Xavier Fábregas

Los ODS como eje vertebrador para invertir de forma sostenible en tiempos de volatilidad

La actual situación económica causada por la Covid-19 ha puesto en entredicho el actual paradigma empresarial, hasta la fecha muy centrado en la consecución de beneficios. La pandemia ha evidenciado que las compañías han de aportar también valor a los diferentes stakeholders y grupos de interés, y ha acelerado que empresas, gobiernos e inversores pongan el foco, cada vez más, en las finanzas sostenibles, bajo criterios ASG (Ambientales, Sostenibles y de buen Gobierno).

Y es que la lucha contra el cambio climático concierne a casi todos los sectores de la economía y desde el sector financiero también se puede actuar de diversas maneras. Una de ellas es adoptar una filosofía de inversión socialmente responsable (ISR), es decir, apostar por políticas de gestión de activos que tengan en cuenta el impacto en el medio ambiente, incorporando criterios éticos, sociales y ambientales al proceso de toma de decisiones de inversión, de modo complementario a los tradicionales criterios financieros.

Estos criterios aportan una visión cualitativa de las empresas, por lo que no solo se tienen en cuenta sus resultados económicos y financieros o sus expectativas de crecimiento, sino también cómo se relaciona con la sociedad o sus empleados y el grado de integración de medidas para la preservación del entorno y el medioambiente.

Este análisis permite reducir riesgos en la inversión así como contribuir a que el impacto de la inversión sea positivo, puesto que las empresas que aplican criterios ASG y, por tanto, con una gobernanza enfocada en la sostenibilidad y el compromiso social, tienen menor coste de capital, por lo que tienen mejores condiciones de acceso a la financiación liberando recursos para invertir en nuevos proyectos. Esto repercute directamente en un mayor retorno económico para las compañías, y en consecuencia, en un mayor valor fundamental: tendrán más rentabilidad y reconocimiento a largo plazo.

A pesar de que históricamente se ha considerado que la inversión con criterios ASG no es rentable, a lo largo de las últimas décadas, académicos e inversores han elaborado numerosos estudios para analizar la relación causa-efecto entre la aplicación de criterios ASG y el desempeño bursátil de las compañías. A través de una recopilación de más de 2.200 de estos estudios empíricos, Gunnar Friede, Timo Busch y Alexander Bassen concluyeron que cerca del 90% no encontraban relación negativa entre la inversión con criterios ASG y el retorno financiero. Al contrario: la mayoría de ellos mostraban una relación positiva.

Además, los datos de los últimos 3, 5 y 7 años refuerzan esta conclusión. Si comparamos los índices ASG europeos, globales y emergentes de MSCI -un proveedor de información financiera que cuenta con varios de los índices financieros más representativos de la industria-, frente a los índices homólogos no-ASG en diferentes ventanas temporales (con datos a cierre de marzo de 2020), se pone de manifiesto un mejor comportamiento y gran consistencia de la ISR en diferentes entornos de mercado, frente a la inversión tradicional.

Precisamente, en los últimos meses de fuerte volatilidad, en que la propagación de la Covid-19 ha sacudido los mercados financieros, la inversión socialmente responsable (ISR) ha ido demostrando una mayor resiliencia con respecto a la inversión tradicional y ha reforzado su valor al alza. Por ejemplo, la mayoría de fondos de inversión y planes de pensiones de renta variable y mixtos, con etiqueta ISR, han tenido un mejor comportamiento relativo frente a otros vehículos de la misma categoría, evidenciando la importancia de posicionarse en compañías con modelos de negocio sólidos y sostenibles. Y, paralelamente, uno de los subsectores que más ha sufrido las consecuencias de la COVID-19 ha sido el de extracción y prospección de energía fósil, uno de los recurrentes en las exclusiones de inversión ISR.

Así pues, la COVID-19 ha puesto manifiesto que la ISR no está reñida con la rentabilidad: no solo contribuye a un impacto positivo en aspectos ASG sino que también genera rentabilidad financiera y una preservación de capital en momentos de volatilidad. Una tendencia que probablemente seguirá mejorando los términos cualitativos de las compañías y, por ende, de la sociedad en general. Aún así, el mejor desempeño bursátil futuro estará condicionado por una combinación entre una óptima integración de factores ASG y una sólida disciplina en la selección de ideas y composición de las carteras.

En este sentido, para aumentar el nivel de exigencia en el terreno de la Inversión Socialmente Responsable (ISR), es crucial dar un mayor énfasis a la gestión enfocada a la consecución de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), el marco de referencia de sostenibilidad a nivel global. Actualmente, los ODS se han erigido como fundamentales en la nueva realidad, como herramienta para superar la grave crisis económica y social derivada, y suponen, por primera vez, la muestra del compromiso de las organizaciones a nivel mundial por poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo, a través de acciones que den lugar a su cumplimiento y medir su impacto en la sociedad.

Así pues, los ODS deben ser el eje de las decisiones de inversión. Los gestores de fondos deben tener en cuenta las contribuciones de los emisores en materia de soluciones de impacto positivo frente a los retos y desafíos que supone la Agenda 2030, entre otros.

En definitiva, las finanzas sostenibles y la inversión socialmente responsable son la clave que permitirá cambios reales entre los diferentes sectores, el tejido empresarial y la sociedad. Y en este sentido, las entidades financieras deben jugar un papel clave para la consecución de los ODS facilitando los recursos financieros necesarios para la transición hacia una economía baja en carbono y promoviendo instrumentos alineados con la consecución de estos objetivos.