Juan Ramón Meléndez

Un aniversario diferente

El año 2020 comenzaba para nosotros de la mejor forma posible. Cerrábamos 2019 con muy buenos resultados al crecer el consumo de las latas de bebidas un 2,86% y a mediados de enero celebrábamos una importante efeméride al cumplir nuestro envase 85 años de existencia. Para conmemorar tan señalado aniversario, en estrecha colaboración con dos organizaciones de consumidores (Cauce y Uccv), presentábamos la exposición “Las Latas de tu Vida, Las Vidas de tu Lata”. Una muestra itinerante cuyo pistoletazo de salida tuvo lugar en Valencia.

Durante dos semanas, conjuntamente pudimos divulgar los permanentes esfuerzos de nuestro envase por adaptarse y satisfacer a la sociedad durante casi nueve décadas, resaltar su excelente desempeño ambiental gracias a su reciclado infinito y a los ahorros energéticos que conlleva, así como agradecer a los ciudadanos su participación en el reciclado de los envases metálicos. Los medios de comunicación se hacían eco del contenido de dicha exposición y la afluencia de público superaba nuestras expectativas.

Apenas cinco meses más tarde, el escenario es otro. La vida de todos se ha visto sacudida y ensombrecida por el azote del Covid-19. Es demasiado pronto para valorar hasta qué punto este suceso va a cambiar nuestra cultura, nuestra economía e incluso nuestra forma de vivir y relacionarnos. No aspiro a predecir en estas líneas el resultado de dicho impacto, pero sí me gustaría establecer algunos paralelismos entre la lata y la excepcional situación que atravesamos.

Durante mucho tiempo se ha cuestionado al envase. Frecuentemente se ha olvidado el valor que aporta mientras forma parte de un producto y únicamente se resalta su condición de residuo. Esta pandemia ha permitido a los envases hacerse más visibles ante el ciudadano y recordarles para qué están aquí: para preservar y proteger los productos garantizando la salubridad y la seguridad alimentaria ante agentes externos. En este momento crucial los productos envasados han adquirido una especial relevancia a los ojos de la sociedad. Pero su fin de uso, que no de vida, no tiene por qué suponer indefectiblemente un problema. Tal como indica la Unión Europea en su Plan de Acción de Economía Circular, si sus residuos se gestionan bien constituyen una provechosa fuente de materiales apta para reincorporarse en el ciclo productivo y creando empleo verde.

En los últimos diez años la lata de bebidas ha reducido su impacto ambiental un 33% gracias a eficiencias en la fabricación, al incremento de su reciclado en toda Europa y a su aligeramiento. Pesa un 30% menos que hace treinta años sin ver reducida su resistencia, puede contener una presión mayor que la de un neumático y soportar un peso vertical de noventa kilos. La lata de aluminio es el envase de bebidas más ligero, por lo que emite menos CO2 por kilómetro recorrido que cualquiera del mercado, contribuyendo ejemplarmente a paliar los efectos del cambio climático. Nuestro envase es el más reciclado, en el mundo y en España, donde en 2018 se reciclaron el 86% gracias a millones de personas sensibilizadas con el medio ambiente y con el cuidado del entorno.

El confinamiento al que la pandemia nos ha sometido nos está haciendo a todos reflexionar. Puede que a la salida de estas peculiares circunstancias debamos revisar, como personas y como sociedad, si para ser felices necesitábamos realmente todo lo que deseábamos, demandábamos y consumíamos. Un proceso de mejora permanente implica reinventarse una y otra vez. Para salir reforzados debemos desprendernos de lo superfluo, en el sector de la lata lo sabemos bien.

Indudablemente, superar esta crisis en la que nos encontramos está requiriendo el empeño de todos. Algunos están demostrando una heroica fortaleza y una vocación de servicio admirable, por estar en la primera línea defensiva ante una amenaza sobre la que se desconocía casi todo. Me estoy refiriendo a los trabajadores de la sanidad, los cuerpos y fuerzas de seguridad y los empleados municipales de limpieza y recogida de residuos. Nunca seremos capaces de agradeceros suficientemente el trabajo realizado en las adversas circunstancias en las que habéis tenido que desenvolveros.

También me voy a permitir llamar la atención sobre el esfuerzo realizado por un colectivo de nuestro sector: el personal de las fábricas de latas y los transportistas que las trasladan a los envasadores pues, como muchos otros, han trabajado con denuedo para que no se produjeran desabastecimientos en la cadena alimentaria y se asegurase el aprovisionamiento de productos en los lineales. Muchas gracias por vuestro ejemplo y callado empeño.

La lata es un envase metálico, hecho de acero o de aluminio, ambos materiales muy abundantes. En la corteza terrestre hay aproximadamente diez mil veces más hierro y aluminio que agua, incluyendo los océanos. Pero eso no significa que debamos extraer de la naturaleza nuevos recursos para su fabricación. Los mejores yacimientos de estos materiales los tenemos aquí en nuestras ciudades, en nuestras calles, en nuestras cocinas, en nuestros residuos. Reciclar una lata ahorra el 95% de la energía necesaria para crear una nueva. Y es un proceso que podemos repetir indefinidamente, sin pérdida de calidad.

Utilizar algo que puede ser malo para hacer algo bueno, es una capacidad de nuestra especie. Ahora tenemos la oportunidad de demostrarlo. Hemos de convertir una situación dramática como esta, que ha dejado a miles de familias sin alguno de sus seres queridos, en un nuevo principio, para un futuro más sostenible, más sólido y más respetuoso con nuestro entorno. Cuando un ciudadano responsable deposita una lata de bebidas en un contenedor amarillo asegura su reciclado y el material de esa lata tarda sólo sesenta días en volver a las estanterías en forma de nueva lata o de otro producto metálico. Está por ver si el Covid-19 nos dejará volver a una cierta normalidad en tan corto espacio de tiempo, pero con unidad y coraje que nadie lo dude: volveremos. Y ojalá que más ligeros, fuertes y sostenibles que nunca. Como la lata.