Cerveza artesana, el emprendimiento femenino que sube como la espuma
No son pocas las mujeres que en el medio rural abrazan una práctica que conecta con su deseo de impulsar un negocio sostenible y de impacto local y, además, las permite construir un proyecto de vida lejos de la vorágine de la gran ciudad. Son las nuevas maestras cerveceras.
Tiene su propio día internacional -el primer viernes de agosto-, a ella se le dedica una de las mayores fiestas populares de todo el planeta -la Oktoberfest-, y es la bebida de tipo alcohólico más consumida del mundo. Pero, no solo eso. La cerveza, la bebida que data de 4.000 aC se ha convertido también en pequeño propulsor e importante dinamizador para el medio rural. No en vano, buena parte del medio millar de cerveceras artesanas que se estima existen en nuestro país se ubican en núcleos menores -según el primer Informe Técnico de la Cerveza Artesana e Independiente de España presentado en diciembre de 2021, casi 9 de cada 10-.
La elaboración artesanal de cerveza sube, pues, como la espuma como nicho de empleo para quienes buscan una fórmula con la que echar raíces en el pueblo, más aún cuando quienes están detrás del emprendimiento son ellas. Precisamente, con maestras cerveceras celebramos hoy, 19 de noviembre, el Día Internacional de la Mujer Emprendedora.
Como ocurre en la mayoría de los sectores agroalimentarios, también en el de la cerveza artesana existen grandes empresas tractoras que aglutinan el grueso de la producción -especialmente más concentrada desde la pandemia-, pero que conviven en armonía con otras de reducido tamaño y diferentes principios. Son, estas últimas, pequeños obradores que, por lo general, llevan el apego a la tierra en la que se asientan en sus propios nombres y logotipos, y que circunscriben su actuación e impacto al ámbito local. Y es que, las artífices de las más pequeñas, pero a la vez igualmente genuinas elaboraciones, suelen ser emprendedoras que simplemente quieren construir su proyecto de vida en el medio rural sobre los valores de la sostenibilidad económica, social y ambiental, y en cuya hoja de ruta no aparecen las aspiraciones de crecimiento.
Es el caso de Cristina Sanz, impulsora de una microcervecería en la pequeña localidad segoviana de Montejo de la Vega de la Serrezuela, que debe su nombre, Casuar Artesan-Ales, a uno de los más míticos rincones del territorio en el que Félix Rodríguez de la Fuente inauguró en 1975 un Refugio de Rapaces.
Cristina, que es una de las cinco protagonistas de la campaña audiovisual CREA, con la que los grupos de acción local ACD Montaña Palentina (Palencia), Adecocir (Salamanca), Ceder Merindades (Burgos), Codinse (Segovia) y Colectivo Tierra de Campos (Valladolid) buscan este año dar visibilidad de un modo especial a las mujeres que emprenden y apuesta en y por el medio rural, decidió hace seis años con su marido, César Alonso, abandonar Madrid y “la vorágine de la gran ciudad” para asentarse en el pueblo de sus orígenes familiares. La cerveza, con la que ya habían experimentado en pequeñas elaboraciones caseras se convirtió en el eje sobre el que construir un negocio empresarial que les permitiera edificar su nuevo proyecto de vida. Ese proyecto arrancó con la primera producción cervecera de Casuar en 2017 y a él se han unido también dos hijos cuyo crecimiento en un entorno rural, explica la emprendedora, les reafirma en su convencimiento de haber tomado la decisión correcta seis años atrás.
Comercialización y materia prima de proximidad
De este obrador cervecero que, con la organización de visitas, catas y diferentes eventos, pretende convertirse también en un recurso turístico más del Parque Natural de las Hoces del Río Riaza, salieron el año pasado “en torno a los 18.000- 20.000 litros” que se vendieron, “en un 90%, en la propia zona”. Montejo de la Vega dista apenas 15 kilómetros de Aranda de Duero y los más de 33.000 habitantes de la localidad burgalesa tiran fuerte de la demanda de Casuar, algo que, como reconoce Cristina, es muy importante para un proyecto que tiene entre sus máximas la de una comercialización de km0.
Igualmente, para ella y su marido y compañero de aventura empresarial, resulta vital poder usar materias primas de proximidad y en la medida de lo posible, las suyas propia. De hecho, han comenzado a cultivar lúpulo sobre un terreno de 2.000 metros cuadrados en el que hoy experimentan con distintas variedades para determinar cuál es la que mejor se adapta al clima del entorno del Riaza y también a sus objetivos productivos de calidad, que no de cantidad pues el crecimiento, enfatiza Cristina, no está entre sus metas.
Bailandera en la Sierra de Madrid
A cien kilómetros de distancia, a 1.220 metros de altitud, en Bustarviejo, en plena Sierra Norte de Madrid, valores similares a los de Casuar mueven otra cervecera artesana impulsada, en este caso, por cuatro mujeres. Se trata de Bailandera, que echó a andar en 2015 con el objetivo de elaborar una cerveza de calidad, genuina, que fuera una bebida rica pero también un alimento proveniente de cultivos ecológicos y respetuosos con el medio ambiente y con las personas.
Tres la impulsaron, luego una se descolgó y se sumaron dos más. Hoy son cuatro las mujeres que, en régimen cooperativista, tiran del cañero de Bailandera, bautizada así a modo de “guiño” a la conocida loma de Bailanderos de Guadarrama, tal y como explica Beatriz Pérez, una de las patas de esta fábrica artesanal que se complementa con una cervecería en el propio pueblo.
La propia Beatriz, que ejercía de periodista en Madrid, recuerda que el proyecto surgió por la necesidad de unas mujeres de salir del mundanal ruido de la capital. Como ella, se han convertido en “neorrurales”, Ana Lázaro, antes vinculada al sector audiovisual; Clara Aguayo, arquitecta antes de convertirse en cervecera, y Carmen Cuéllar, formada en psicología. Las cuatro integran esos perfiles profesionales en Bailandera y se complementan para, haciéndolo todo ellas mismas, desde la elaboración hasta la distribución, pasando por el embotellado, el etiquetado o la atención de la cervecería que abren los fines de semana, disfrutar de una perfecta conciliación laboral y personal. “Tenemos una relación laboral horizontal en la que todas somos iguales, todas hacemos lo mismo y todas cobramos lo mismo”, recalca Beatriz.
De igual modo, todas comparten los principios fundacionales de Bailandera como un proyecto que simplemente las permita vivir de su trabajo, “sin grandes pretensiones”, pero sí con un compromiso ecológico íntegro. De hecho, los ingredientes con los que elaboran sus “alrededor de 4.500 litros” de cerveza mensuales, provienen de cultivos ecológicos aunque no estén adscritos a sello que lo acredite, pues las empresarias priorizan que sea un producto de cercanía frente a la compra de una materia prima con certificación eco que tenga que recorrer 9.000 kilómetros para llegar a su obrador en Bustarviejo. El lúpulo que utilizan proviene así, mayoritariamente de Navarra y Cataluña, mientras que las maltas y cereales los adquieren a una maltería de Baviera de espíritu y carácter familiar.
Por otro lado, el obrador de Bailandera se ha configurado fundamentalmente con maquinaria reciclada de cocinas e industrias lecheras, mientras que el bagazo se lo ceden tras la elaboración a agricultores y ganaderos para sus vacas, sus gallinas o para hacer compost.
En la misma línea de primar la sostenibilidad, Bailandera ha sido parte, durante un tiempo, del proyecto de coworking Madrid Km0 enfocado a resolver los problemas de almacenamiento, transporte y distribución de varios proyectos agroecológicos, y ha participado también en el proyecto de recuperación de lúpulo autóctono de la Comunidad de Madrid, una iniciativa, esta última, que no ha dado los resultados esperados pero que no merma las ganas de este póker de emprendedoras de seguir buscando vías para autoabastecerse con su propio lúpulo a futuro.