El desperdicio alimentario provoca el 10% de las emisiones de CO2

En el mundo se estima que hay 820 millones de personas que padecen hambre. Se trata de un problema que no se limita a los países en vías de desarrollo. De hecho son estos los que más comida desperdician, entre otros motivos, por la escasez de agua y la falta de innovación agrícola y desarrollo tecnológico.

Si se pusieran en fila todos los alimentos producidos que se desperdician en un año, estos darían siete veces la vuelta al mundo. Según Beatriz Romanos, la autora del libro Foodtech: la gran revolución de la industria agroalimentaria, se tiran 1.300 millones de toneladas de comida cada año, lo que equivale a un billón de dólares. Esto en un mundo donde 820 millones de personas padecen hambre, y no todas viven en países en vías de desarrollo.

¿Por cuántos procesos pasa la comida hasta llegar a nuestra mesa? The World Counts ha hecho las cuentas. Así, para poner en la mesa una simple ración de comida se necesitan 10 kg de suelo cultivable, 1,3 litros de diésel, 800 g de agua y 0,3 g de pesticidas y se generan 3,5 kg de CO2. En relación con estas cifras, la ONU estima que entre un 8% y 10% de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero están relacionadas con los alimentos que no se consumen.

Se debe diferenciar entre alimentos perdidos (14%), los que se descartan en el trayecto de la cosecha y las puertas al comercio minorista, y los desperdiciados, que son los que se desechan en el supermercado (13%), en los restaurantes (26%) o en los hogares (61%). Las causas que provocan este desaprovechamiento son diversas: sobreproducción, almacenamiento o transporte inadecuado, falta de planificación o compras impulsivas. De hecho, los países en vías de desarrollo desperdician al menos dos tercios del total de los alimentos. La explicación a este fenómeno no es otra que la falta de innovación agrícola y de tecnología, sumado a la escasez de agua potable, entre otros factores.

Del mismo modo, tal y como afirma Frédic Vincent, el portavoz de Salud y Política de Consumo de la Comisión Europea, “el 18% de los europeos no conocen la diferencia entre la fecha de caducidad y la fecha de consumo preferente”.

Así, cuando un producto se excede de su fecha de caducidad no debe consumirse debido a que hay riesgo de que esté en mal estado, estropeado y, por lo tanto, pueda ser peligroso por la presencia de bacterias patógenas. Sin embargo, la fecha de consumo preferente se aplica a productos más duraderos y estables, que una vez pasada dicha fecha se pueden seguir consumiendo, simplemente sin parte de sus propiedades.

El problema del desperdicio de alimentos es internacional. Desde la Agenda 2030 se contempla este dilema y queda reflejado en el ODS 12, el cual establece la aspiración de “reducir a la mitad el desperdicio de alimentos per cápita mundial en la venta al por menor y a nivel de los consumidores y reducir las pérdidas de alimentos en las cadenas de producción y suministro, incluidas las pérdidas posteriores a la cosecha”. A nivel europeo, en 2021, entró en vigor el Código de Conducta de la UE sobre las prácticas responsables de las empresas y la comercialización de alimentos, uno de los primeros resultados de la estrategia de la ‘granja a la mesa’.

En el mismo año, España, impulsó la primera ley de Desperdicio Alimentario, ya que, en 2020, los hogares españoles tiraron a la basura 1.364 millones de kilos/litros de alimentos, una media de 31 kilos/litros por persona. El ministro de Agricultura, Pesca y Alimentación, Luis Planas, ha asegurado que estos datos suponen la pérdida de 250 euros por persona. La ley tiene varios objetivos: regular el uso preferente de los alimentos para consumo humano”, favoreciendo la donación y, por otra, trata de concienciar a la sociedad sobre la necesidad de disminuir el despilfarro de alimentos.

Se espera que esta norma entre en vigor en enero de 2023. Todas las empresas deberán disponer de este plan, excepto los comercios con menos de 1.300 metros cuadrados de superficie. Los bares y restaurantes, otro de los focos de desperdicio, tendrán la obligación de facilitar al consumidor que pueda llevarse lo que no haya consumido. Los establecimientos tipo bufé deberán disponer de envases que sean reutilizables. Además, para aquellas empresas que no cumplan los requisitos se prevén multas que oscilan entre los 2.001 y los 60.000 euros.

Beatriz Romanos afirma que “es fundamental la existencia de un marco regulatorio que fuerce estos cambios, especialmente cuando se trata de modificar conductas o hábitos muy arraigados o que contradicen tendencias de peso. La otra parte de la solución es convertirlos en una oportunidad de negocio”. Existen tres áreas de actuación: prevenir la pérdida de producto desde el origen, aumentar la vida útil de los alimentos, rescatar y revalorizar en nuevos alimentos.

Este último punto es clave. La revalorización o suprarreciclaje es el aprovechamiento de subproductos o residuos para convertirlos en nuevos productos de mayor valor (que si se desperdiciarán) para que vuelvan a incorporarse en la cadena de suministro. Con esta tendencia se podría llegar a salvar 13.201 toneladas de alimentos al año, cuyo valor sería de 44.000 millones de euros.

Por otro lado, la industria foodtech ofrece varias soluciones. El modelo belga Too Good to Go, que opera en 17 países, ofrece la posibilidad de conectar tiendas y restaurantes que liquidan sus productos con los consumidores finales. “En España se están haciendo cosas muy interesantes”, afirma Beatriz Romanos. Por ejemplo, la empresa zaragozana Encantado de Comerte sigue la misma hoja de ruta, con la diferencia de que se reservan paquetes gratuitos para las familias vulnerables.

La autora del libro ha querido resaltar que es clave la innovación y la tecnología para poder reducir estos datos tan alarmantes. La digitalización para controlar el volumen de ventas y compras, el uso de inteligencia artificial para realizar predicciones de consumo, son algunas de las herramientas.