Transición energética: ¿travesía o salto?

Si el economista Thomas Malthus (1766-1834) hubiese tenido una visión del mundo actual, su teoría del colapso de la sociedad por la escasez de recursos tendría algunos cambios sustanciales. En 1798, Malthus argumentó que el aumento exponencial de la población humana frente al crecimiento lineal de los recursos para su subsistencia hacía inviable esta sociedad en el futuro y estaba destinada a su inexorable colapso.

Esto era cierto para su época. Sin embargo, la población humana aceleró su crecimiento y los recursos para su subsistencia se producen (sobreproducen) a su voluntad. Está claro que Malthus no previó, en su ecuación, el desarrollo tecnológico, el despliegue consecuente de soluciones a las limitaciones naturales de su época ni que la aceleración de este desarrollo sería propiciada por el dominio de la energía, el cual se alimenta recíprocamente del exponencial avance tecnológico.

Gracias a la energía, el desarrollo de medios de producción, de transporte, infraestructura residencial, las tecnologías comunicacionales y el crecimiento económico asociado a estas no cesan. Bajo esta óptica, el mundo parece ser ilimitado dentro de una esfera de espacio finito.

Sin embargo, hay otro factor para introducir en la ecuación de Malthus, la degradación medioambiental, y con esta el deterioro de la calidad de vida y de una parte importante de los medios de producción. Los combustibles fósiles, fuente principal de nuestra energía, al combustionar liberan también dióxido de carbono (CO2). El problema está en que la demanda de energía es tal que las emisiones de este gas de efecto invernadero a la atmósfera terrestre se han producido a un ritmo sin precedentes en la historia de la tierra. Consecuentemente, la temperatura media de la troposfera se está incrementando, alterando la estabilidad climática e impactando sobre la biosfera y demás sistemas naturales, previéndose importantes efectos negativos sobre nuestro modo de vida.

Pero se suman otros problemas asociados con estos combustibles, la contaminación del aire, agua, suelos, reducción de la biodiversidad. La huella medioambiental es demasiado alta y no ha pasado inadvertida. Las advertencias de prominentes científicos y la presión social ejercida desde hace décadas han surtido efecto.

Se ha decretado, entonces, el inicio de la transición energética y no por falta de recursos, por eficiencia o rentabilidad, sino por la degradación medioambiental. El objetivo es migrar de esta fuente de energía contaminante a una no contaminante, las renovables. La atención, esfuerzos y las inversiones de capitales para acelerar esta transición son tan grandes como la urgencia de este cambio, tanto que se da la sensación de preparar un salto en vez de un recorrido (transición) adecuado para llegar a buen puerto.

Pero esta transición debe ser gradual a fin de controlar varios aspectos críticos para la adopción definitiva de la nueva fuente de energía. Enumero algunos: 1) aunque el avance y la accesibilidad de las renovables para la generación eléctrica ha sido bastante rápido, no lo ha sido así para los sistemas de su almacenamiento, crítico para esta fuente discontinua, ya que depende de factores intermitentes: luz solar, vientos, mareas; 2) el impacto medioambiental (ecosistema/paisaje) y visual en los lugares donde se instalan aerogeneradores o paneles solares precisa de estudios más amplios y profundos; 3) el hidrógeno tiene complicaciones de almacenaje y como alternativa se propone el amoniaco, pues, según expertos, es más eficiente y fácil de manejar; 4) la huella de carbono o medioambiental del ciclo de vida de los materiales, equipos y su funcionamiento en las renovables debe ser analizada profundamente para valorar su impacto real.

Se puede intuir, así, que existen aún varios interrogantes, desafíos y situaciones que es menester revisar y evaluar antes de dar un salto desesperado. La transición debe, por tanto, hacerse al ritmo que marque la velocidad con la que se controlen/precisen las variables más críticas que influyen o pueden influir en la adopción definitiva de la nueva fuente de energía.

La travesía del negro al verde tiene varios mecanismos o caminos y algunos de estos deben transitarse en simultáneo para minimizar el impacto de la producción energética fósil, mientras se van estudiando y probando/optimizando procesos para afianzar las renovables. Los mecanismos de mitigación se están empleando cada vez con mayor fuerza, entre estos la optimización de procesos, reemplazo de tecnologías ineficientes, ahorro de recursos y energía en diferentes sectores y niveles, mayor reciclaje de recursos, todos, apalancados por una creciente sensibilidad social.

Sin embargo, el problema es tan grande que no serán suficientes. Se requieren, entonces, medidas complementarias y más intensivas, como la implementación de tecnologías de captura de CO2 y gases contaminantes en las fuentes de emisión y directamente del aire (en este caso, mitigando las causas de la crisis climática y mejorando la calidad del aire); la producción de materias primas mediante la captura de CO2 (captura y utilización de carbono, CCU); incluso la generación de energía a partir de la captación de CO2. Esto es, impulsar tecnologías con huella de carbono y energía favorables y que propicien el modelo de desarrollo sostenible. La cuestión es la lentitud con que emergen, y es que hace falta mayor inversión selectiva para acelerar su desarrollo y aplicarlas industrialmente, mientras, paralelamente, las renovables van superando los desafíos tecnológicos y ganan terreno. Así, será una transición facilitada y no un salto a ciegas.

Hoy, como nunca, tenemos los recursos económicos, científico-técnicos y la voluntad política para hacerlo... ¡Hagámoslo acertadamente!