El riesgo de desertificación, una amenaza que hay que afrontar
La disponibilidad de recursos hídricos se ha convertido en uno de los retos más importantes y urgentes que el mundo deberá afrontar en un futuro cercano. Todos los expertos coinciden a la hora de afirmar que en los próximos 25 años los periodos de sequía y la desertificación aumentarán considerablemente en el mundo haciendo del agua un activo cada vez más preciado y polémico. A nivel global, lo trascendente (y, al mismo tiempo, perturbador) es que este fenómeno podría provocar una revolución social y productiva llegando a desatar, en las zonas más pobladas, luchas por el control y la gestión de las reservas hídricas.
Si bien España no está por el momento abocada a un escenario tan límite como el de otros países, el Gobierno ha decidido tomar medidas que ayuden a combatir esta amenaza. Así, recientemente ha aprobado la Estrategia Nacional de Lucha contra la Desertificación (ENLD), que destinará recursos del plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia a la restauración de ecosistemas y la gestión forestal sostenible y pondrá en marcha el programa Restaurando paisajes y agua.
Los fuertes riesgos de escasez de agua eran conocidos y esperados, pero en los últimos años se ha visto acelerada por las extremas consecuencias del cambio climático, la presión en el uso de suelos y el agua, así como por el abandono de espacios agrícolas y forestales.
El informe Drought in numbers 2022 publicado por la ONU señala que, actualmente, más de 2.300 millones de personas se encuentran en situación de estrés hídrico y pronostica que para el año 2050 las sequías podrían afectar a más de las tres cuartas partes de la población mundial. La magnitud del problema es tal que el organismo internacional considera que la sequía y la desertificación podrían convertirse en la “próxima pandemia”.
España no es ajena a esta realidad. Tanto las sequías como la desertificación dañan gravemente a nuestro país, donde el 74% del territorio es susceptible de verse afectado. El hecho de haber tenido que convivir con las sequías y sus consecuencias desde hace décadas ha puesto de manifiesto la necesidad de integrar este fenómeno en la planificación hidrológica. Los planes de tercer ciclo pretenden revertir la creciente tendencia en cuanto a demanda de agua, reduciendo las asignaciones establecidas para los distintos usos en más de 1.000 hm3 para adecuarlas a los escenarios futuros. Nuestro país es también una de las zonas de Europa más vulnerables a la desertificación. Más de nueve millones de hectáreas están catalogadas como zonas con riesgo alto o muy alto de ser afectadas por este proceso, especialmente en el tercio sur y los dos archipiélagos, y el 20% de las tierras se considera ya degradadas.