La modernización agrícola reduce la pobreza, fija población y elimina el desperdicio alimentario

De acuerdo con el informe Food and Agriculture Organization of the United Nations (Roma, 2017), se espera que la población mundial aumente a casi 10.000 millones de personas para 2050, lo que impulsará la demanda agrícola. Actualmente, solo como ejemplo, exclusivamente las diez ciudades más pobladas del mundo, de forma conjunta, superan los 350 millones de habitantes. El crecimiento poblacional requiere cambios proporcionales en la producción, y que aumente la optimización y disposición de recursos, simplemente para satisfacer la demanda mundial potencial, la agricultura en 2050, debería producir casi un 70% más de alimentos que en 2015.

A medida que la agricultura adopta tecnologías que optimizan la mano de obra, se espera que el empleo agrícola se sofistique, y que tanto las mujeres como los hombres se queden en las zonas rurales con empleos dignos, mejorando la fijación poblacional rural, impidiendo la migración. Por lo tanto, la innovación y modernización agrícola, mitiga esa falta de mano de obra necesaria para la explotación de la tierra, a la vez que mejora la renta neta en las zonas rurales y frena el éxodo rural.

De acuerdo con datos de 2016 del Banco Mundial, a final del siglo pasado la proporción de personas que trabajaban en el sector servicios era del 34%, 21% en industria, y 45% en agricultura. En 2010, respectivamente era 41%, 17 y 42. Por lo tanto, cada vez hay menos disponibilidad de mano de obra para la agricultura, habiéndose equiparado esta actividad, con el sector servicios, siguiendo decayendo en porcentaje.

Por lo tanto, se necesitan sistemas innovadores agrícolas que protejan y mejoren la base de los recursos naturales, al mismo tiempo que aumentan la productividad de la tierra, y fijan población con empleos estables y más sofisticados.

Durante décadas, la población mundial fue predominantemente rural. Hace 35 años, más del 60% de la población vivía en áreas rurales. Desde entonces, el equilibrio entre las zonas urbanas y rurales ha cambiado notablemente y, en la actualidad, dos tercios de la población mundial (66%) es urbana. En 2050, el 70% de la población estará viviendo en áreas urbanas (ONU, 2015), con lo que ello conllevará en términos de falta de mano de obra para la agricultura.

Algunos países, como Argentina, Australia y Estados Unidos, tienen exportaciones netas de más del 50% de su suministro nacional de alimentos, lo que ratifica que la innovación agrícola es el único modo de frenar la dependencia hacia otros países, a la vez que garantiza la disponibilidad de alimentos y la vida en las áreas rurales.

Un estudio reciente de 26 sistemas de producción en seis países de Asia (Hussain, 2007) ha proporcionado evidencias de que el desarrollo y la modernización de la agricultura reduce la pobreza.

La innovación agrícola permite mejorar y estabilizar la productividad de los cultivos, explotar sistemas de alto valor, generar mayores ingresos y empleo, y proporcionar tasas salariales más altas y justas. La desigualdad de ingresos y las tasas de pobreza son consistentemente más bajas para las áreas innovadoras y los hogares con agricultura innovadora tienen menos probabilidades de ser pobres. La innovación tiene un efecto multiplicador generando bienestar adicional a través de la actividad del mercado colateral (insumos, mano de obra, contratación, transporte, procesamiento, proveedores, etc.). Este efecto multiplicador supera el 300% (Bhattarai y Narayanamoorthy, 2003; Hussain y Hanjra, 2004), aunque Smith (2004) evaluó el rango multiplicador de 130 a 200.

La clave para el crecimiento agrícola sostenible que garantice la alimentación de todos los habitantes del planeta es un uso más eficiente y sostenible de la tierra, la mano de obra y otros insumos a través del progreso tecnológico, la innovación y los nuevos modelos de explotación. Para que la agricultura y la acuicultura respondan a los desafíos futuros, la innovación no solo deberá mejorar la eficiencia con la que los insumos se convierten en productos, sino también conservar los recursos naturales escasos y optimizar las producciones, e inputs, siendo condescendientes con el medioambiente, teniendo en cuenta, mediante mecanización la cada vez mayor escasez de mano de obra en las zonas rurales, persiguiendo a través de dicha innovación, la fijación poblacional rural, y la sofisticación de los empleos de quienes allí permanezcan haciéndolos atractivos, dignos y rentables (OCDE, 2011; Troell et al., 2014).

Para concluir, la evidencia hasta la fecha (los datos se refieren al año 2007, basado en FAO, 2011) indica que, cada año, alrededor de 1.300 millones de toneladas, o un tercio de la parte comestible de los alimentos destinados originalmente para consumo humano se desperdician o pierden a lo largo de la cadena de valor, desde el origen al destino. Mediante la modernización de la agricultura, por su plena mecanización y definitiva adecuación de las etapas de maduración de los frutos, a las de procesado, dicha cuantía prácticamente acabaría siendo nula.