Inversiones en materia de agua, ahora o... será tarde

Los grandes expertos mundiales vaticinan que en cuanto se supere la actual pandemia del COVID-19 se deberán comenzar a abordar dos asuntos de vital importancia para la humanidad: el denominado cambio climático y la producción de alimentos. Ambos están más que ligados, son prácticamente paralelos, pues pese al avance de técnicas, cultivos, prácticas y nuevas tecnologías, producciones agrarias y ganaderas siguen dependiendo en un alto porcentaje de las condiciones meteorológicas. Y otro factor está ligado a los anteriores, especialmente en las zonas rurales, la despoblación, es decir, el abandono paulatino de los pueblos, sobre todo de jóvenes, por falta de oportunidades laborales en su lugar de nacimiento.

Todos estos temas se están abordando a nivel global, a veces, demasiado teóricamente, sin tener en cuenta a los actores principales, los habitantes de las zonas rurales y los agricultores y ganaderos.

Cambio climático y producción de alimentos no deben ser abordados exclusivamente por expertos, sino, principalmente, por quienes más lo sufren: agricultores y ganaderos. Los conceptos teóricos de ambos problemas mundiales deben llevarse al terreno, si no, de nada servirán congresos, jornadas, acuerdos... Y deben presupuestarse y ponerles fecha para su posterior desarrollo.

En cuanto a la producción de alimentos en ocasiones se habla de exceso de cosechas, mientras organismos internacionales como la ONU o la FAO advierten sobre el aumento de la demanda de alimentación de la población mundial. Esta producción también requiere de estudios sobre rentabilidad y mercados, así como un control de los márgenes comerciales. Igualmente, es fundamental una política correcta sobre exportaciones e importaciones de productos agroalimentarios procedentes de países que producen con escasas medidas de control sanitario, laboral o medioambiental. Es fundamental, máxime en la época actual, apostar por productos de origen cercano, potenciando el mercado nacional.

En cuanto a nuestro territorio, el Alto Guadiana, en el corazón de Castilla-La Mancha, las diversas administraciones llevan muchos años, demasiados, sin realizar inversiones importantes ni acometer infraestructuras. Es más, son escasos los estudios rigurosos realizados y menos las soluciones aportadas en torno al regadío de la zona, verdadero motor socioeconómico de la comarca de La Mancha. Y así van más de 30 años. En los que los agricultores han visto limitadas sus dotaciones de riego mientras que no se han adoptado otro tipo de soluciones y mientras los Planes Hidrológicos de cuenca apenas se cumplen.

La lucha contra el cambio climático no puede estar solo basada en la denominada arquitectura verde, debe conllevar importantes inversiones en infraestructuras o en otras acciones como la adquisición de derechos de agua en zonas de especial protección. Y todos estos planteamientos deben ser acometidos con ámbito nacional, pues las cuencas de los ríos españoles discurren por varias comunidades, cada una con sus peculiaridades, y una estrategia localista no arreglará el problema y generará nuevos enfrentamientos entre territorios.

A principios de este año, la borrasca Filomena dejaba miles de hectómetros cúbicos en forma de lluvia, hielo y nieve, con 256.000 kilómetros cuadrados cubiertos de blanco en casi toda España. Tanto es así, que estimaron en más de 5.000 hectómetros cúbicos las precipitaciones -cifra similar al consumo urbano durante un año-, que se están dejando notar semana a semana en el aumento de las reservas hídricas de cada cuenca hidrográfica. Y seguirán, pues en los próximos meses los deshielos las zonas de montaña españolas supondrán nuevos aportes de agua a ríos, arroyos, embalses...

Muchos de los estudios sobre cambio climático apuntan a que no disminuirán las cantidades de lluvia, pero sí la forma, agrupándose en menos episodios, pero mucho más intensos, como ocurrió a principios de año en toda España.

Por ello, resulta más necesario que nunca acometer urgentemente el diseño y la construcción de infraestructuras que permitan aprovechar estas cuantiosas precipitaciones para los meses siguientes. No deja de ser la sencilla técnica del camello. Y, por supuesto, estas infraestructuras deben completarse con un uso racional y eficiente del agua, a todos los niveles -urbano, personal, industrial, agrario, recreativo, etc.- y con acciones como el uso de desaladoras, mejoras de sistemas de depuración o mejoras de las redes de distribución, porque el tema del agua en España es nacional, interrelaciona a unas comunidades autónomas con otras y no debe ser nunca motivo de desencuentro. Sinceramente, creo que si se invierte adecuadamente y se conciencia hay agua para todos.

Y es fundamental que la innovación y la tecnología lleguen al agua. Si lo han hecho algunas empresas, pero las administraciones no invierten lo suficiente en agua, tampoco en este capítulo de I+D+i.

La denominada arquitectura verde, definida como “la que trabaja con la inspiración del entorno ecológico para proteger la calidad del agua y reducir el consumo o el desperdicio de agua”, como concepto es totalmente defendible, pero es imposible acometerla si no está sustentada en una serie de infraestructuras, de todo tipo, que actualmente no existen en España. País donde hace muchos años que las administraciones dejaron de invertir en serio en materia hidráulica, desconocedores, quizás, del lema “sin agua no hay vida”. O porque piensan que cae puntualmente del cielo. Y la solución es siempre la misma, volver la vista al regante, como si fuese posible producir patatas, lechugas, filetes, vino, queso, aceite, naranjas o plátanos sin agua.

Sin la agricultura de regadío -fundamental para la producción de alimentos- muchas zonas de España desaparecerán definitivamente, además de que se perderían numerosas especies y hábitats. Por eso es urgente acometer una planificación hidrológica nacional, con presupuesto suficiente, y ya es casi tarde.