La falta de acción climática puede salirnos muy cara

El cambio climático no es el único problema al que nos enfrentamos. Entre la crisis energética, la inflación, la amenaza de recesión o la guerra parece que es algo que nos queda lejos y de lo que podemos ocuparnos más adelante. Sin embargo, el cambio climático es el mayor desafío al que se enfrenta la humanidad. Así lo refleja, entre otros, el World Economic Forum, en su informe de este año, donde califica el fallo de la acción climática como el riesgo más severo para los próximos diez años.

Nuestro planeta es único. Ya lo estudiábamos en el colegio. La composición de la atmósfera hace posible que exista la vida sobre la Tierra. Y parece que se nos ha olvidado. Estamos acelerando la alteración de la composición de la atmósfera. En consecuencia, la vida sobre la tierra no será posible hacia finales de este siglo.

Los últimos informes científicos nos dicen que la temperatura ha aumentado más de 1ºC desde los niveles preindustriales. Y todos vemos ya el anticipo de las consecuencias. Señalaré, como ejemplo, el impacto que los cambios en el clima están jugando ya en hambrunas, la acentuación en las crisis de los refugiados, las subidas en los precios de los alimentos, la aceleración de las enfermedades infecciosas y otros impactos más cercarnos a nosotros, como los incendios, la sequía o la ola de calor infinita de este verano.

Solo en España, hasta el 30 de agosto se han detectado las cifras de incendios más altas de los últimos diez años, y estamos ante el cuarto año hidrológico de mayor sequía desde que se recogen datos. Nos sorprendimos a la vuelta del verano leyendo que 4.700 personas en España fallecieron por causas relacionadas con la ola de calor, dato que triplicaba la media de los últimos cinco años. El problema no es menor y requiere de acción urgente.

En tiempos como estos puede parecer imposible, pero es clave que logremos entendernos y que haya una colaboración internacional real, para que la transición necesaria sea rápida, barata y más fácil para todos, generando economías de escala y beneficios en todos los sectores de la sociedad.

Para abordar esta cuestión existe el Acuerdo de París, el tratado internacional legalmente vinculante sobre el cambio climático adoptado en París, el 12 de diciembre de 2015 y que entró en vigor el 4 de noviembre de 2016, al que se ha adherido gran parte de la comunidad internacional, 196 partes en concreto. Su objetivo es limitar el calentamiento global muy por debajo de 2ºC, preferiblemente a 1,5ºC, en comparación con los niveles preindustriales. El Acuerdo establece objetivos a largo plazo como guía para todas las naciones.

Las partes firmantes se reúnen periódicamente para revisar los avances en los compromisos. En la reunión de 2021, por ejemplo, 46 países se comprometieron a cesar el uso de carbón para 2040; 104 países a reducir las emisiones de metano en un 30% para 2030; y 141 países que aglutinan el 91% de los bosques de nuestro planeta han afirmado su compromiso de acabar con la deforestación para 2030.

Recientemente se publicó el último informe del IPPC ((Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático), el mayor panel de expertos en la materia. Su informe subraya que los compromisos en materia de clima deberían ser siete veces más para lograr limitar el calentamiento a 1,5 °C.

Entre el 7 y el 18 de noviembre se celebra en Egipto la COP27 para hablar de la urgencia por frenar el incremento de temperatura, tras la publicación del último informe del IPCC y de la necesidad de apoyo financiero a los países en vías de desarrollo, más vulnerables para afrontar los efectos de la crisis climática. En un contexto social y económico como el actual, será interesante seguir las conversaciones y la posibilidad de avance, o no, de la acción climática.

Una falta de acción climática que nos llevase a un escenario de aumento de temperaturas de más de 2,6ºC implicaría una reducción del PIB mundial para 2050 de entre un 14% y un 18%, según los datos recientes publicados por la reaseguradora Swiss Re. Pero esto es mucho más que números. Un aumento de la temperatura de este nivel nos llevaría a un punto de no retorno y de consecuencias catastróficas, no solo para la economía, sino para la propia existencia en la Tierra. Sin una acción ambiciosa, los impactos sociales, físicos y económicos serán devastadores

Hay que acelerar la acción climática. Estamos en un punto de inflexión para la viabilidad de nuestra vida sobre la tierra. Para ello es necesario un cambio estructural en cómo abordamos la sostenibilidad desde las empresas, desde las instituciones y desde los medios de comunicación.

Es imperativo reinventar la gobernanza, incorporando la sostenibilidad en la agenda de los órganos de Administración y comités de dirección. Ahora mismo, no lo está. Y para ello, deben utilizarse de forma sistemática datos, índices y herramientas homologables que permitan la comparabilidad. Es más relevante que nunca fomentar un liderazgo humanista e inclusivo, y la sostenibilidad debe ser vista con una visión 360, que pase por reinventar la economía, el empleo y la formación, el territorio (ciudades, mundo rural e infraestructuras) y revisar el papel clave de la cultura y los medios de comunicación.

Merecemos una sociedad que trabaje por el bienestar de las personas. Esto solo se alcanzará integrando objetivos medioambientales y sociales en las decisiones que determinan el rumbo de la ciudadanía, de las empresas y de las administraciones.

Momentos como este son una enorme oportunidad de transformación y suponen también una gran responsabilidad. Debemos trabajar sin miedo para crear el mundo que queremos, para nosotros, y también para las generaciones que nos sucederán.