La escasa contundencia de Glasgow retrasa la lucha climática a 2022

La presión de los países más contaminantes, como China e India, ha diluido las expectativas de una cumbre que no ha conseguido alcanzar acuerdos firmes para frenar el calentamiento global. El mundo confía ahora en la COP27 de Egipto para revitalizar sus compromisos globales

Medidas poco ambiciosas, compromisos vagos y esfuerzos insuficientes. Estas podrían ser las principales conclusiones a extraer tras la celebración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP26). Una cumbre que se inauguraba con, quizá, expectativas demasiado elevadas, pero que ha finalizado dejando un reguero de críticas tanto dentro como fuera del claustro y que ha generado una sensación decepcionante incluso a los organizadores. “Nuestro frágil planeta sigue pendiendo de un hilo. Seguimos llamando a la puerta de la catástrofe climática”, reconocía el secretario general de la ONU, António Guterres, al finalizar el encuentro.

El llamamiento urgente a frenar el petróleo y el carbón ha quedado reducido al mínimo y tanto la declaración final como los acuerdos parciales sobre el metano, la deforestación y el fin de los coches de combustión, resultan poco efectivos para hacer frente a una crisis climática cada vez más acuciante, cuyas consecuencias ya son más que evidentes en todo el mundo, especialmente en los países en desarrollo.

Un “paso importante pero insuficiente”

Tras más de dos semanas de negociaciones y la redacción de varios borradores, los casi 200 países participantes firmaron el Glasgow Climate Pact, un documento final basado en “mantener vivo” el objetivo de limitar el calentamiento global a 1,5 grados que se fijó en el Acuerdo de Paris (2015).

Se trata de un acuerdo “imperfecto”, según Alok Sharma, presidente de la COP26, que recoge menos avances de los esperados y no es legalmente vinculante, pero que resulta “vital” para mantener el consenso. También puede servir como base para establecer una agenda global contra el cambio climático durante la próxima década. Su principal novedad reside en que pone de manifiesto la necesidad de reducir el uso de carbón y reconoce explícitamente su impacto destructivo como uno de los principales generadores de los gases de efecto invernadero.

En el texto original, los países firmantes se comprometían a “la eliminación de la energía de carbono no estabilizado y de los subsidios ineficientes a los combustibles fósiles”, pero una enmienda de última hora introducida por India y China hizo que la organización cambiara la palabra “eliminación” por “reducción progresiva” del uso del carbón. Este hecho provocó una ola de críticas y malestar en varias delegaciones, ya que alteraba uno de los compromisos esenciales de la cumbre: alcanzar un acuerdo mundial para la eliminación de los combustibles fósiles y el carbón en el corto y medio plazo.

Sin embargo, fue aprobado por el resto de países, aunque de forma muy reticente, para evitar que las negociaciones se rompieran y se cosechase un fracaso de dimensiones históricas.

“Es un paso importante pero no es suficiente” que refleja “los intereses, las contradicciones y el estado de la voluntad política en el mundo actual”, admitía el secretario general de la ONU, quien también lamentaba no haber podido alcanzar otros objetivos más ambiciosos como poner un precio al carbono, proteger las comunidades vulnerables o cumplir el compromiso de aportar 100.000 millones de dólares para la adaptación y la mitigación del impacto del cambio climático de los países en desarrollo. Si bien es cierto que la declaración final recoge este último punto, se limita a urgir a los países desarrollados a, al menos, duplicar en 2025 su financiación respecto a 2019.

A pesar de todas las limitaciones contempladas, en la práctica el Pacto Climático contribuirá a acelerar la acción contra el calentamiento global. En el texto se reconoce que limitar el calentamiento a 1,5ºC requiere de “reducciones rápidas, profundas y sostenidas de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, incluida una disminución de las emisiones de dióxido de carbono del 45% para 2030 en relación al nivel de 2010”. Asimismo, pide a los países participantes que informen de sus avances hacia una mayor ambición climática el año que viene, en la COP27, que tendrá lugar en Egipto.

Un pacto para evitar los peores efectos

Más allá de la declaración final, la COP26 ha servido para generar alianzas que contribuyan a recortar las emisiones en determinados sectores.

Uno de los más destacados ha sido el Compromiso Mundial del Metano al que se han unido 103 países y 20 organizaciones filantrópicas con el objetivo común de reducir un 30% las emisiones de este gas para 2030. Según Estados Unidos y la Unión Europea, principales impulsores de la propuesta, cumplir este objetivo permitiría limitar el aumento de las temperaturas en 0,2ºC para 2050 y evitar 200.000 muertes prematuras, cientos de miles de ingresos hospitalarios de urgencia por asma y la pérdida de 20 millones de toneladas de cosechas al año.

Y es que, como recordaba Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, “en torno al 30% del calentamiento global desde la Revolución Industrial se debe a las emisiones de metano”.

Así, este pacto tiene una importancia fundamental para evitar los peores efectos del cambio climático, pero el porcentaje comprometido no es suficiente para conseguirlo. Según el Escenario de Desarrollo Sostenible elaborado por la Agencia Internacional de la Energía, para 2030 las emisiones de metano deberían ser alrededor de un 70% más bajas que en 2020.

Los gases de efecto invernadero también han aumentado debido a la tala indiscriminada de bosques, que según el Instituto de Recursos Mundiales (WRI) absorben un 30% de las emisiones.

A pesar de los beneficios que aportan estos espacios naturales, un informe del Global Forest Watch advierte de que, sólo en 2020, el mundo perdió 258.000 kilómetros cuadrados de bosque, una superficie mayor que la del Reino Unido. Con estos datos sobre la mesa, los líderes de más de 120 países se comprometieron a detener y revertir la deforestación para 2030.

El compromiso, respaldado por 19.000 millones de dólares en fondos públicos y privados, abarca casi el 90% de los bosques de todo el mundo, lo que equivale a 3.700 millones de hectáreas de tierras, incluyendo las superficies tropicales de Brasil, la República Democrática del Congo e Indonesia.

En cuanto al transporte ecológico, más de 100 gobiernos, ciudades y grandes empresas firmaron la Declaración sobre coches y furgonetas con cero emisiones para poner fin a la venta de vehículos con motores de combustión en los principales mercados para 2035 y a nivel mundial para 2040. 

Un objetivo todavía no descartable

Los acuerdos alcanzados en Glasgow reflejan la toma de conciencia global sobre la necesidad de tomar medidas para evitar el desastre ambiental. De hecho, según Climate Action Tracker, si se cumplen todos los objetivos anunciados la subida de la temperatura a finales de siglo podría limitarse a 1,8º centígrados, no lejos del objetivo de 1,5º fijado en el Acuerdo de París. Sin embargo, es obvio que estos avances resultan insuficientes y contrastan con la falta de concreción de la declaración final, especialmente en determinados aspectos fundamentales a la hora de luchar contra el cambio climático.