Yo, el agua, reclamo unidad

Decís que soy escasa e imprescindible para la vida, cierto, pero no comprendo entonces por qué no me tratáis bien. Continuamente olvidáis que sucia o no, seguiré siendo agua y que el tiempo me limpiará, pero en el entretanto soportaréis muchos males a causa del deterioro que sufrirá el medio ambiente, que tal vez con el paso del tiempo también sanará. Paracelso lo dijo hace muchos años: “a la naturaleza se la respeta imitándola”. Es hora ya de que marginéis las discusiones estériles, olvidéis intereses egoístas y partidistas y os unáis con el objetivo de preservarme.

El agua nos insta a que seamos sensatos y la respetemos. Es hora de reflexionar con humildad y tomar decisiones sobre el uso adecuado de este recurso, fuente de bienestar o desdicha, de salud o enfermedad, de riqueza o pobreza.

En el fondo, lo que el agua pide es que los distintos agentes que, de una forma u otra, intervienen en su gestión se unan en torno a un fin común, mantenerla en un estado adecuado de conservación, superando intereses insolidarios.

Este año celebramos el día del agua bajo el lema “El valor del agua” que, a bote pronto, puede significar su valor como recurso para el sostén de la vida y del estado del bienestar, o, como bien económico, acepción que bastantes han seguido, quizás por haberse puesto de moda su introducción en los mercados de activos. En la realidad, en el agua convergen ambos aspectos, el primero por esencia y el segundo por necesidad.

Debemos superar los estadios de pensamiento que consideraban el agua como bien público o privado para situarla en lo público, lo que no significa que los poderes públicos no puedan delegar temporalmente su gestión teniendo en cuenta que su gobernanza les incumbe a ellos y es irrenunciable.

El agua tiene un precio que, según la Directiva marco del agua, comprende los gastos necesarios para llevarla al consumidor en estado de calidad óptimo para su consumo y devolverla a la naturaleza limpia, incluidos los costes de primera instalación de las infraestructuras.

Ahora surge la cuestión de quién tiene que pagar ese precio. La respuesta es clara: quien la usa, teniendo en cuenta que los poderes públicos han de ayudar a las personas que no puedan costear, en todo o en parte, la factura.

En relación con el agua, cada cual defiende su parcela, algo lícito siempre y cuando se tengan en cuenta y cohonesten todos los intereses en juego con espíritu solidario.

Son muchas las administraciones públicas con competencias en agua, algunas solapadas, por eso es necesario insistir que se impone seguir trabajando en el Pacto Nacional por el Agua que sin razones aparentes se vio interrumpido. Este pacto está claramente en línea con cualquier ideología que busque el bien común.

El mundo del agua encierra una gran complejidad. Su valor económico es alto, pero lo es más su valor social, ya que el agua soporta todas las actividades humanas, y lo que es definitivo: la vida.

Esta vez no es cuestión de dar cifras, que en ocasiones ocultan la falta de ideas o se utilizan para tergiversar la realidad. Es cuestión de filosofar alumbrando verdades y carencias.

Ese mundo, complejo en lo tecnológico y en lo social, necesita de la ciencia y la técnica, de la innovación y la pedagogía para enseñar a las gentes el valor del agua y que la utilicen bien, consumiendo solo la que necesitan y no utilizándola como depósito de residuos sólidos, aceites, productos químicos, etc.

Son muchas las tareas a realizar desde que el agua se capta hasta que de nuevo llega a la naturaleza bien depurada o es reutilizada. En la base de todas estas tareas está el elemento humano, personas pertenecientes al sector público y privado, desde peones hasta especialistas, que miman el agua y se desvelan por mantenerla íntegra en las circunstancias más difíciles, como ha ocurrido en esta época marcada por la pandemia de Covid-19.

La gestión del agua requiere de infraestructuras verdes o tradicionales que también conllevan polémica. A veces se demandan, a veces se rechazan si pensamos que nos van a afectar negativamente, por eso y para superar estos incidentes es fundamental que el proyecto contemple estos extremos y busque soluciones que no perjudiquen a terceros, utilizando las técnicas existentes o inventándolas, que para eso están entre los sistemas de contratación, la asociación para la innovación y la compra pública de innovación.

Las infraestructuras son imprescindibles, pero solo las necesarias y viables por los beneficios sociales que puedan proporcionar; actuar con otros criterios es despilfarrar e ir en contra del interés público. En ningún caso han de servir para satisfacer sueños de grandeza, ni como arma política, por eso son tan importantes los planes hidrológicos de cuenca, norte y guía de las actuaciones que las administraciones públicas han de realizar para preservar el medio ambiente, pero que sean solo las actuaciones que aconseje la ciencia y la técnica atendidos los requerimientos sociales. Instalar una nueva infraestructura o actualizar la que ya existe cuesta dinero, y también su explotación.

Por ello es importante el proyecto y su ejecución, y por tanto que la adjudicación recaiga en la propuesta que presente la mejor relación calidad-precio, es decir una gran calidad técnica y un precio adecuado. La idea es gastar bien asegurando lo que de verdad necesitamos en el plazo previsto.

¡Superad vuestras diferencias, uníos a mí y tendréis futuro! Yo, el agua.