La calidad: pieza clave en tiempos de cambio

Históricamente, el temor al cambio así como a que este se produzca demasiado rápido, han sido una constante en la vida de los ciudadanos. A pesar de ello, la realidad es que tal y como apuntaba el filósofo griego Heraclitus: “El cambio es la única constante”, y el contexto actual es claro reflejo de ello.

Actualmente nos vemos envueltos en una situación socioeconómica de complejidad creciente que, sin duda, ha provocado cambios sociales y económicos con impacto en la totalidad del tejido empresarial y productivo. Y el sector alimentario no ha sido una excepción. La persistente incertidumbre existente desde el estallido de la pandemia, con la añadida problemática de la inflación y el impacto de la guerra en Ucrania son acontecimientos que inevitablemente han generado efectos colaterales difíciles de predecir.

Uno de ellos ha sido el cambio que se ha producido en el comportamiento de los consumidores con respecto a un producto de uso cotidiano como el aceite de oliva. El conflicto bélico y la consecuente carencia de oferta de aceite de semillas, como el de girasol, y las subidas en el precio de las materias primas y de los materiales ha llevado, en diferentes mercados de forma simultánea, a una subida generalizada de precios y a un trasvase de consumidores a productos a priori más premium como el aceite de oliva. La lectura evidente ante esta situación es que cuando el contexto cambia, a igualdad de precios, el consumidor se decanta en mayor medida por un producto como el aceite de oliva, en línea con las tendencias de consumo saludables.

Pero es posible afirmar que no solo se han producido cambios en los hábitos de consumo en cuanto al incremento del consumo de aceite de oliva, sino que también se ha visto afectada la percepción de la calidad. En este sentido, es necesario que nos preguntemos: ¿es realmente consciente el consumidor de la calidad que hay detrás del aceite de oliva? ¿Coinciden sus preferencias con las valoradas por los expertos? En un mundo ideal la respuesta a ambas preguntas sería afirmativa, pero lo cierto es que la realidad es bien distinta.

Actualmente nos encontramos con que existe una clara desconexión entre la calidad percibida por el consumidor y la definida por la regulación. Es más, los perfiles de sabor más valorados por los consumidores no son siempre los mismos que los de mayor calidad que establece la regulación y que cuentan con el apoyo de los expertos. Esta situación da cuenta de que efectivamente existe una diferencia real entre la calidad del producto y calidad percibida por los consumidores. El reto para el sector del aceite no es otro que tratar de alinear ambas realidades, de modo que el consumidor sea efectivamente consciente de la calidad del producto que está consumiendo.

No podemos negar que se han producido avances en el sector en lo que a la calidad se refiere, pero queda mucho camino por recorrer.

A principios de este año se lanzó la nueva Ley de Calidad del Aceite de Oliva con el fin de asegurar los atributos de calidad que se le suponen a la categoría, así como garantizar la transparencia al consumidor. A pesar de las evidentes mejoras que introduce esta Ley con medidas que eran muy necesarias, es fundamental que los profesionales del sector continuemos trabajando más allá de la propia norma, siendo más ambiciosos en trazabilidad y mejorando en lo que se refiere a las catas organolépticas. Es relevante apuntar que el aceite de oliva es el único producto que está sometido a este tipo de análisis.

En este sentido, es necesario avanzar hacia la definición de parámetros físico-químicos más exigentes que garanticen, además, seguridad jurídica. En este punto, va a ser clave el impulso de tecnologías complementarias a los panel test realizados habitualmente a la hora de clasificar comercialmente los aceite de oliva vírgenes. Cabe destacar la iniciativa SENSOLIVE_OIL, proyecto en el que participamos junto con compañías líderes del sector, dedicado al impulso de nuevos modelos de evaluación mediante programas piloto, con la tecnología como vector. También se han hecho esfuerzos desde la Fundación Patrimonio Comunal Olivarero, con el impulso de la creación de una etiqueta privada voluntaria para evitar fraudes que cuenta con el apoyo de la mayoría del sector, representado en esta fundación.

Además del impulso de iniciativas conjuntas entre diferentes actores clave del sector, es fundamental fomentar la autorregulación desde cada una de las compañías que formamos parte de este. Esto nos permitirá garantizar la trazabilidad en toda la cadena de valor, prestando atención al almacenaje, envasado, etiqueta y distribución. Ir un paso más allá de la obligatoriedad normativa y legislativa para seguir elevando los estándares se ha vuelto necesario.

Es evidente que solo una acción coordinada por parte del sector nos permitirá aceptar los cambios y adaptarnos, convirtiéndolos en oportunidades. Solo respondiendo de forma ágil a los nuevos hábitos de los consumidores, siempre poniendo el foco en iniciativas que impulsen la calidad del producto, lograremos continuar avanzando y mejorando el sector que tiene como protagonista un producto milenario único como el aceite de oliva que tenemos la responsabilidad de preservar y defender.