Mar Menor: el colapso de la mayor laguna salada de Europa

Décadas de contaminación sostenida, de malas prácticas agrícolas, un urbanismo irregular y los efectos del cambio climático, han abocado sus aguas al desastre ecológico

El Mar Menor ha dicho basta. La laguna más importante del Mediterráneo Occidental ya no es capaz de procesar y asimilar la ingente cantidad de fertilizantes que desde hace décadas reciben sus aguas y ha desarrollado un más que preocupante proceso de eutrofización que desde 2016 produce la famosa ‘sopa verde’.

El pasado 12 de octubre, los vecinos de la zona se levantaban con una imagen dantesca: toneladas de peces, crustáceos y anguilas flotando muertos en sus aguas. Sin embargo, no era una circunstancia nueva, ya que desde hace años el mar registra numerosas incidencias que hacen temer por la supervivencia de la flora y la fauna marina.

Este colapso ecológico se debe, principalmente, a dos causas. Por un lado, las 1.575 toneladas de nitratos y fosfatos que el regadío intensivo del Campo de Cartagena aportó sólo el año pasado y, por otro, la cada vez más usual concurrencia de los fenómenos meteorológicos extremos. Todo ello hace que la salinidad, su escudo protector, se desintegre.

El problema de la mayor laguna salada permanente de Europa se ha multiplicado en los últimos tiempos, asimismo, por la acumulación de ingredientes locales tales como el arrastre de sedimentos procedentes de la actividad minera y la deforestación, la contaminación por hidrocarburos de las embarcaciones a motor y la saturación urbanística que presenta una red de saneamiento mal diseñada.

La contaminación que durante años ha registrado el Mar Menor se hizo patente en el 2016, cuando sus aguas, hasta entonces cristalinas, se convirtieron en sopa verde a causa de la eutrofización. Este proceso, que además de teñir el agua de color verdoso provoca la muerte de la pradera marina, es debido a una excesiva entrada de nitratos que abonan las algas haciendo que estas se reproduzcan de forma descontrolada e impidan la penetración de la luz hasta el fondo marino.

La sopa verde ya se ha convertido en un fenómeno habitual pero, en los últimos años, se ha visto agravado por la creciente intensidad de las lluvias. Y es que las dos circunstancias unidas hacen que se formen dos capas en el mar: una más superficial, que ve reducido su nivel de salinidad al mezclarse con agua dulce de lluvia con sedimentos y restos orgánicos, y otra más profunda que comienza un proceso de descomposición y muestra síntomas de anoxia. Las especies que viven en el fondo se ven obligadas a huir a las capas superiores buscando oxígeno e intentando escapar de los compuestos tóxicos. En una situación normal, los peces habrían podido sobrevivir durante unos días habitando las capas superficiales -de hecho, en 1987 ya se registró una situación similar- pero el cambio de la climatología y la degradación que sufre la laguna hicieron que el pasado mes de octubre las capas se desplazaran, dejando a los peces atrapados sin poder escapar y provocando su muerte.

El fenómeno podría repetirse en los próximos días, ya que las lluvias registradas en el mes de abril han empeorado los parámetros del agua haciendo temer lo peor. Los últimos datos oficiales registran una transparencia de 1,20 metros frente a los 4,66 del año pasado, y el nivel de clorofila se sitúa en 4,12 microgramos por litro, 13 veces más que en 2019 en las mismas fechas. Pero lo más preocupante es el nivel de salinidad cifrado en 37,95 gramos por litro, mientras que en 2019 era de 43,47 g/l.

Una situación previsible

El Campo de Cartagena se ha convertido en una inmensa máquina de regadío que se incentiva desde hace años debido a su gran actividad exportadora. El cambio del modelo agrícola comenzó en 1979 con el trasvase Tajo-Segura y, desde entonces, el cultivo de regadío, se ha intensificado especialmente en los terrenos situados al sur del Mar Menor.

En las tres últimas décadas se ha modificado la parcelación y se ha ido eliminando paulatinamente la estructura bancalizada de terrazas que retenía el agua en la plantación para hacer los recintos más grandes y uniformes. A medida que las unidades de explotación crecían, los restos de las terrazas se terminaron por eliminar completamente, se comenzó a plantar a favor de pendiente y se pusieron en cultivo zonas que anteriormente tenían vegetación forestal.

Por eso, los expertos señalan a la agricultura intensiva como principal causa del problema. Aseguran que los nitratos de los abonos han contaminado el terreno y las aguas subterráneas que acaban vertiéndose en el Mar Menor.

A esto hay que sumar el problema derivado de la actividad de las desaladoras. La Confederación Hidrográfica del Segura autorizó en 1994 una red de plantas de desalinización que permitía usar el agua de acuíferos salobres para riego. La concesión no se renovó, pero se siguieron utilizando y sus vertidos han favorecido la llegada de nitratos al mar. Por otro lado, las grandes instalaciones, como Valdelentisco y Torrevieja, no se han utilizado para el riego que se debía cubrir con el trasvase Tajo-Segura en momentos de déficit de agua, sino que en muchas ocasiones se han usado para nuevos regadíos ilegales.

El punto de inflexión

El episodio del pasado 12 de octubre parece haberse convertido en un revulsivo a la hora de adoptar medidas políticas que recuperen una laguna al borde del colapso. Por primera vez, la Confederación Hidrográfica del Segura (CHS) ha dado a conocer la superficie que se está regando sin autorización en la zona del Campo de Cartagena y estima la existencia de unas 9.500 hectáreas sin concesión en el Registro de Aguas del organismo de la cuenca. En 2018 se autorizó el regadío en 43.071 hectáreas, es decir, un 22% de lo permitido el año pasado.

El cálculo se ha realizado por teledetección -técnica que compara la superficie autorizada con la que se detecta por satélite-, y ahora la CHS tendrá que comprobar la veracidad de los datos. De momento, ha determinado que 1.600 de esas 9.500 hectáreas no cuentan con ninguna posibilidad de tener derechos de agua, por lo que se han enviado los 147 expedientes correspondientes a la Consejería de Agricultura de Murcia -la competente para desmantelar los regadíos ilegales- y los terrenos deberán volver a su estado natural.

Por su parte, el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) lleva meses trabajando en un Programa Verde integrado por actuaciones para la recuperación del humedal, que “ordena, selecciona y prioriza” las propuestas del plan de Vertido Cero que los científicos recomiendan para minorar las principales presiones que está sufriendo el Mar Menor: la disminución de cota del acuífero y el recorte drástico de entrada de agua dulce por las ramblas, principalmente la del Albujón, con el bombeo que sigue pendiente.

Mientras tanto, ha publicado una hoja de ruta que recoge las medidas identificadas como urgentes y un informe de situación donde examina la evolución de las medidas ya ejecutadas. Entre los trabajos más acuciantes destaca la mejora de la red de saneamiento, que es incapaz de retener las aguas residuales en momentos de gota fría y provoca inundaciones y desbordamientos que acaban llevando las aguas sucias al Mar Menor. Para ello, plantea mejorar los sistemas de drenaje urbano reduciendo la carga contaminante de las aguas pluviales y no descarta ampliar las instalaciones de depuración.

Voces por el Mar Menor

Las plataformas en defensa del Mar Menor abogan por una Ley de Protección Integral y por la aplicación estricta de las directivas de la Unión Europea para espacios de estas características. La asociación Pacto por el Mar Menor logró reunir el pasado 30 de noviembre a más de 55.000 personas en Cartagena para defender su laguna. Todos confían en que la presión popular, cada vez más patente, llame la atención de las autoridades y que el Mar Menor, cansado de quejarse sin voz, sea finalmente escuchado.