Economía de impacto o cómo salvar el planeta desde el sistema

El mundo ha funcionado sobre la base del binomio riesgo-retorno, pero ahora tenemos que avanzar y llevar el impacto al centro del capitalismo. Es la única forma en que nuestras empresas e inversores puedan aportar soluciones en lugar de crear problemas”. Me hago con estas palabras de Sir Ronald Cohen, presidente de Global Steering Group for Impact Investment, porque creo que describen el corazón de lo que realmente significa una economía de impacto: esa nueva economía en la que el éxito económico y el impacto social, intencionado y medible, van de la mano y se vuelven dos caras de la misma moneda, donde no podemos entender el uno sin el otro.

Si lo pensamos bien, es una idea potencialmente revolucionaria. Cada vez es más aceptado que la eficiencia económica no está reñida con la resolución de problemas sociales o medioambientales y la generación de valor para los diferentes públicos es algo que cada vez más empresas han ido integrando y ponen en práctica a través de sus estrategias de responsabilidad social empresarial (RSE).

Pero la lógica de la economía de impacto va mucho más allá: la empresa mide su éxito en función de la consecución de objetivos empresariales y económicos, pero también de objetivos de impacto social y medioambiental. Eso significa que el impacto ya no puede ser algo accesorio, sino que se convierte en parte intrínseca del modelo de negocio, la cadena de valor, la cultura organizativa y, en definitiva, del ADN de la empresa. La pregunta clave para el desarrollo de negocio de una empresa en este contexto ya no es “¿cómo podemos ganar dinero?” sino, “¿cómo podemos contribuir a resolver el problema social X o Y, y a la vez ganar dinero?”.

Este cambio no es banal, significa transformar los criterios con los que se toman las decisiones más estratégicas, y de ahí se derivan en cascada múltiples cambios que afectan potencialmente a la manera de operar de todos los departamentos de una empresa. Este cambio no puede ser, por tanto, patrimonio de las fundaciones empresariales o los departamentos de RSE, sino que requiere, en última instancia, del compromiso, apuesta y ejemplo de los comités de dirección y de las juntas de accionistas.

Aunque en España este aún parece un concepto incipiente, la realidad es que durante los últimos años ha crecido exponencialmente en todo el mundo, agrupando a miles de profesionales, emprendedores, grandes empresas, inversores y otros agentes que buscan desarrollar nuevas líneas de negocio que generen impacto social y medioambiental positivo. Un crecimiento que en números de inversión directa se ha situado en los 705 mil millones de dólares en 2019, con un crecimiento anual del 42% respecto al año anterior.

El cambio del modelo económico viene siendo necesario desde hace muchos años, sobre todo si se quiere cumplir con la Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), los que constituyen un llamamiento universal a la acción para poner fin a la pobreza, proteger el planeta y mejorar las vidas y las perspectivas de las personas en todo el mundo. Pero ahora, con la crisis sanitaria (y económica) provocada por el Covid-19 y la crisis climática que amenaza la subsistencia de la vida tal como la conocemos, se hace urgente e imprescindible.

Es en este contexto donde surge un movimiento que aboga por aprovecharla crisis global que estamos sufriendo para repensar nuestra forma de vivir y apostar definitivamente por una economía de impacto y por una reconstrucción en verde, de manera que se pueda ligar la recuperación y el crecimiento económico a la lucha contra el cambio climático.

Esta es una llamada, entre otros, del Panel Internacional sobre Cambio Climático, que advierte que tenemos una década para reducir aproximadamente a la mitad las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Son cifras en las que nos encontrábamos en la década de los 60, pero regresar a ese nivel para 2030, cuando la población mundial será más del doble y su producción económica diez veces mayor, no se conseguirá solo impulsando la industria tradicional.

Si apostamos por una recuperación más centrada en el impacto medioambiental, no solo será positivo en términos de sostenibilidad, sino que también tendrá un gran rendimiento económico. Un ejemplo claro: la inversión en energía verde podría acelerar el crecimiento después del coronavirus, generando un impulso de 98 mil millones de dólares del PIB mundial, según apunta el informe sobre el futuro de la energía de la agencia Internacional de las Energías Renovables. Pero no solo eso, sino que el despliegue de energías renovables a escala multiplicaría por cuatro el número de empleos en energía verde, hasta los 42 millones en todo el mundo para 2050.

Sí, las buenas empresas pueden contribuir al impacto positivo... y el impacto positivo puede contribuir a que tengamos buenas empresas. Sir Ronald Cohen calcula que la resolución de los ODS esconde una oportunidad de inversión de más de 30 trillones de dólares de aquí al 2030.

La economía de impacto puede parecer una utopía, pero está aquí para quedarse. Porque sin ella no conseguiremos frenar los graves problemas sociales y ambientales que amenazan a la supervivencia y calidad de vida de las personas y con ellas de las empresas. Pero también porque la presión financiera, legislativa, ciudadana, del mercado y del talento, no dejará otra opción a las empresas.

Es hora de coger el toro por los cuerpos e iniciar esta transformación. Es hora de que los valores que tenemos en casa los traslademos al trabajo y los integremos en las estrategias de negocio de nuestas empresas. Es hora de ponerse las gafas del impacto y ser valientes para soñar qué mundo queremos construir. Desde Ship2B ya estamos trabajando en ello y contamos con un amplio ecosistema de profesionales, emprendedores, grandes empresas, inversores y otros agentes que apuestan por impulsar una Economía de Impacto real. Cada día somos más, ¿te unes?