La luffa, una aliada para nuestros mares y nuestra piel

La cordobesa Lucía Sánchez recupera el cultivo de esta curcubitácea para la elaboración de esponjas, estropajos y discos exfoliantes naturales y sostenibles.

Por difícil que resulte visualizarlo, las fibras sintéticas del estropajo que utilizamos para fregar la vajilla pueden acabar en nuestro propio estómago. Y es que, con el desgaste, miles de micropartículas de este cotidiano utensilio se cuelan a diario por las fregaderas para llegar a los ríos, de ellos, a mares y océanos y finalmente, a los millones de pescados que cada día integran nuestro menú. De hecho, esas pequeñas porciones de poliéster y poliamida forman parte de los ocho millones de toneladas de residuos plásticos que, se calcula, terminan cada año en los océanos del mundo.

Pero todo gran cambio empieza por un primer paso y en nuestra mano está taponar este gran foco de contaminación. Basta, en este caso, con un gesto tan sencillo como el que nos invita a realizar la joven emprendedora cordobesa Lucía Sánchez Julián: cambiar de estropajo y de esponja.

Titulada en Bachillerato y peluquería, formada en coaching para la creación de empresas, con capacitación en inglés, pero sin más relación con la agricultura que la de haber crecido entre los olivos y membrillares de su familia, hace nueve meses Lucía decidió echar a andar en su pueblo, Carcabuey (Córdoba), un proyecto agrícola de economía circular. Lo bautizó con el evocador nombre de Yo soy tierra y con él recupera un cultivo casi olvidado en la zona, la luffa, como materia prima para la obtención de estropajos, esponjas y discos exfoliantes totalmente naturales y sostenibles.

La apuesta emprendedora, cuyo objetivo de fondo pasa por inculcar a la sociedad que, como parte indefectible del futuro del planeta, estamos en la obligación de suscribir un acuerdo de convivencia armónica con el medio que nos acoge, le ha valido a esta cordobesa de 34 años recién cumplidos -que es además primera teniente de alcalde y concejala en su localidad-, la Beca Proyecto Clea a la mejor iniciativa de emprendimiento femenino en el medio rural.

El fallo de este premio, cuya primera convocatoria Fademur y Bodegas Bardos (Grupo Vintae) lanzaron el verano pasado, se dio a conocer en directo el pasado febrero en Madrid. Recibía entonces Lucía Sánchez, entre sorprendida, emocionada y “muy ilusionada por ver que hay gente con una trayectoria consolidada en el campo que cree en tu proyecto”, el cheque de 5.500 euros aparejado a la beca. Asimilado el éxito, ahora confía en que ese dinero contribuya al despegue de Yo soy tierra tras unos comienzos en los que reconoce cierta pelea con las barreras burocráticas -“hacer canvas, dafos, estudios de mercado, modelos de negocios, llevar contabilidad, gestión, todo esto son cosas que se nos escapan un poco de las manos”, afirma-, y que, en lo referente a las ventas, han resultado “flojillos” por la dificultad de dar a conocer la iniciativa.

800 plantas y muchos cuidados

Por lo pronto, ella y Marcos Sánchez, su socio y compañero de faenas en esta aventura emprendedora, no sólo barajan ya “un par de ideas” firmes para afianzar la propuesta, sino que, además, han visto cómo la consecución del galardón ha permitido a la misma ganar visibilidad. Yo soy tierra enraiza en una superficie de 3.000 metros cuadrados sobre los que, entre mayo y junio del año pasado, Lucía y Marcos extendieron sus primeras 800 plantas de luffa, una especie trepadora de la familia de las curcubitáceas que da un fruto similar en forma al calabacín. Según explica la emprendedora, se trata de un cultivo trabajoso que hay que regar “una vez por semana y, en los meses más calurosos de julio y agosto, dos”; cuyos hijos hay que ir podando paulatinamente para dejar los más fuertes y lograr buenos frutos, y que precisa de una constante limpieza de malas hierbas para favorecer el buen desarrollo de la planta y una especial atención ante un hongo -“que nosotros llamamos arenilla”-, que hay que tratar con cobre en polvo diluido.

“En agosto empieza la recolecta”, un proceso manual que, como explica Lucía Sánchez, se prolonga hasta noviembre e implica ir repasando planta por planta para recoger “cada fruto en su momento óptimo de maduración”. A partir de ahí, “se traslada a la nave donde se le quitan las semillas y se seleccionan las que habrán de servir al semillero de la siguiente campaña”, y se le sumerge en agua “unos 5-10 minutos para ablandarlo y quitarle la piel”, una parte que luego se lleva a una “compostera propia” para que vuelva a la tierra en un “ciclo cerrado”. La esponja de fibra del interior se limpia de posibles restos y se deposita en cajas agujereadas para su secado natural al sol y al aire, antes de su definitivo corte en formas y tamaños acordes a su destino como esponja, estropajo o disco exfoliante.

Por el momento, Lucía y Marcos se encargan también de la comercialización a través de la propia web, de cuidados espacios en Facebook e Instagram -yosoytierraoficial-, y de comercios físicos con los que han establecido acuerdos, hasta ahora cinco en Carcabuey, Cabra y Córdoba capital.

En su primera campaña, recogieron alrededor de “6.000-7.000 frutos que se transformaron en unas 1.500 esponjas, 1.500 estropajos y 4.000 discos”. Con ellos espera Lucía que miles de personas se adhieran y compartan la filosofía de Yo soy tierra, un proyecto que, en cada uno de sus procesos, está envuelto en respeto y cuidado al planeta y a las personas.

De hecho, con esta apuesta por las esponjas vegetales de luffa no sólo se recupera un cultivo que repercute positivamente en la preservación del ecosistema del Parque Natural de las Sierra Subbéticas, sino que se ofrece al consumidor un producto de uso necesario, beneficioso para su piel -contribuye a la eliminación de celulitis, puntos negros y células muertas, y favorece la activación del riego sanguíneo-, y que ofrece una durabilidad considerablemente mayor a la de productos de base plástica similares.

“El estropajo dura en torno a los 6 meses y la esponja, unos 8”, afirma Lucía sobre unos productos que, evidentemente también hay que renovar, que una vez cumplido su ciclo vital pueden volver a la tierra y que, en definitiva, vienen a demostrar algo que esta emprendedora cordobesa ha interiorizado y que confía sea una idea con cada día más adeptos, la de que casi todo tiene una opción natural.