El Covid-19 va a cambiar hábitos para siempre

Pasar un día entero al aire fresco y el sol, con libertad para vagar en un espacio libre de más de cien metros cuadrados, deleitándose con deliciosas flores silvestres en pastos intactos de pesticidas ni herbicidas. Es la tranquila rutina diaria que, a cambio de producir sus muy apreciados huevos, disfrutan las gallinas de la compañía de alimentos Vital Farms, con sede en Texas. Es una escena que es posible encontrar en una pequeña granja orgánica dirigida por familias comprometidas con la producción ética. Vital Farms comenzó de esa manera. Actualmente, tras una de las ofertas públicas de acciones más esperadas del sector en 2020, ya ha alcanzado a principios de 2021 una valoración de 1.300 millones de dólares.

La industria alimentaria pronto estará llena de empresas como Vital, hasta el punto de que en pocos años puede estar compuesta casi en su totalidad por empresas solo de credenciales sociales y ambientales más fuertes.

Este éxito debe mucho a algunas de las poderosas tendencias fortalecidas por Covid-19. En efecto, la pandemia llegó a interrumpir el comercio mundial y, los productores de alimentos, con las complejas redes internacionales de abastecimiento y distribución bajo presión y escrutinio, han tenido que reconfigurar sus cadenas de suministro. De hecho, con la pandemia la industria alimentaria sufrió más que la mayoría de sectores. Los bloqueos y cierres fronterizos interrumpieron la distribución de productos agrícolas y provocaron grave escasez de mano de obra en las instalaciones de procesamiento de alimentos.

Al mismo tiempo, Covid-19 desencadenó un cambio en el comportamiento de los consumidores. Una encuesta realizada por Accenture durante la pandemia mostró que los consumidores priorizaban cada vez más la salud y sostenibilidad al decidir qué comprar. Solo en el Reino Unido se prevé que las ventas de alimentos y bebidas éticas aumenten 17%, hasta 9.600 millones de libras [10.900 millones de euros] en 2023, más del 40% en cinco años. Así que, en respuesta, la industria alimentaria está invirtiendo fuertemente en una amplia gama de soluciones de alta tecnología, muchas orientadas a fortalecer las cadenas de suministro, elevar los estándares de producción y reducir el desperdicio de alimentos.

Efectivamente, la industria alimentaria se está adaptando rápidamente a las demandas del siglo XXI y productores y distribuidores están implantando rápidamente tecnología e innovación avanzadas para satisfacer el creciente apetito de los consumidores por alimentos más saludables y sostenibles. Hay que tener en cuenta que la industria, ante la creciente población mundial y el cambio climático, antes que Covid-19 golpease, ya estaba sometida a una fuerte presión para satisfacer las necesidades de una base de clientes más exigente, que se preocupa más por los aspectos nutricionales y éticos de lo que compra y come.

En concreto es en la industria cárnica donde quizá la transformación inducida por la pandemia esté siendo particularmente notoria. Mataderos y plantas procesadoras de carne se han encontrado en primera línea de la batalla de Covid después de que surgiesen casos de coronavirus en instalaciones de todo el mundo. En EEUU, por ejemplo, más de 80 plantas empacadoras de carne de vacuno y porcina notificaron brotes de virus entre abril y junio de 2020 y a mediados de mayo, la producción de carne había caído un 40% por debajo de los niveles de 2019.

Pero mantener instalaciones seguras y libres de virus no ha sido el único problema. La pandemia también ha afectado a los costes relacionados con salud y medio ambiente por consumo y producción de carne. Los estudios. que ya habían demostrado un fuerte vínculo entre obesidad y Covid, han recordado a los consumidores lo que supone la huella ambiental de la carne. La ganadería es responsable de 15% de las emisiones de gases de efecto invernadero y representa alrededor de 29% del uso mundial de agua dulce. Así que se espera que el consumo de carne caiga y las carnes alternativas más saludables y dietas a base de plantas se hagan más populares.

De ahí que productores de carne alternativos, como Beyond Meat y Impossible Food, hayan recaudado cientos de millones de dólares los últimos años. Su expansión también los ha llevado a acuerdos con los principales supermercados y cadenas de comida rápida para vender productos de alto margen. Otro aspecto de la revolución cárnica es el aumento de la automatización. En comparación con otros segmentos de la industria alimentaria, la producción de carne es muy intensiva en mano de obra y las plantas han tenido que luchar por permanecer operativas con una mano de obra severamente agotada. Pero ahora muchos productores ven en la tecnología un medio de mejorar su resiliencia. Ello se aplica también a otras industrias alimentarias más allá de la carne, donde las líneas de producción se construirán con redes de sensores, Internet de las cosas y tecnología blockchain. Además, otros puntos de la cadena de suministro también están listos para un mayor empleo de la tecnología, en particular en logística y distribución.

A esto se añade que con la rápida propagación del virus es comprensible que los consumidores se preocupen por la posibilidad de que los alimentos sean transmisores de enfermedades. De manera que la crisis de salud pública ha puesto de relieve las normas de higiene alimentaria. Pero la tecnología puede ayudar a disminuir tales temores. De hecho, en la industria alimentaria hay un número creciente de empresas especializadas que desarrollan servicios avanzados de test y diagnóstico de alimentos. Además, es previsible que los productores de alimentos inviertan más en envases sostenibles con propiedades antibacterianas y hagan mayor uso de alternativas a los plásticos y otras tecnologías innovadoras, como códigos QR. Curiosamente, estos productos no solo mejoran la seguridad alimentaria y reducen el riesgo de contaminación, sino que también son buenos para el medio ambiente, pues pueden ayudar a reducir residuos, uno de los mayores problemas de la industria alimentaria. Solo Europa desperdicia el 20% de los alimentos producidos, por valor de unos 143.000 millones de euros al año.