Todo para el Medio Rural, pero sin el Medio Rural

Digerir el V Congreso Nacional de Ingenieros Agrónomos que se celebró hace escasas dos semanas, va a ser complicado. Plasmar sus conclusiones y difundirlas va a suponer un ejercicio imprescindible pero complicado para que la sociedad aprecie la magnitud del problema a pesar del optimismo tecnológico que nos caracteriza a todos los profesionales de la ingeniería.

Hace apenas un año, recién salidos de la pandemia -igual técnicamente no, pero sí anímica y funcionalmente- reinaba una sensación casi exultante: habíamos visto con nuestros propios ojos cómo el sistema alimentario, en el que muchos llevamos tanto tiempo trabajando, había funcionado a la perfección en una situación extremadamente complicada. Habíamos pasado unos cuantos meses confinados, todo parecía parado, pero cuando después de guardar orden marcial entrábamos al comercio minorista veíamos cómo todo seguía en su sitio, como si fuese una foto fija los estantes estaban llenos de la comida que solíamos comprar todos los días. En aquel momento, con tiempo para pensar y construir a nuestros héroes a golpe de aplauso vespertino, la ciudadanía se dio cuenta del “milagro de lo cotidiano” que supone tener alimentos suficientes, saludables, próximos, accesibles y utilizables por parte de toda la población.

Justo fue en aquellas fechas cuando empezamos perfilar los temas sobre los que queríamos debatir en el Congreso de Ingenieros Agrónomos que íbamos a celebrar. Y nos dimos cuenta de lo importante que sería debatir sobre el medio sobre el que se asienta nuestra seguridad alimentaria y poner el foco en el reto demográfico que supone mantenerlo vivo y activo. Empezamos a trabajar y llegó el congreso.

Como es de entender la acogida, el ambiente y las ganas de compartir experiencias fueron inmejorables. Los actos de apertura donde nos congratulamos del momento dulce que atravesamos como profesión, con un pleno empleo que se lleva manteniendo desde hace más de dos años, elevaban el tono optimista y festivo en la sección oficial; pero como todo el mundo sabe, lo importante de los congresos son los pasillos y en ese ambiente “extraoficial” la sensación que iba aflorando con el paso de las horas, conforme se disipaba la euforia inicial, no era tan optimista como la mostrada en las presentaciones.

Según íbamos integrando puntos de vista, se extendía la preocupación por la crisis energética que estamos atravesando y cundía la sensación de estar ante una nueva configuración de la generación y el consumo de energía. También nos quejamos de la falta de inversión en infraestructuras para la producción, e incluso de su eliminación, y no sabíamos si ver el vaso medio lleno o medio vacío cuando constatábamos las distintas velocidades a las que se están moviendo los eslabones de la cadena alimentaria: unos controlando el desarrollo de la producción vía dron o satélite y los otros sin herramientas para controlar las plagas y enfermedades que les azotan.

Y los paralelismos surgieron solos: ¿Qué pasa cuando se depende de un tercero?, ¿qué ocurre cuando planificamos nuestro desarrollo “de prestado”?, ¿qué pasa cuando cercenamos el desarrollo e implantación de nuevas tecnologías y nuevas infraestructuras amparándonos en ideas, creencias o, simplemente, por intereses políticos?

Por si no lo teníamos suficientemente claro Jingyuan Xia, director de división de Producción y Protección Vegetal de FAO, nos recordó cuántas personas habitamos en el mundo, cuántas lo habitaremos en el año 2050 y que eso se traducía en un incremento del 50% de la producción de alimentos. Les ahorro los cálculos: tenemos que incrementar un 2,5% la producción de alimentos al año si no queremos que el fantasma del hambre salte los perímetros de las conocidas zonas de inestabilidad política, bélica y fundamentalista para adentrarse en lo que conocemos como primer mundo.

Y de ahí, vamos a la paradoja de la Europa urbana, con una ciudadanía que añora la visión bucólica de su medio rural y natural, pero que espera llegar a algo más parecido a un parque temático que a un sitio donde vive una población dinámica, activa y emprendedora -para eso ya está la ciudad, pensarán-. Una población que está queriendo tanto al medio rural y al medio natural, que se va a acabar con ellos bajo un nuevo despotismo que reza “todo para el medio rural, pero sin el medio rural”.

En poco tiempo se olvidará ese “milagro de lo cotidiano” y los lineales infinitos que facilita el comercio electrónico, que es la opción que se va a imponer más pronto que tarde, distanciarán más a la población de la percepción del origen de los alimentos; la brecha entre el medio urbano y el medio rural crecerá. La trastienda de la civilización lo será más.

¿Hay solución? Claro. Los ingenieros agrónomos somos optimistas por definición y durante el congreso surgieron soluciones, propuestas y líneas de actuación para frenar esta situación: debemos fomentar el conocimiento y su transmisión, promocionar la innovación, facilitar la incorporación de la tecnología -tecnologías de la información y la comunicación, biotecnología, etc.-, auspiciar estructuras productivas y de comercialización viables y competitivas e invertir en infraestructuras para la producción. Debemos convertir a nuestro sistema agrario en nuestro mayor y más eficiente filtro verde o, dicho de otra manera, reconocer que nuestro medio agrario y natural es la única herramienta de la que disponemos para neutralizar la contaminación que produce el medio urbano.

Seamos coherentes y pidamos a los demás lo que nos exigimos a nosotros. Conectemos al medio rural con el medio urbano. Contemos con él.