
Agua y tierra: mucho más que barro, vida
En la actualidad la superficie terrestre, con sus 510 millones de kilómetros cuadrados, se compone de tierra firme (149 millones) y agua el resto, 361 millones de km cuadrados. De estos el 97% es agua salada, representada por océanos y mares, y del resto, tan solo el 1% es agua dulce disponible, pues por ejemplo los casquetes polares no lo estarían, y por tanto formarían parte del otro 2%. Es decir, tan solo el 0,7% del total de la superficie terrestre es agua dulce accesible, luego se trata de un bien muy escaso en términos absolutos; de dicha agua la mayor parte se localiza en lagos, 52%, 10% en ríos y el resto, 47% en veneros, aguas subterráneas superficiales, fuentes, etc.
Como se ha podido ver el agua es un recurso muy escaso comparativamente hablando, pero no obstante su escasez no para de potenciarse. Como ejemplo, poner de manifiesto que cada año, en las últimas dos décadas, cada ser humano dispone de un 1% menos de agua per cápita. Es decir, que si contábamos con 5 botellas disponibles dos décadas atrás, tan solo ostentamos 4 en este momento, o dicho de otro modo, de ser constante el crecimiento de la población, y el modo en que optimizamos el agua, en 80 años el planeta no dispondría de agua potable accesible de manera natural.
El uso que hacemos del agua se podría resumir de la siguiente manera: algo más del 83% se destina a agricultura y ganadería, tan solo el 2% a uso industrial, 13% a consumo humano, y el resto a usos como la navegación recreativa, acuicultura, o transporte acuático, entre otras utilidades.
En la actualidad esa escasez de agua hace que casi el 40% de la población mundial viva con estrés hídrico, y de los actuales 198 países, según la ONU, casi 20 no tienen acceso ya a agua potable, es decir, más del 10% de los países del mundo no cuentan con agua dulce apta para su consumo.
La agricultura de regadío, suponiendo el 20% del total de la superficie de tierras cultivables, supera en producción al 80% de la superficie que se cultiva en régimen de secano, luego el agua no solo es un complemento vital, además genera riqueza, biodiversidad, estabilidad poblacional y bienestar.
Si hablamos de tierra cultivable, esta supone el 10% del total de la superficie de la tierra, es decir del orden de 15,1 millones de kilómetros cuadrados, y entre Australia, Estados Unidos, China, e India ostentan más del 60% de dicha superficie.
Desde 1990 se han perdido 420 millones de hectáreas de bosque en todo el mundo, o lo que es lo mismo, 5 veces más de lo que ocupa el cultivo leñoso permanente mundial. Uno de los factores que está multiplicando dicho fenómeno es la falta en la disponibilidad de tierras cultivables en función del crecimiento de la población. Se ha pasado de casi 0,45 hectáreas de tierra cultivable por persona en 1961, a menos de 0,18 hectáreas en 2020, habiendo experimentado el regadío un incremento relativo del 117% en la búsqueda de la necesaria sostenibilidad, eficiencia y rentabilidad que posibilite el mantenimiento pleno de la población.
De seguir así, y siempre utilizando datos propios, a partir de los aportados por la Organización Nacional de las Naciones Unidos, se prevé que a final de siglo, la tierra estaría poblada por 11.000 millones de humanos, y la situación sería la siguiente: dispondríamos de 0,13 hectáreas por persona y año para alimentarnos, y ya no dispondríamos de agua potable natural para poder abastecernos.
Por lo tanto, se hace necesario la optimización del agua como recurso escaso e imprescindible, y la aplicación de una agricultura, eficiente, responsable, sostenible, biodiversa, equitativa, y productiva, que siendo condescendiente con el medio ambiente, proporcione alimentos suficientes a la población, garantizando así su supervivencia.
Como ejemplo, tan solo optimizando el uso del agua con sistemas innovadores y eficientes de riego, con la actual cantidad de agua resultaría posible transformar en regadío otro 10% de las tierras cultivables del planeta, manteniendo la actual proporción de disponibilidad de alimentos por persona, y por consiguiente garantizando su supervivencia a final de siglo a toda la población mundial.
De ahí, que la tierra y el agua, necesariamente combinados, como hemos visto, de forma eficiente, sostenible, responsable, equitativa, y optimizada es sinónimo de vida, generando un círculo virtuoso de biodiversidad, sostenibilidad, estabilidad social, sofisticación profesional, y generador de riqueza y bienestar en el planeta.