¿Por qué es una buena idea que la UE deje de financiar la promoción del consumo de carne?

Bruselas está revisando su política de promoción agrícola con la intención de asegurarse de que el dinero que gasta contribuye a “la producción y el consumo sostenibles”. Tanto la Unión Europea, como el sector agrícola y las organizaciones de la sociedad civil estamos ante la oportunidad de dirigir a Europa hacia un sistema alimentario sostenible y que tenga en cuenta la salud de sus ciudadanos/as. Se ha presentado, para esta revisión de la política agraria, una evaluación de impacto que incluye diferentes escenarios, uno de ellos prevé excluir del régimen de ayudas a determinados sectores, por ejemplo, el de la carne. ¿Por qué debemos tomar este posible escenario como una oportunidad? Porque por primera vez se presenta la sostenibilidad como potencial requisito para recibir ayudas económicas para la promoción de productos europeos. Requisito que además casaría por fin con la estrategia europea ‘De la granja a la mesa’ que, recordemos, es un elemento clave del Green Deal y la hoja de ruta política de la UE hacia un sistema alimentario más sostenible.

Si analizamos cómo es la situación actual, veremos que esta política ha favorecido siempre al sector cárnico por encima de otros sectores como el de las frutas y verduras. Por ejemplo, solo en 2021, el presupuesto destinado a la promoción de carne y lácteos fue de 54 millones de euros. Al mismo tiempo, el sector hortofrutícola recibió únicamente 35 millones de euros. La incongruencia entre los objetivos de salud y sostenibilidad de la UE y dónde se termina poniendo el dinero procedente de los impuestos de los/as ciudadanos/as europeos/as es palpable. Año tras año, campañas como las conocidas ‘Hazte vaquero’ (Become a Beefatarian’’) o ‘Pork Lovers’ se lanzan en toda Europa con la intención de frenar la tendencia positiva de los/as europeos/as a comer menos carne.

Una de las principales razones es que la carne ya es un producto que comemos por encima de las cantidades recomendadas desde los propios organismos oficiales. La Agencia Española de Seguridad Alimentaria y Nutrición (AESAN) recomienda tomar 2-4 raciones de carne a la semana de entre 100 y 125 gramos cada una, haciendo hincapié en no más de dos raciones de carne roja. Esto se traduce entre 10 y 26 kilos de carne al año.

Ahora bien, nuestro consumo real dista mucho de estas recomendaciones. Según el último informe disponible del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, en España comemos casi 50 kilos de carne por persona al año, en este informe solo se contabiliza el consumo que hacemos en el hogar. Así, la FAO, organismo dependiente de Naciones Unidas, señala que esta cifra se eleva a los 100 kilogramos.

Analizándolo fríamente, no tiene sentido ni justificación que los propios gobiernos financien campañas que promueven el consumo de productos que ya comemos por encima de sus recomendaciones. A la vez, además, de que no destine más presupuesto para promover el consumo de alimentos saludables que comemos por debajo de esas mismas recomendaciones, como son las frutas, verduras, legumbres y cereales. Otra de las grandes razones para dejar de promocionar el consumo de carne es que es este, el excesivo consumo, la base de la insostenibilidad de nuestro actual sistema alimentario. El impacto medioambiental de los alimentos que consumimos empieza por la forma en que se producen los ingredientes primarios. La cría y el consumo de animales es una industria que requiere de grandes cantidades de recursos naturales y es una de las principales causas de la crisis climática mundial, ya que es responsable, según los últimos estudios, de alrededor del 20% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Igualmente, la cría y el consumo de animales son la principal causa de la destrucción de nuestros bosques. El 80% de la deforestación mundial está relacionada con nuestro sistema alimentario actual y casi el 70% de las tierras desbrozadas en el Amazonas se utilizan para el pastoreo de ganado.

Debemos ser conscientes de que vivimos en un mundo globalizado, y los animales que comemos en España (y Europa) son alimentados con trigo y maíz de Ucrania y soja de Brasil, entre otros. La imagen de vacas pastando los campos españoles es una idealización de una mínima parte del total de animales y no representa realmente el grueso de los productos que llegan a los supermercados. Por ello, es lamentable ver que los principales argumentos que se llevan a Europa a favor de seguir apoyando la promoción de productos animales son aquellos que destacan cualidades de pequeñas granjas. Y más aún cuando vemos los estragos medioambientales que provoca la ganadería intensiva. Según DATADISTA, con datos del Registro Estatal de Emisiones y Fuentes Contaminantes (PRTR), las emisiones de la industria animal española empeoran, las macrogranjas de porcino aumentaron un 8% sus emisiones de metano y un 3,4% las emisiones de amoníaco en 2020.

Por eso, desde ProVeg y otras organizaciones por el medio ambiente, pedimos a la Unión Europea que la sostenibilidad se establezca finalmente como un requisito para acceder a los fondos que financian la promoción agrícola. Si no empezamos a tomar medidas correctoras como esta, el impacto medioambiental del sistema alimentario podría aumentar entre un 50% y un 90% en 30 años, alcanzando niveles que sobrepasarán los límites marcados por nuestro planeta. Ni los organismos políticos ni la propia industria alimentaria tienen ya excusas para no transformar el sistema alimentario y dirigirlo hacia uno más basado en vegetales, más sostenible y saludable. Es más, la semana pasada para cerrar la UNEA-5.2 en Nairobi, la ONU reconoció oficialmente, y por primera vez en la historia, el nexo entre bienestar animal, medio ambiente y desarrollo sostenible.

En este contexto, la política de promoción de la UE es un instrumento fundamental para mostrar cómo el sector agrícola europeo puede impulsar la sostenibilidad de toda la cadena agroalimentaria. Así pues, para fomentar la producción y el consumo sostenibles, la UE debe centrarse en promover prácticas agrícolas menos intensivas en carbono y recursos naturales, dejando claro que todos remamos en la misma dirección.