Lula da Silva promete acabar con la deforestación de la Amazonía

El presidente electo ha presentado el programa medioambiental más ambicioso del país y se ha comprometido a preservar la selva tropical y los derechos territoriales de los pueblos indígenas, cuyas tierras fueron explotadas por madereros, mineros y ocupantes ilegales bajo el Gobierno de Bolsonaro.

Brasil está listo para reanudar su liderazgo en la lucha contra la crisis climática. Probaremos, una vez más, que es posible generar riqueza sin destruir el medioambiente”. Apenas una treintena de palabras que, como semillas, han servido para plantar de nuevo el compromiso del país que gestiona el mayor porcentaje de la selva más importante del planeta, la del Amazonas, y dos de las primeras proclamas con las que el reeditado presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, quiso presentarse de nuevo ante el mundo minutos después de saberse vencedor de las elecciones sobre su rival Jair Bolsonaro.

Lula hereda de Bolsonaro un Amazonas que agoniza, asolado por devastadores y la mayoría provocados incendios (sólo este año han sido detectados casi 80.000 focos), talas masivas y no perseguidas y una muy expandida industria agropecuaria. La Amazonía es hoy también objeto de una invasiva minería ilegal azuzada por la crisis económica y por unas autoridades deliberadamente despistadas.

Entre las decisiones políticas aupadas por el declarado escepticismo climático de Bolsonaro han destacado el debilitamiento de las autoridades ambientales y de control y la congelación del Fondo Amazonía (entidad de carácter internacional a la que otras naciones hacían aportaciones económicas para el mantenimiento del Amazonas).

La monetización de la selva practicada por el Gobierno saliente se traduce en un repunte del 75% anual en la tasa de destrucción de la selva, el hostigamiento y cerco a las tribus nativas en pos de la actividad industrial y minera y una muy potente pérdida de la biodiversidad.

Una promesa de vuelta a la responsabilidad

Lula da Silva accedió por primera vez al Gobierno brasileño en 2003, encontrando unas tasas de deforestación que casi duplicaban las actuales. Según el Instituto Brasileño de Investigaciones Espaciales, el que calibra la situación del Amazonas, el área deforestada abarcaba casi 20.000 kilómetros cuadrados, quedando recortada a los 6.000 diez años después. La deforestación repuntó de nuevo por encima de los 13.000 al cierre de 2021.

Para recuperar la senda, Lula da Silva escribe en su programa varias iniciativas que pivotan sobre una de sus frases de campaña: “Si entonces logramos reducir la deforestación un 80%, ahora lucharemos por la deforestación cero”. Primero, plantea retomar el control sobre las actividades ilegales y observar tajantemente el Código Forestal Brasileño, la norma, en vigor desde 1965, que establece pautas sobre el uso de la propiedad y el equilibrio entre la actividad económica y la preservación. Además, es promesa electoral la creación de un Ministerio de los Pueblos Indígenas que vele por su permanencia y, también, por el veto de la extracción ilegal de oro y otros minerales en zonas protegidas.

Más allá, se promociona el compromiso de apoyar el emprendimiento de opciones “bio-económicas” con las que precipitar una transición hacia la agricultura y minerías sostenibles, al tiempo que se plantea potenciar la agricultura familiar garantizando precios mínimos de los alimentos y, así, la viabilidad económica de esta actividad.

El nuevo líder brasileño quiere, también, recuperar el favor internacional y coser otra vez los compromisos mundiales para con la selva Amazónica.