Biodiversidad y edificación: no existe el derecho a vivir sin límites

Durante la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC) se identificaron tres procesos de transformación globales e interrelacionados: el cambio climático, la pérdida de la biodiversidad y la desertificación. Desde entonces, la comunidad científica, política y las entidades sociales han trabajado, año tras año, para establecer acuerdos y tratados en cada uno de los tres campos. Las más conocidas son las Conferencias de las Partes (COP) de Cambio Climático, pero la diversidad biológica y la desertificación también tienen sus convenciones. En diciembre de 2022 se organizó en Montreal la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Diversidad Biológica (COP15). Una de las conclusiones fue que, más que nunca, hay que coordinar y vincular los tres procesos. El cambio climático, la biodiversidad y la desertificación no se pueden tratar por separado, ya que los tres procesos se retroalimentan.

La complejidad de los ecosistemas nos obliga a pensar en soluciones transversales, multidisciplinares y con estrategias a largo plazo. Pero las acciones deben ser a corto plazo. Esa interconectividad nos lleva a concluir que ningún sistema económico se libera de la responsabilidad de actuar. Quizás pensamos que, individualmente, no tenemos mucho impacto sobre la biodiversidad porque vivimos en la ciudad y no destruimos especies. Pero eso es una falsa realidad. El argumento no es que alguien vive en una ciudad, sino en una sociedad. Y esa sociedad sólo funciona con un cierto modelo de transporte basado en infraestructuras para el uso individual, con un modelo de alimentación de producción masiva a distancia y con mucho desperdicio, con unas ciudades que buscan el confort mediante máquinas y, en definitiva, con un derecho adquirido de vivir sin límites.

La Convención de Montreal concluyó con un documento que define cuatro objetivos y 23 retos para 2030 y recoge tres asuntos que son de especial interés para nuestro contexto europeo:

1.- Restablecer la conectividad y el acceso a áreas verdes, especialmente en los entornos urbanos. Eso significa que la ciudad tiene que dejar de ser una mancha gris en un territorio verde y que se tiene que convertir en un tejido de corredores naturales donde la biodiversidad tenga prioridad sobre cualquier otro criterio de diseño. Sólo se puede garantizar la biodiversidad cuando hay conectividad entre las partes. Las islas verdes en la ciudad tienen muy poca biodiversidad. Para conseguir que los núcleos urbanos formen parte de la red territorial verde, hace falta introducir la política de soluciones basadas en la naturaleza en el planeamiento urbanístico y en el diseño urbano. Si queremos vivir en ciudades y, al mismo tiempo, luchar contra el cambio climático y la desertificación, tenemos que entender que los corredores verdes urbanos tienen un papel fundamental en el incremento de la biodiversidad. Entender ese concepto y tomar conciencia de que parte de la solución pasa por la transformación de las ciudades, ya es un gran paso hacia delante.

2.- La reducción sustancial de la financiación pública a las actividades económicas que dañan la biodiversidad. Ese tema está directamente vinculado con el nuevo reglamento de la taxonomía de las finanzas sostenibles. En el capítulo de la edificación, uno de los seis criterios que define si una actividad es sostenible y, por lo tanto, financiable, es “no hacer más daño a los ecosistemas”. Aunque ese objetivo aún carece de unos indicadores medibles en la taxonomía, la Comisión Europea establecerá con claridad en los próximos años cómo se tiene que medir la pérdida de la biodiversidad por la actividad de la edificación. Las conclusiones de la Convención de Montreal insisten mucho en la parte financiera como palanca de activar la recuperación de la biodiversidad. No podemos estar regulando la protección de las especies y las superficies terrestres y marinas y, a la vez, financiar con fondos públicos y privados actividades que hacen daño a la biodiversidad. Las ciudades impermeabilizan el suelo, no dejan filtrar el agua y, por lo tanto, limitan la presencia de fauna y flora en el entorno urbano. Las ciudades generan enormes cantidades de residuos que son transportados a otros territorios donde contaminan la calidad del aire, de la tierra y de los mares. Cada crecimiento de la superficie urbana es, en el modelo actual de las ciudades, una pérdida de la biodiversidad, tanto a nivel local como lejos del territorio.

3.- El modelo de sociedad no se puede basar en el actual ritmo de consumo de recursos para satisfacer las necesidades del individuo. La producción agrícola en territorios no urbanos para alimentar a la pequeña mancha urbana tiene una capacidad brutal tanto de contaminación como de consumo de recursos naturales. Producimos en grandes superficies con monocultivos, construimos grandes infraestructuras de carreteras y puertos -para transportar lo producido- que afectan a la biodiversidad, consumimos en una pequeña superficie con muchas personas a la vez en cualquier momento del día y noche y expulsamos los restos a las afueras. Ese modelo dual de uso del territorio no es sostenible.

Tenemos que reducir las necesidades, enriquecer la variedad de producción, reducir los transportes, aceptar la temporalidad de los productos, optimizar el consumo -reduciendo la producción de residuos- y priorizar la calidad de lo que tenemos cerca. El cambio climático acelera la pérdida de la biodiversidad porque algunas especies desaparecen, otras especies invasivas aparecen y destruyen a las especies locales, los territorios se secan, el agua parece esfumarse y los ciclos productivos del campo se alternan. El cambio climático conlleva un cambio de la biodiversidad, un cambio del territorio y un cambio de lo que llamamos “nuestro paisaje normal”.

Pero también es verdad que el incremento de la biodiversidad y de las zonas verdes en la ciudad nos baja la temperatura en verano, lo que conlleva menos necesidad de climatización en los edificios y permite mitigar algo el cambio climático. Más redes verdes en la ciudad nos permiten andar y circular desde dentro hacia fuera sin peligro y, de este modo, volver a nuestras casas en los centros urbanos como si hubiéramos estado en el campo. Ese confort humano tiene una relación directa con el incremento de la biodiversidad.