Defender los humedales: una necesidad para evitar una crisis de agua dulce

El planeta se encuentra inmerso desde hace tiempo en una creciente crisis de agua dulce. Se está utilizando más agua de la que se puede reponer, destruyendo el ecosistema del que más depende la vida en general: los humedales. El agua y los humedales, bien sean ríos, lagos, marismas, turberas o arrecifes de coral, están unidos en una convivencia inseparable y fundamental que garantiza el mantenimiento de la vida, el bienestar y la salud de personas y animales.

Estos espacios naturales actúan como fuente y purificador del agua, ofrecen alimento y energía, mitigan desastres ambientales como inundaciones y sequías, almacenan más carbono que ningún otro ecosistema y funcionan como esponjas que ayudan a regular los flujos del recurso hídrico. Además, actúan como sustento de una importante tasa de biodiversidad (el 40% de los animales y plantas del mundo viven o se reproducen ellos) y el valor económico por los servicios que prestan a la humanidad es cinco veces mayor que el que proporcionan los bosques tropicales. Pero el valor y los beneficios que aportan al hombre y a la naturaleza sigue sin ser plenamente reconocido, y a menudo se subestima su contribución de bienestar humano.

Esto ha hecho que la gestión de los humedales no haya sido aprovechada convenientemente en el diseño y planificación del desarrollo. En muchos casos los intereses económicos y políticos llevan a tomar decisiones limitadas y a corto plazo que impulsan la pérdida y degradación de los humedales de todo el planeta.

A escala mundial, los humedales continentales y costeros cubren más de 12,1 millones de kilómetros cuadrados, una superficie casi tan grande como Groenlandia, según datos de la Convención de Ramsar, único tratado internacional que se centra en los humedales.

Sin embargo, la actividad humana (drenaje para agricultura, desarrollo urbano e infraestructuras), la contaminación (más del 80% de las aguas residuales se vierten en los humedales), la polución (por plástico y fecal), la falta de políticas que garanticen su protección y, por supuesto, el cambio climático, ha provocado que, entre 1970 y 2015, se haya perdido el 35% de los humedales naturales a una tasa tres veces mayor que el porcentaje de desaparición de bosques. El cambio en el uso de la tierra que ha tenido lugar en los últimos años ha provocado un drenaje de los humedales a gran escala y, en consecuencia, un importante cambio en las características ecológicas debido a la creación de embalses y otros sistemas de almacenamiento. En España, por ejemplo, se han construido presas en los principales ríos. La extensión de los embalses ha aumentado aproximadamente un 30% y el cultivo de arroz alrededor de un 20% , aunque no han conseguido compensar la pérdida de los naturales.