Tuberculosis bovina: ¿por qué protestan los ganaderos?

Con la encolerizada protesta protagonizada por un grupo de ganaderos en Salamanca ha emergido la punta de un iceberg debajo de la cual hay hartazgo de todo el sector nacional con unos programas de saneamiento animal que no dan los resultados esperados y aseguran que ahonda su ruina.

La tuberculosis bovina salta de nuevo a la palestra. Y decimos de nuevo, porque esta infección causada por la bacteria Mycobacterium bovis es, por desgracia, una vieja conocida de nuestros ganaderos -y de los de toda Europa-. Tanto, que las primeras actuaciones de lucha frente a esta enfermedad se iniciaron en nuestro país en los años 50 y, desde entonces, y de acuerdo con las posteriores directivas comunitarias, no han dejado de sucederse programas de erradicación.

Con ellos se ha incrementado la sensibilidad en el diagnóstico, mejorado la gestión de los factores de riesgo identificados y estudiado epidemiológicamente la evolución de las medidas de lucha. Pero, pese a los esfuerzos y a que, territorios como Galicia o Asturias han logrado ser declarados libres de la enfermedad, ésta sigue presente en nuestra cabaña y, según el informe técnico-financiero del Programa Nacional de Tuberculosis Bovina 2022 del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación (MAPA), “no se consideran cumplidos los objetivos marcados por la Comisión Europea, ya que “el objetivo para 2022 era del 1,29% y se ha reducido hasta el 1,40%, y, con respecto a la incidencia, el objetivo era del 0,60 % y se ha situado en el 0,80%”. Con esos resultados y asfixiados, este año más si cabe por la subida de costes y la sequía, los ganaderos alzan la voz para gritar que no pueden soportar por más tiempo unos programas de saneamiento que, subrayan, les estrangulan anímicamente y hunden económicamente sus explotaciones.

El pasado 5 de junio las imágenes de un grupo de profesionales intentando asaltar la delegación territorial de la Junta de Castilla y León en Salamanca dieron la vuelta al país. El carácter violento de la protesta copó los titulares, pero también nos ha llevado a preguntarnos que hay tras esa punta del iceberg.

Junto a ella, ha emergido el recurso contencioso administrativo que el MAPA interpuso contra una resolución previa de la Consejería de Agricultura y Ganadería de Castilla y León que flexibilizaba los movimientos del ganado bovino en la Comunidad contraviniendo la reglamentación europea. Bien pudiera parecer que la vuelta a la limitación de esa movilidad, que impide sacar animales fuera de Castilla y León -ni siquiera a las tres provincias consideradas libres de tuberculosis, Burgos, Valladolid y León-, motivaba la protesta -en todo caso desproporcionada-, pero lo cierto es que los ánimos ya vienen caldeándose desde tiempo atrás y que no ha sido este tira y afloja político y judicial, ni tampoco medida o actuación puntual, lo que ha hecho que, definitivamente, el vaso rebasara. Un vaso que, además, no es exclusivo de Salamanca ni del territorio castellano y leonés, sino que acumula gotas de hartazgo de todo el sector a nivel nacional.

Así lo afirma Jesús Benito, ganadero charro y uno de los cientos de profesionales que se han adherido a Unión por la Ganadería, colectivo que lleva gestándose meses, en el que ya hay involucradas una quincena de asociaciones y colectivos ganaderos, cooperativas como Dehesa Grande, la Asociación de Veterinarios de Producción Animal de Salamanca, alcaldes de zonas afectadas e incluso las organizaciones profesionales agrarias Asaja, UPA, COAG y UCCL, y al que siguen sumándose cada día integrantes ávidos de hacer escuchar la voz de un sector en situación crítica.

Jesús es uno de los afectados y dice no poder más porque su explotación, como la de tantos, está “llegando al punto de no ser viable”. “Hacemos los saneamientos que nos marcan y no tenemos ningún problema porque nosotros también vamos a la carnicería y, lógicamente, somos los primeros interesados en que el ganado esté sano”, pero, explica, “si tengo un animal que reacciona a la tuberculina, inmediatamente va a matadero, mi explotación queda inmovilizada y mientras yo sigo pagando pastos a los que no puedo llevar a mis animales”, amén de unos costes de producción por cada uno que no va a rentabilizar.

“Esto es lo que verdaderamente harta al sector”, según subraya Javier García Calvillo, veterinario y director técnico de la Federación Española de Criadores de Limusin.

Así se intenta controlar la enfermedad

Perfecto conocedor del proceso, este veterinario explica que “al menos una vez al año, se le realiza el test de la tuberculina a toda la cabaña bovina, así como cada vez que un animal a vida se mueve a otra explotación”. Esta prueba consiste en inocular un reactivo al animal vía intradérmica y medir el grosor de la piel, a las 72 horas, para detectar la respuesta producida. Pese a que el método no es 100% fiable y en esa lectura puede haber errores de interpretación, por “reacciones de interferencia con otras bacterias, porque el animal presente fiebre por otras causas, por el pliegue de piel que se coge, por la propia sugestión e interpretación del veterinario..., ante la duda, en Castilla y León se marcan como positivos” y ese animal “se aísla inmediatamente y es sacrificado en menos de 15 días”.

El problema llega cuando, ya en matadero, se toman nuevas muestras de diferentes tejidos del animal supuestamente infectado para intentar aislar la bacteria en un medio de cultivo apropiado en laboratorio y confirmar su presencia, proceso éste bastante lento cuyos resultados pueden tardar hasta tres meses.

En la toma de muestras de órganos diana, “en un porcentaje altísimo, se ve que no hay aislamiento de la bacteria” causante de la enfermedad, es decir, concreta García Calvillo, que “puede tratarse de un falso positivo, o no, reflejándose, en todo caso, “que el laboratorio no ha sido capaz de confirmar la presencia de la bacteria en el individuo”. Esta incertidumbre de resultados trae de cabeza al ganadero porque, igualmente, su rebaño sigue inmovilizado y sometido a nuevas pruebas rutinarias en piel, en este caso cada menos tiempo -y más numerosas, por ejemplo, en Castilla y León que otras comunidades con similar o mayor prevalencia-, “hasta que la explotación consigue recuperar la máxima calificación sanitaria”. Si la bacteria sí resulta aislada en laboratorio, el rebaño del animal positivo es, además, sometido a la denominada gamma-interferón, otra prueba técnica consistente, esta vez, en la toma de muestras de sangre, pero que tampoco es completamente fiable dado que sus resultados son interpretables en función de la situación epidemiológica de la explotación, entre otros factores.

Transmisión a humanos “posible, pero remota”

En definitiva, existe un “sistema garantista que protege eficazmente el interés de los ciudadanos”; pero “¿qué garantías tienen los ganaderos”, se pregunta Javier García Calvillo, sobre todo en lo que a Castilla y León respecta, donde “a cualquier animal sospechoso, por si acaso, lo matamos”, algo que, añade desde un punto de vista empático, “es fácil cuando no son tuyos ni es tu medio vida”.

De esas garantías y del buen hacer de los veterinarios de los mataderos pueden estar absolutamente seguros los ciudadanos en cuanto a la transmisión de la enfermedad a humanos, afirma el ganadero salmantino Jesús Benito, quien lamenta que se esté enviando “información errónea” con la que “se hace un daño tremendo a un sector primario” y cuando “tenemos las explotaciones más sanas y controladas de toda Europa”. Así, pone el acento en que esos profesionales veterinarios “jamás permitirían que lleguen a la cadena alimentaria animales en mal estado” y en que el contagio en humanos es muy residual. “Ninguno de nosotros hemos contraído la enfermedad”, reitera.

En la misma línea, el veterinario Javier García rubrica que la transmisión de la tuberculosis bovina a humanos “es posible, pero remota” porque la carne de un animal enfermo o sospechoso es “decomisada en matadero”, mientras que la leche procedente de una vaca positiva antes de su sacrificio es pasteurizada para destruir los microorganismos patógenos y garantizar la calidad microbiológica del producto. “Es muy cínico decir que es un problema de salud pública”, dice, y una falta de responsabilidad crear esta “alarma” por motivos que, coinciden los integrantes de Unión por la Ganadería, poco o nada tiene que ver con la realidad y están más relacionados con los intereses de quienes, dentro de las administraciones y en los laboratorios, manejan los saneamientos y se reparten un pastel muy jugoso.

Además de a bóvidos, bisontes, cabras y camélidos, la tuberculosis afecta a cérvidos, jabalíes y tejones. Y en estos últimos podría estar el quid de la cuestión, ya que buena parte de la comunidad científica considera a la fauna salvaje reservorio de la enfermedad y uno de los principales factores que dificultan su erradicación. De hecho, la Mycobacterium bovis ha desaparecido en toda la comunidad gallega, Asturias, País Vasco y Canarias, territorios que, salvo en el caso de archipiélago, cuentan con una gran masa de bóvidos, pero que no tienen una convivencia estrecha con animales salvajes, como puede ocurrir en Salamanca o en la vecina Comunidad de Extremadura, donde el sistema de la dehesa y la mayor aridez del terreno y la sequía hacen que unos y otros interaccionen y compartan bebederos y zonas de pasto de forma habitual. Por eso, incide, “no tiene sentido realizar una campaña sobre una sola especie cuando otras son portadoras y transmisoras”.

El necesario equilibrio

En ello coincide Jesús Benito, ganadero en una Salamanca que registra una de las prevalencias más altas -también Castilla y León es una de las comunidades que concentra mayor censo bovino (21,7%) en España-. Es por ello que ambos exigen cambios, una nueva hoja de ruta que tenga en cuenta las peculiaridades de territorios y explotaciones y que flexibilice los movimientos, algo que no impide Europa, ya que, recalca García Calvillo, la normativa comunitaria solo marca unas directrices y cada país hace su plan, mientras que cada comunidad lo adapta con un cierto margen. “Hay que encontrar el equilibrio entre la sanidad animal y el interés de la producción animal, como se hizo con el Covid”, concluye.