece el Plan Nacional Integrado de Energía y Clima, las perspectivas de crecimiento son positivas: en diez años la eólica supondrá cerca de un tercio de la potencia total instalada en el sector eléctrico, lo que supondrá instalar unos 2,2 GW eólicos al año, con todos los puestos de trabajo que el cumplimiento de este objetivo también implica.

Invertir en eólica no solo tiene sentido de cara a la lucha contra el cambio climático, también desde el punto de vista económico. De hecho, según señalan algunos organismos internacionales, si se amplía de forma progresiva la cuota de energías renovables en el panorama energético global hasta alcanzar el 32% en 2030 -en España es del 42%-, se crearían puestos de trabajo para más de 4 millones de personas. Tan sólo en Vestas, tenemos cerca de 25.000 trabajadores, un 10% en España.

La transición energética hacia un modelo competitivo y sostenible, con las energías renovables como base, es posible si se adoptan medidas con vistas al futuro, que atraigan la inversión y fomenten la innovación en materia tecnológica. Para esto, es fundamental poner en marcha un conjunto de mecanismos que favorezcan un contexto de estabilidad y visión a largo plazo.

De cara a construir una sociedad descarbonizada, es necesario repensar todo el sistema, fomentar la creación de empleo en zonas rurales, diseñar ciudades más eficientes y sostenibles, promover un modelo sostenible de movilidad urbana, gestionar mejor los residuos, favorecer el acceso a los vehículos eléctricos, etc.

En definitiva, cómo producimos y consumimos energía es un aspecto esencial en la implantación de una economía circular, pero se debe seguir construyendo sobre esa base: movilidad, electrificación, smart-data, etc., son elementos clave de la maquinaria de la nueva economía que ha de surgir como alternativa a un modelo insostenible y contaminante.

El acuerdo económico alcanzado en Europa es positivo para la recuperación a corto plazo, pero si no tenemos en cuenta el largo plazo, la próxima generación heredará una gran deuda y un planeta contaminado.

No cabe duda de que la pandemia ha sacudido nuestro mundo tal como lo conocíamos, pero también puede traer algo positivo si sabemos aprovechar la oportunidad para construir un mundo más limpio y sostenible. Tenemos que mantenernos firmes en el tiempo ante un objetivo común. Se lo debemos a las generaciones venideras.