España despide el verano de
los récords firmados por el fuego

Los incendios forestales han calcinado en lo que va de año casi 300.000 hectáreas, una cifra que triplica la media de los diez últimos años y se convierte en la más alta desde que hay registros haciendo que nuestro país lidere el ranking en cuanto a superficie quemada en la Unión Europea.

Es el balance tiznado de negro de un año que, ya de por sí, discurría por una senda bastante oscura. Los incendios forestales han calcinado en España casi 300.000 hectáreas en los casi 400 fuegos que han encontrado en unas temperaturas anormalmente altas y en una pertinaz y también histórica sequía el mejor combustible.

Las llamas han engullido bosques y, también, estadísticas. Nunca antes se habían registrado, en tan pocos meses, tantos grandes incendios (aquellos que terminan calcinando más de 500 hectáreas). Este 2022 han sido medio centenar. Tampoco tantos vecinos habían tenido que ser desalojados de sus casas; hasta 27.500 han seguido el desarrollo de un incendio que amenazaba su casa, durante al menos una noche, desde un espacio habilitado de urgencia.

Los titulares se han ido superponiendo precipitadamente a partir del mes de junio. El peor verano en diez años, desde 2011, cuando se quemaron 166.000 hectáreas y se registraron 30 grandes incendios. Es necesario sumar las cifras del último lustro para alcanzar las firmadas este año.

Y la previsión, alarmante: “Por desgracia, la ciencia apunta a que estos próximos veranos van a traer temperaturas aún más elevadas”. La sentencia la firmaba el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante su visita al escenario del segundo incendio más poderoso del año en España, el de Bejís, en Castellón, con casi 20.000 hectáreas arrasadas.

Sánchez añadía que “todos nos enfrentamos a una emergencia climática que exige de una labor de extinción también complementada con una labor de prevención”.

A la extinción le sigue la evaluación y la valoración económica. En este aspecto, también, récord: 15 de las 17 Comunidades Autónomas han recibido, en algún punto, la declaración de zona catastrófica, ahora conocida como zona gravemente afectada por emergencia de protección civil. “Es la manera de articular los mecanismos de ayuda a las personas y a los bienes; tan sólo Asturias, Cantabria y las dos Ciudades Autónomas quedan fuera del decreto”, resumía la portavoz del Gobierno y ministra de Política Territorial, Isabel Rodríguez.

Y después del fuego, ¿qué?

Primero, la urgencia manda. Estabilizar, controlar y extinguir el fuego es siempre la prioridad. Pero las cicatrices no cauterizan tan rápido como el fuego engulle las masas forestales.

El 16 de junio, los vecinos de la Sierra de la Culebra, en Zamora, empezaban a ver cómo su zona empezaba a arder; este gran incendio, el mayor de este año seguido del de Bejís (en Castellón) ha calcinado más de 30.000 hectáreas de un espacio reserva de la biosfera y, por haber sido el primero, las autoridades castellanoleonesas han sido también las que han podido tomar la avanzadilla en las labores de recuperación.

Los Ayuntamientos de la zona tomaban pronto la iniciativa de adelantar la venta de la madera para poder rentabilizar, en la medida de lo posible, la que se ha mantenido útil y, antes incluso, para retirar rápidamente unos desechos que, de permanecer más tiempo del recomendable sin ser retirados, atraen las plagas.

Pero no se trata, únicamente, de un problema ambiental; la madera también se descompone y pierde rápidamente su calidad. Si el proceso de recogida se dilata, el material es únicamente apto para ser triturado y convertido en biomasa, astilla para combustión o en pellets.

Los primeros cálculos de las autoridades de Castilla y León anotan un beneficio de 27 millones de euros por esta venta adelantada. Es, sin duda, una cantidad abultada, pero también ilusoria por ser puntual: se recaudan grandes partidas en sólo un año, capaces de cubrir varias campañas... pero nada más.

Pan para hoy y hambre para mañana: el ingreso por las ventas anuales, cuando el remanente de los 27 millones termine, no encontrará madera con la que seguir generando beneficios por no haber, al final, madera que vender, aunque las normativas obliguen a los Ayuntamiento a destinar el 30% de esas ganancias a tareas de reforestación.

La lluvia, aliada con ‘peros’

La climatología, cada vez más extrema durante el verano, se ha convertido igualmente en una aliada para las llamas. Según los balances de la Agencia Estatal de Meteorología, España ha sufrido, desde el mes de junio, tres episodios de temperaturas disparadas, sumando 42 días de olas de calor y hasta 33 noches tórridas.

La sequía, pertinaz y de récord también este año, ha privado de la lluvia al país durante prácticamente todo el verano y ha devuelto a los embalses a registros inéditos en décadas.

Pero a las altísimas temperaturas del verano le han seguido, además, las lluvias torrenciales. En muchas ocasiones, ese agua ha caído sobre unas ascuas casi todavía humeantes. Así, la llegada de las tormentas ha robado el tiempo necesario para preparar los montes, corregir las laderas afectadas o construir muros de contención, y el agua se ha encontrado también con cientos de toneladas de ceniza todavía no compactadas.

La fiereza del agua es capaz de provocar escorrentías, cauces espontáneos que circulan libremente por el terreno erosionándolo y conduciendo además la ceniza hacia cauces, estos sí, naturales; hacia arroyos, ríos e, incluso, pantanos, afectando seriamente toda la fauna y pudiendo comprometer, incluso, el abastecimiento de agua de boca.

Un mal compartido por media Europa

A lo largo del verano más de 660.000 hectáreas han sido devastadas por las llamas en territorio comunitario. Se trata de la cifra más alta desde que comenzaron a registrarse este tipo de datos y aunque el 40% de la superficie quemada se ubica en España, no hace falta mirar muy lejos para encontrar también balances trágicos.

Francia ha enfrentado este verano uno de los peores incendios que recuerda: en Landiras, en el departamento de La Gironda, el fuego calcinó en agosto casi 7.500 hectáreas, obligando en algún momento a clausurar, incluso, el paso fronterizo de Irún. Hasta 10.000 vecinos fueron desalojados por un fuego, además, reavivado; más de 12.000 hectáreas habían sido ya pasto de las llamas durante el mes de julio.

Los 10.000 bomberos destacados tuvieron que recibir, forzosamente, la ayuda de efectivos enviados de otros países europeos. Grecia, Suecia, Alemania, Polonia, Austria, Rumanía y la propia Comisión Europea se implicaron en las labores de extinción de unos incendios cuyo desarrollo era imposible de contener. La suma de todos los fuegos de Francia ha elevado la cifra de hectáreas calcinadas a 50.000 haciendo que las emisiones de carbono alcancen cifras también récord debido a los gases que emiten los incendios.

Portugal, por su parte, ha visto arder una de sus joyas naturales: Serra da Estrela, en el centro del país. Casi 15.000 hectáreas devastadas en el peor fuego de los últimos cinco años. No obstante, la suma total supera incluso la francesa, con una extensión ostensiblemente menor: casi 60.000 hectáreas de masa forestal portuguesa son ahora escenario dominado por la ceniza. El área quemada en Portugal es un 59% mayor que la media anual de los diez últimos años.