El papel del regadío frente a los desastres meteorológicos

Los desastres relacionados con el clima se han multiplicado por cinco durante los últimos 50 años, como consecuencia fundamentalmente del cambio climático y de las condiciones meteorológicas más extremas. Un tremendo incremento que ha provocado más de 2 millones de muertes y 3,64 billones de dólares en pérdidas económicas, tal y como se desprende del último Atlas de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

Entre las principales catástrofes, los fenómenos que ocasionaron las mayores pérdidas humanas durante este periodo de tiempo fueron las sequías (650.000 muertes), las tormentas (577.232 muertes), las inundaciones (58.700 muertes) y las temperaturas extremas (55.736 muertes). Y lejos de remitir, todo hace indicar que estos desastres irán en aumento a lo largo de los próximos años.

Pues bien, las obras de regulación del agua pueden contribuir en la lucha contra buena parte de ellos. De hecho, en FENACORE -que cuenta con más de 700.000 regantes y más de dos millones de hectáreas- siempre hemos defendido la construcción sostenible de presas, embalses, trasvases..., sobre todo, para prevenir los efectos negativos de las lluvias torrenciales y convertirlas en recursos para las cuencas deficitarias, mitigando de esta manera tanto las inundaciones como las sequías. Porque aumentar la regulación hídrica no solo supondría un espaldarazo al regadío, sino que también fortalecería la batalla frente a estos desastres.

Por otro lado, (muy) poco se habla del efecto descontaminante de nuestros cultivos. No obstante, si en España queremos alcanzar la neutralidad climática de aquí a 2050, hemos de tener en cuenta que los cultivos de regadío son auténticos sumideros de dióxido de carbono, con el consiguiente efecto positivo sobre la disminución del efecto invernadero. Y que si los agricultores dejaran de cultivar los frutales, olivos, naranjos, viñas... y no cuidaran y protegieran los bosques y pastos de su propiedad, tales sumideros desaparecerían, lo que a la postre terminaría agravando los problemas medioambientales.

Según explican Luca Testi y Álvaro López Bernal en “Externalidades positivas del regadío”, frente a la concentración del CO2 atmosférico únicamente cabe disminuir las emisiones o incrementar la capacidad de los sumideros de carbono. Y los sistemas agrícolas, indudablemente, “contribuyen al secuestro de CO2”, como defienden los autores.

Además de absorber CO2, el regadío aporta oxígeno a la atmósfera por la fotosíntesis de la cubierta vegetal y contribuye también a reducir la erosión y la desertización, mediante el mantenimiento de la capa vegetal en cultivos de riego eficiente, dos peligrosas consecuencias que también se podrían acentuar en el futuro.

Acertada o equivocadamente, la lucha contra el cambio climático ha entrado de lleno en la agenda política de los principales países desarrollados. Sin embargo, en el caso de España, el agua ha ido perdiendo protagonismo, como muestra el hecho de que en las últimas legislaturas sus competencias hayan ido pasando por diferentes carteras ministeriales (Agricultura, Medio Ambiente y Transición Ecológica) sin que se hayan producido avances reales a la hora de ejecutar las actuaciones necesarias para garantizar todos los usos.

En este mismo libro, José Ignacio Sánchez Sánchez-Mora sostiene que el cambio climático reducirá las lluvias y, por ende, la disponibilidad de recursos hídricos; aumentará las necesidades de agua de los cultivos como consecuencia de la subida de las temperaturas y la variación de otros parámetros meteorológicos que incrementarán la evapotranspiración; e incrementará la frecuencia de fenómenos extremos como las precipitaciones torrenciales y las sequías.

Coincidiendo con el autor, el regadío español ya ha empezado a tomar medidas de adaptación y mitigación del cambio climático, como la relativa a la mejora de la eficiencia del riego a través de los procesos de modernización de las zonas regables, gracias a los cuales en la última década hemos logrado ahorrar una media de un 16% en el uso del agua del sector agrícola.

En cualquier caso, como expone Sánchez, aumentar las estructuras de regulación de agua para hacer frente a las nuevas condiciones y la mejora de los cauces y redes de drenaje supondrían actuaciones muy importantes para adaptar los regadíos a la nueva situación que comporta el cambio climático.

De ahí que sea una lástima que en esta particular lucha predominen las posiciones beligerantes de algunas corrientes ecologistas que, paradójicamente, hacen un flaco favor a la guerra contra la contaminación y no tienen en cuenta que aumentar la regulación hídrica no sólo reforzaría la batalla contra el cambio climático, sino que contribuiría a garantizar la producción de alimentos para una población que ganará más de 2.000 millones de habitantes en los próximos 30 años.

Hoy en día, más de 800 millones de personas en el mundo sufren desnutrición y la presión sobre los recursos naturales es creciente. En este marco, y teniendo en cuenta que por el cambio climático se puede reducir hasta un 10% el rendimiento de los cultivos, son más necesarios que nunca el asociacionismo agrario y las obras de regulación para crear corporaciones y aprovechar las economías de escala, lo que ayudará a mantener una seguridad alimentaria que precisa de la recuperación del pulso de la inversión pública en infraestructuras hídricas. Por otra parte, incrementar la regulación hídrica también ayudaría a fijar la población en las zonas rurales: otro de los más importantes desafíos que tiene España en la actualidad.

Con las cartas boca arriba sobre la mesa, ¿por qué no llevar adelante sin trabas todas las actuaciones que ya están contempladas en los diferentes planes de cuenca y en los que se incluyen obras sostenibles de regulación? Con ellas, en definitiva, podrían mitigarse los efectos más adversos de los desastres meteorológicos.