Contra los incendios, gestión forestal

Sin lugar a duda, 2022 está siendo uno de los peores años en incendios forestales en España. La sequía acumulada durante el último año en buena parte de nuestro país, sumada a tempranas e intensas olas de calor sin apenas tregua, han sido el factor clave para ello, por eso España está siendo el país más afectado en la UE en gran medida por la mayor superficie forestal bajo clima mediterráneo en comparación con otros países como Portugal, Francia, Italia o Grecia.

Pero ¿por qué tras casi 30 años sostenidos reduciendo tanto el número como, sobre todo, la superficie afectada por incendios forestales, este año se ha roto esa tendencia positiva? Los expertos en incendios hace años que nos venían alertando sobre la paradoja de la extinción y sus letales efectos. España se había dotado durante ese tiempo de uno de los dispositivos más eficientes de extinción del mundo, invirtiendo una nada desdeñable cantidad de recursos económicos y de personal que, junto al abordaje de las causas de ignición como podían ser los vertederos ilegales o las redes eléctricas en mal estado, nos ha llevado a un resultado evidente: Galicia, que era la CCAA con más incendios, ha bajado de 10.000/año a 3.000 y el conjunto de España ha pasado de 22.000/año a 10.000. Este amplísimo dispositivo de extinción ha permitido reducir a conatos y pequeños incendios por encima del 95% de las igniciones, bajando la superficie media quemada de 30 ha/incendio a 5.

No obstante, la apuesta por abordar exclusivamente el síntoma -extinguir el fuego- no ha hecho más que agudizar un problema subyacente que no para de crecer, y que cuando aparece un verano de climatología extrema, como el actual, reforzado por el cambio climático, nos hace perder buena parte de lo conseguido con la mejora de la extinción.

Los bosques en nuestro país no han dejado de crecer en superficie, a la vez que han incrementado su biomasa considerablemente en los últimos 150 años. Podemos estimar que, desde 1930 hasta hoy, hemos pasado de 7 millones de ha de bosques (14% de la superficie de España) a cerca de 20 millones (40%). Por su parte, los stocks de biomasa se han incrementado en un 125% desde 1970 hasta 2015. Además, ese crecimiento de superficie se centra en las zonas de relieve más montañoso generando continuidades de vegetación inabordables para la extinción y que seguirán incrementándose dado el preferente abandono de los terrenos de peor calidad agronómica situados en laderas y de secano que pasarán a convertirse inevitablemente de forma espontánea en terrenos ocupados por la vegetación forestal si seguimos con la actual dinámica.

Sin negar la imperiosa necesidad de contar con un sistema de extinción potente, desde hace años se podía predecir el agotamiento de una apuesta restringida a la respuesta reactiva al problema, siendo necesario abordar el estado de las masas forestales y como reforzar su resiliencia para, en la medida de lo posible, inmunizarlos ante el riesgo de incendio mediante una gestión forestal activa.

Para ello, se requieren dos acciones básicas y otras complementarias. En primer lugar, resulta necesario compartimentar la superficie forestal para generar discontinuidades en la vegetación que permitan, a los excelentes servicios de extinción con los que contamos, realizar su trabajo en condiciones de seguridad. Gracias a la modelización de incendios y a conocer de antemano los vientos más críticos para su evolución en cada zona, se pueden determinar los lugares óptimos para establecer esas discontinuidades aprovechando, siempre que sea posible, antiguos cultivos abandonados que recuperar o zonas pastables libres de vegetación leñosa.

En segundo lugar, es prioritario abordar el interior de cada tesela continua de bosque y ajustar su carga de combustible para no superar la capacidad de extinción estimada en 10 t/ha de necromasa (biomasa muerta fina). De conseguirse, el fuego podrá recorrer la superficie sin saltar a las copas y devenir por ello destructor. Para ello, tras un primer desbroce, clareo o clara, la ganadería extensiva y/o fuego prescrito resultan nuestros aliados claves.

Como elementos complementarios son claves también: alinear la PAC para asegurar que las ayudas agro-ambientales lleguen a este tipo de cultivos y al pastoreo extensivo, ambos preventivos del fuego; flexibilizar la legislación para la recuperación del uso agrícola de antiguos campos abandonados situados estratégicamente, abordar el minifundio agrícola y forestal de estas zonas, así como la problemática específica de la interfaz urbano-forestal en las zonas más pobladas; y, por último, la dotación de medios para realizar los trabajos silvícolas adecuados, sangrantemente infradotados en la actualidad.

Debemos recordar que además estas actuaciones tienen considerables beneficios en términos de sinergias. Reforzar la ganadería extensiva supone aprovechar mejor un recurso pastable y producir carne de gran calidad nutricional y sin emisiones de CO2. La biomasa obtenida de las claras son una fuente de energía estratégica, renovable y de proximidad actualmente infra-aprovechada. La gestión forestal redundará, así mismo, en la mejora de los caudales hídricos disponibles, reforzará la capacidad de los bosques para superar vendavales, sequías y plagas agravadas por el cambio global, y contribuirá, y no poco, a luchar contra la emergencia demográfica en la que vive buena parte del interior de nuestro país.

Afortunadamente, este verano, se ha alcanzado un considerable consenso social respecto a las causas y las estrategias más prometedoras para superar éstas. Ahora corresponde a las administraciones públicas, el Estado y las CCAA, el establecer las prioridades coherentes e identificar los recursos necesarios.