Transición energética, incendios y despoblación

A lo largo del verano hemos sufrido una subida imparable del precio de la electricidad cuyo efecto social e inflacionario puede afectar seriamente a la recuperación económica y la cohesión social. Por otro lado, los recientes incendios estivales y especialmente el de Sierra Bermeja (Málaga) nos han evidenciado que bajo condiciones extremas como los incendios de 6ª generación no existen actualmente medios para combatirlos durante horas. Finalmente, la despoblación de buena parte del interior de la Península se ha convertido en un clamor y ha arraigado en la escena social y política.

Se tratan en apariencia de 3 retos diferenciados e inconexos. La principal conclusión de la Cumbre de Río+20 celebrada en 2012 fue reconocer que la Humanidad dispone con creces de medios para abordar los retos sectoriales, pero es incapaz de resolver los transversales donde confluyen diversas disciplinas y sectores. Paradójicamente, abordarlos resolvería estériles conflictos y abriría oportunidades a considerables sinergias (win-win).

La transición energética, absolutamente necesaria para abordar el cambio climático, pero igualmente por el previsible agotamiento del petróleo o la arriesgada dependencia energética de la UE, Japón o China se ha abordado desde una considerable simplificación consistente en apostar por la electrificación y la provisión de origen eólica y solar junto al establecimiento de ambiciosos objetivos de emisiones de CO2 como si meramente por ello se fuesen a alcanzar y más en horizontes tan amplios como 2030 o 2050.

Por un lado, se marginan energías renovables mucho más flexibles en su generación temporal como la bioenergía o la hidroeléctrica, en esta incluso se coquetea asumiendo el discurso ecologista con ir derruyendo los embalses existentes. Por otro lado, se ignora la enorme ineficiencia que supone pasar de energía eléctrica a térmica y viceversa en vez de buscar el mayor grado de cobertura de demanda térmica con fuentes térmicas y viceversa. Tampoco está resuelto el almacenamiento del ingente excedente temporal de energía eléctrica a costes y eficiencia aceptable como la reducción de la demanda energética sin afectar al bienestar de la sociedad mediante un uso mucho más eficiente de la energía. Se hace por tanto necesario un enfoque mucho más global en el que se identifiquen las mayores complementariedades incluyendo la resiliencia del sistema para evitar colapsos energéticos como los vividos este invierno en Texas.

España cuenta con una considerable extensión forestal en buena parte abandonada a su suerte lo que genera un inasumible riesgo de incendios. Apenas aprovechamos el 40% del crecimiento que equivale al nivel sostenible de cortas que evita agotar el recurso. A ello además se suma la biomasa generada por la agricultura en una buena parte leñosa y que actualmente se quema en campo generando incendios de fin de invierno además de la biomasa procedente de las crecientes zonas verdes urbanas. Pero la bioenergía no se limita a biomasa, sino que incluye también la generación de biogás aprovechando los purines de la ganadería y los lodos de las depuradoras o la producción de biocombustibles de residuos agrícolas o forestales como el biodiesel de la lignina sobrante en la producción de pasta de papel.

La desproporcionada apuesta eléctrica requiere además de una considerable inversión en líneas eléctricas que generan rechazo, afectan el paisaje y se alargan considerablemente en su ejecución. Por el contrario, la biomasa de proximidad puede cubrir en una parte considerable de nuestro territorio la demanda térmica existente, especialmente de calefacción a unos costes mucho menores gracias a su eficiencia siempre y que se apueste por redes de calor que eviten las ineficiencias y riesgos por falta de mantenimiento de las calderas domésticas además de suministrar electricidad mediante cogeneración. Además, la biomasa puede cubrir buena parte de la demanda térmica territorialmente dispersa de pequeña y mediana y una parte de la de gran dimensión como cementeras o azulejeras.

Una de las mayores ineficiencias actuales es recurrir a la electricidad para cocinar y calefacción únicamente por minimizar la inversión de la instalación. La substitución del gas de hidrocarburos por biogás puede ser estratégica para evitar una considerable parte de la demanda eléctrica de los hogares relacionada con cocinar a la vez que suministra el combustible renovable para la calefacción en zonas metropolitanas donde sea más costoso establecer redes de calor.

Resulta también clave en búsqueda de una mayor eficiencia energética prestar más atención tanto al aislamiento del edificio, reducir desplazamientos innecesarios sobre todo a gran distancia (avión) y prestar más atención a los materiales que consumimos y que en la práctica totalidad de aquellos de origen no renovable (metales, cemento, procedentes de hidrocarburos) requieren de grandes cantidades de energía para sus procesos industriales. La bioeconomía nos ofrece la oportunidad de substituirlos por productos basados en fibras vegetales, en muchos casos de madera o bambú, que requieren de una ínfima fracción de energía al aprovechar la fotosíntesis en el proceso industrial. Nos referimos a construcción incluidas ventajas en madera, textiles de fibras vegetales, bioplásticos, bioquímicos, etc. Ello además redunda en un óptimo aislamiento, mayor resistencia a los eventos sísmicos e incendios, aunque parezca paradójico a la vez que evita el creciente problema de los micro-plásticos en el mar.

La ampliación de la superficie ocupada por plazas solares es bienvenida mientras ocupe tejados y terrazas, fachadas, parkings, invernaderos o vías, pero comporta muchos riesgos cuando afecta a tierras agrícolas que perderán su materia orgánica emitiendo CO2 así como fertilidad generando en momentos de grandes precipitaciones considerables escorrentías impidiendo la infiltración.

Por el contrario, existe un considerable potencial de generación hidroeléctrica de pequeña o mediana escala infra-aprovechado siendo igualmente necesario desarrollar tecnologías para aprovechar las corrientes marinas permanentes que tenemos en nuestro país en cotas inferiores al calado de los buques.

Finalmente debe reflexionarse si el modelo de mercado del CO2 ha funcionado correctamente dado que no aborda todas las emisiones -incluidos los demás gases de efecto invernadero- y ha resultado ineficiente hasta fechas bien recientes y cuya subida drástica en tan poco tiempo tiene muchos efectos perversos. La propuesta alternativa defendida tradicionalmente por Francia de un impuesto al CO2 con un componente anticíclico a los vaivenes del mercado de la energía podría ser mucho más eficiente además de proveer de una fuente de ingresos para incentivar el único sumidero gestionable que son los bosques. Imponer que lo hagan como pretende la Comisión Europea es territorialmente tremendamente regresivo e injusto y lo único que acelerará será su abandono e incendio emitiendo entonces sí ingentes cantidades de CO2.

Aprovechar mucho más intensamente el considerable potencial bioenergético de nuestro país debería ser una apuesta clave del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia por su complementariedad estratégica para el suministro energético endógeno, próximo y asequible generando adicionalmente unos co-beneficios clave en la lucha contra la despoblación interior, la prevención de incendios y la recarga de nuestros acuíferos que comportan mejorar las estructuras de muchos de nuestros bosques actualmente excesivamente densas y poco resilientes ante las condiciones adversas exacerbadas por el cambio climático. En definitiva, apostar por la bioeconomía nos permite aprovechar mucho mejor considerables recursos endógenos, luchar contra el cambio climático e impulsar la economía en el mundo rural.