El ‘ave fénix’ de la agricultura

En apenas unas pocas horas, un incendio arrasó la nave repleta de maquinaria e ilusión que el joven Mario de la Cruz había levantado durante años de esfuerzo y dedicación. Su fortaleza y pasión por la agricultura y el apoyo de amigos y compañeros le han permitido en pocos días resurgir de las cenizas.

Una llamada a las tres de la mañana el lunes 18 de abril avisando de un incendio en su recién estrenada nave agrícola hizo saltar de la cama a este joven vallisoletano oriundo de Nava del Rey. Apenas pocos minutos después fue consciente de la magnitud del golpe que la mala suerte había asestado a lo que era mucho más que un negocio para constituir una auténtica filosofía de vida. Las llamas se batían a su antojo entre modernas cosechadoras, tractores y aperos de labranza sin que los bomberos pudiesen hacer nada ya para evitar una destrucción total, no muy distinta a la que están dejando en la retina las bombas en Ucrania.

Poco a poco iban llegando los vecinos de su pueblo y de los alrededores. Compañeros agricultores con los que día a día había compartido inquietudes, preocupaciones y sueños. Y en ocasiones también disputas. Muchos lloraban por la fatalidad que había golpeado a uno de los suyos mientras más de uno se frotaba los ojos no sólo para enjugarse las lágrimas, sino al comprobar que era el propio Mario quien les animaba a sobreponerse: “De esta salimos adelante”. Otra luz distinta a la de las llamas iluminaba aquella oscura noche.

“Ni un tornillo se ha salvado”

“Ni un tornillo se ha salvado”, explica Mario. El inventario de lo que el fuego se llevó es interminable. Todo prácticamente nuevo. En términos económicos, un millón y medio de euros en inversiones. Y aunque en su mayoría estaba asegurado, la “bofetada” del destino llegaba en un momento crítico para la empresa que Mario, junto a su mujer Inés Rodríguez, había construido en apenas unos años tras tomar el relevo de su padre, Casto de la Cruz, en el negocio agrícola familiar: en medio de una desaforada campaña de siembra de girasol y a las puertas de la cosecha del cereal, dos de los múltiples servicios que presta a los numerosos clientes que han depositado en su profesionalidad, entusiasmo y honestidad la gestión agronómica de sus tierras.

Junto a la fortaleza de Mario, la solidaridad es otra de las cosas que deslumbran en esta historia. “Desde el primer momento fueron centenares los mensajes de apoyo y el ofrecimiento de maquinaria y ayuda para continuar con la actividad de amigos de La Mudarra, Villaverde de Medina y Pollos, entre otros”, explica, que agradece también la ayuda de las casas comerciales con las que trabaja habitualmente. Con la nave aún humeante, el joven agricultor, ayudado por Rodrigo y Abel, los dos jóvenes empleados a los que denomina cariñosamente “los chicos” y para los que además de jefe siempre ha querido ser maestro y compañero, sembraban girasoles -hasta 700 hectáreas- y trataban trigos y cebadas en la llanura de Castilla mientras recorrían concesionarios en busca de una nueva cosechadora con la que afrontar la ya inminente campaña de siega. “Me han dicho que llega el 25 de mayo”, señala el joven empresario agrario, que no pide ayuda alguna a las administraciones “solo que no pongan trabas”.

Todo ha cambiado de la noche a la mañana para Mario, aunque de cara al exterior nada parece haberlo hecho. “Ya tienes sembrado todo el girasol y he llevado los datos a Juan Carlos de Cajamar para la declaración de la PAC. Y habría que mirar lo del seguro”, comenta como en cualquier otra campaña a uno de sus incondicionales clientes. En este caso también amigo.

En la vida, solo a los grandes luchadores se les presentan las grandes batallas. Y Mario ha demostrado que es uno de ellos.