La reinvención del hipermercado para poder sobrevivir a la crisis

Hubo un tiempo, especialmente a partir de la década de los ochenta del pasado siglo, en el que el hipermercado era el rey de la distribución en España. Esta fórmula comercial, nacida en Francia en 1963, llegó a nuestro país por primera vez una década después. Fue en diciembre de 1973 cuando se inauguró el primer híper, propiedad mayoritariamente del grupo Carrefour. Poco a poco empezaron a surgir así cadenas como Pryca, Continente o Alcampo, todas de capital francés. El modelo atrajo de una forma muy rápida a los consumidores. Eran grandes espacios comerciales donde poder llenar el carro y que evitaban tener que ir cada dos o tres días a la tienda del barrio. El modelo creció con fuerza, aparecieron nuevas cadenas, desaparecieron otras y aparecieron entonces las primeras restricciones autonómicas al desarrollo de las grandes superficies. Se trataba de proteger, según decían los gobiernos regionales, al pequeño comercio de barrio, que había perdido una gran parte de su cuota de mercado.

Esas normas no sirvieron para frenar la caída de las tiendas tradicionales, pero impulsaron en cambio otro formato comercial, que iba a crecer a una velocidad de vértigo. Se trata de los supermercados. Cadenas como Mercadona, Dia, Lidl, Ahorramás, Covirán o Caprabo se hicieron con la mayor parte del mercado obligando, incluso en los últimos años, a las grandes empresas de hipermercados como Carrefour, Eroski o Alcampo a apostar también por el formato de proximidad si no querían quedarse fuera de la carrera.

Con la crisis de 2008, y la caída del poder adquisitivo de los españoles, el formato de proximidad experimentó un nuevo impulso. Cada vez eran menos los que estaban dispuestos a coger el coche y desplazarse al extrarradio. El importe medio de la cesta de la compra se redujo y los consumidores optaron por el súper en detrimento del híper. Ahora, con el confinamiento tras el estado de alarma y las restricciones a la movilidad, la caída del híper se ha agudizado.

En prácticamente todas las ciudades o pueblos de nuestro país hay un gran supermercado al que poder desplazarse andando, con precios competitivos y una oferta sumamente variada. El híper no está muerto, pero si quiere sobrevivir tendrá que reinventarse por completo, ofreciendo nuevas experiencias de compra al cliente. Pretender competir con la tienda de proximidad haciendo lo mismo sería un grave error que aceleraría su hundimiento. Ninguna empresa, ningún formato comercial, ninguna marca tiene garantizada su supervivencia. Solo la capacidad de adaptación a los nuevos tiempos lo hace posible y el hipermercado tiene que acelerar o se quedará descolgado.