Acuerdo de París, la hora de la verdad

El 1 de enero entró el vigor el Acuerdo de París, el nuevo marco que regirá la lucha contra el cambio climático durante las próximas décadas. Entre sus objetivos principales, el que recoge su artículo 2: “Mantener el aumento de la temperatura media mundial muy por debajo de 2ºC con respecto a los niveles preindustriales, y proseguir los esfuerzos para limitar ese aumento de la temperatura a 1,5ºC con respecto a los niveles preindustriales”.

Pasados cinco años desde su aprobación, debemos decir que la salud de nuestro planeta es mucho más mala que en 2015 y las peores previsiones se han ido cumpliendo. Es cierto que hay iniciativas individuales esperanzadoras: China, el principal país emisor, ha prometido alcanzar el pico de emisiones de CO2 antes de 2030 y ser neutro en carbono en 2060; Estados Unidos. ha anunciado que volverá al Acuerdo de París, y la Unión Europea acaba de anunciar que para 2030 quiere obtener una reducción neta de entre el 50% y el 55% en sus emisiones, frente al 37,5% prevista anteriormente..., pero no se está avanzando lo suficiente.

Año tras año se baten records de aumento de temperatura en todo el planeta. Las olas de calor siguen aumentando, la ciudad siberiana de Verjoyansk alcanzó el pasado junio una temperatura de 38 grados. Múltiples estudios científicos han demostrado que la capa de hielo de Groenlandia se está derritiendo a un ritmo sin precedentes. Y ese deshielo produce la crecida de los océanos, cuyo nivel subió 15 centímetros en el siglo XX, según expertos climáticos de la ONU, quienes advierten que para 2050 más de 1.000 millones de personas que viven en zonas costeras poco elevadas podrían verse amenazadas.

Un nivel del mar no sólo más alto sino que su agua es más caliente y acidificada. Otro dato de la ONU señala que en este 2020 más de 50 millones de personas se han desplazado por inundaciones o sequías. Sin olvidarnos de las tormentas, huracanes, incendios forestales, plagas... que está generando el calentamiento de nuestro planeta. Todo ello supone una amenaza cada vez mayor a la salud de las personas, la seguridad alimentaria y la estabilidad económica y política de nuestro mundo.

A todo lo anterior hay que añadir la llegada del Covid-19 que, pese a lo que algunos señalaban, no ha sido positivo en la lucha contra el cambio climático. Muchos países, de una manera totalmente comprensible, han tenido que desviar atención y recursos destinados a esta materia a hacer frente al virus, con lo que la situación es mucho más delicada que solo hace un año.

Sin embargo, esta nueva crisis sanitaria nos brida la oportunidad de cambiar y emprender un camino más ecológico, más sostenible y resiliente. Una forma de recuperarnos, que pasa por reducir nuestras emisiones. Si apostamos por acciones climáticas frente a la crisis sanitaria, conseguiremos reducir las emisiones que generamos y así llegar a los compromisos que hace cinco años firmamos en París. La recuperación económica y social de esta crisis sanitaria puede tener uno de sus ejes en la sostenibilidad y así se contempla en iniciativas como el Pacto Verde Europeo.

No se puede decir que no haya consenso en este punto. Si repasamos los datos vigentes de la ONU, veremos que 195 países han firmado el Acuerdo de París; 189 lo han ratificado y 126 se han comprometido a lograr cero emisiones en el año 2050. Todos estos datos son sin duda alentadores, pero deben traducirse en políticas y acciones a corto plazo. Todos los países y todos los gobiernos deben aumentar sus compromisos, ser mucho más ambiciosos, y aplicar de una manera más rápida y de forma más enérgica sus políticas de reducción. Solo así conseguiremos limitar el calentamiento global. Para esta recuperación verde necesitamos crecer en tecnologías e infraestructuras sostenibles, apostar por un transporte de “cero emisiones”, impulsar soluciones basadas en los ecosistemas naturales y, por supuesto, eliminar los subsidios a cualquier tipo de combustible fósil, haciendo especial hincapié en el carbón.

EE.UU. y Europa han hecho los deberes y el consumo de carbón ha descendido en un 34% desde 2009. En EE.UU., por ejemplo, las energías renovables y el gas natural le han ganado cuota de mercado al carbón que ha descendido en su consumo y producción. Y todo ello pese a las ayudas que el sector minero ha recibido de la Administración Trump en los últimos años. Tanto es así que la minería Peabody Energy, una de las empresas extractoras más importantes del mundo, ha anunciado que puede volver a entrar en bancarrota por segunda vez en cinco años.

Pero esta es una victoria parcial, porque mientras Europa y Estados Unidos reducían el consumo de carbón, Asia lo incrementaba en un 25%. En este continente es donde se consume el 77% de todo el carbón del mundo, dos terceras partes solo en China seguida de India. La transición en Asia puede no ser tan “sencilla” en parte por el control estatal en toda la cadena de valor, desde la extracción de carbón hasta la distribución eléctrica, lo que no permite una libre concurrencia de mercado ni una ofertacreíble de libre competencia en el uso de energías renovables.

Por otro lado, la falta de alternativas laborales para millones de personas y regiones enteras de algunos países para los que el carbón es su único modo de vida, puede hacer que la oposición a abandonar el carbón en Asia sea feroz. En este aspecto la ayuda de otros países que ya han culminado esta transición será esencial y el papel del sector privado será muy importante.

En conclusión, son muchas las empresas de diferentes sectores y tamaños que ponen cada día su granito de arena en lucha contra el cambio climático. Muchas de ellas llevan años haciéndolo aún sin tener la obligación, pero sí la convicción. Sólo de un proyecto común entre empresas, gobiernos, organizaciones e individuos saldrá la fuerza necesaria para que el cumplimiento del Acuerdo de París sea un éxito; y así debe ser porque nos jugamos mucho.