Carbón, biogás o fertilizante: la segunda vida de los residuos

La bioeconomía se extiende como modelo productivo de éxito y cada vez son más las compañías agroalimentarias o pymes tecnológicas que apuestan por el aprovechamiento de los subproductos para reducir el impacto medioambiental o abrir nuevas líneas de negocio

Hace cinco años apenas había casos prácticos empresariales de bioeconomía. Hoy la situación ha cambiado de forma radical y son muchísimas las iniciativas viables que hay” asegura Roberto García Torrente, director de Innovación Agroalimentaria de Cajamar. De ello dejan constancia la veintena de compañías e investigadores que la entidad financiera reunió en Valladolid para hablar de las posibilidades que ofrece un modelo productivo que permite optimizar materias primas y recursos energéticos gracias a una innovación y tecnología que valoriza los subproductos del sector agroalimentario.

Tecnología y conocimiento, bases según el presidente de Cajamar, Eduardo Baamonde, para que los costes derivados de los subproductos se conviertan en “ingresos recurrentes”, se derrocharon en una jornada que contó con la colaboración de los centros tecnológicos Cartyf e Itacyl y que fue inaugurada por el viceconsejero de Desarrollo Rural de la Junta de Castilla y León, Jorge Llorente.

Directivos de compañías referentes como Matarromera, Entrepinares, Campofrío o Gullón explicaron la apuesta que están haciendo por la bioeconomía. También pymes tecnológicas e investigadores como Beatriz Molinuevo, del Itacyl, que mostró la valorización del suero procedente de la elaboración de quesos y que no se puede verter directamente a la red. Todo un problema medioambiental dado que anualmente se consumen 18 millones de toneladas de queso en el mundo y se necesitan 9 litros de suero para producir un kilo de este derivado lácteo. El Itacyl trabaja con cinco granjas de Palencia para producir biogás y fertilizante; obtener prebióticos y reincorporar proteínas para conseguir lácteos mejorados.

Borja Oliver, Ingeniero de Desarrollo de la valenciana Ingelia, explicó la forma en la que convierten a través de la carbonización hidrotermal los residuos en biocarbón y en agua de procesos, rica en nutrientes para los cultivos.

En el primer caso, los lodos y los residuos agrícolas y alimentarios se someten a temperaturas de 200 grados para acelerar el proceso de formación de carbón de manera que lo que de forma natural se produce en millones de años se reduce a cuatro o cinco horas. El proceso no genera emisiones, tiene muy poco consumo energético y no requiere grandes superficies de terreno para hacerlo posible, a la vez que genera un carbón con gran demanda.

“Pasamos de un gasto para deshacerse de los residuos a un producto que se puede vender o sirve para reducir el consumo energético”, aseguró Oliver, quien avanzó que están probando en la actualidad con residuos de arroz en Valencia y con cáscaras de cítricos y subproductos de invernaderos en Murcia y Almería.

Tuero Medioambiente es otro proyecto de éxito en bioeconomía. Además de dar servicios de gestión ambiental para conseguir residuo cero, producen harinas para alimentación animal, biogás y fertilizantes a partir de los subproductos de la industria alimentaria, según explicó su director, Jorge Montero.

Se aprovecha todo

Son mermas de la fabricación de alimentos como la corteza del pan de molde, que los consumidores dejaron de consumir, y que supone un 50% de la masa del pan. O de la pasta de colores a base de espinacas, zanahorias o huevo. Aunque en realidad, aprovechan todo: bollería, snacks, galletas, cereales de desayuno, etc. Lo que no es válido para alimentación del ganado porque tiene origen animal -por ejemplo los residuos para elaborar pizza con bacon- o tiene un alto contenido en agua y deshidratarlo es muy complicado energéticamente -yogur o restos de verduras-, lo aprovechan para generar biogás para sus plantas.

En la empresa navarra Oleofat Trader, están especializados en la valorización de subproductos oleaginosos. Una actividad que, según explicó su directora de I+D, Laura Sánchez, comenzó hace cinco años para diversificar su actividad como gestor de residuos. Ahora disponen de tres unidades de negocio. Una planta de tratamiento (CTR); otra para valorizar los desechos de las empresas aceiteras y una última para productos especiales con la que pretenden generar mayor valor añadido con la obtención de principios activos muy demandados por la industria cosmética por su capacidad antioxidante o por la láctea para reducir el colesterol.

En Grupo Termalis, que comercializa derivados del porcino y disponen de producción ganadera y agrícola, son expertos en el aprovechamiento del nitrógeno gracias a su filial Fertinagro Biotech. “Nosotros nos aproximamos a la bioeconomía de una forma natural, entendiendo que la bioeconomía no es sostenible en sí misma si no se aplican herramientas de circularidad. Una es el ecodiseño, saber que mis propios purines luego me van a volver y por tanto no pueden contener sustancias que puedan perjudicar a los cultivos. La otra es la eliminación del despilfarro”, explicó Sergio Atarés, director de Estrategia e innovación de Fertinagro.

En su opinión, la bioeconomía tiene tres motores para que tenga éxito: sol, suelo y nutrientes. Por eso, la compañía se ha especializado en evitar lo que es el gran reto de la sociedad “el despilfarro del nitrógeno”, que Atarés cuantifica en 60.000 toneladas en el sector del porcino.

“El purín es una base muy buena de fertilización, pero no es un fertilizante. Los cultivos extraen cinco veces más de nitrógeno que de fósforo, pero la composición de los purines no es así por los que los reequilibramos en función de los suelos y los cultivos para conseguir buenos resultados agronómicos”.

El objetivo es intentar que el nitrógeno no se volatilice en forma de amoníaco desde los suelos, algo que han conseguido reducir hasta en un 78%. Agronómicamente, los resultados son más amplios. Están introduciendo ya programas de fertilización integral con purín en la patata, con reducción de un 30% de impactos ambientales, o en el cereal, donde aumentan un 30% la producción y un 17% el contenido de proteína en grano.

Tomás Sánchez-Uran, director de la Fundación Kerbest, una empresa que desarrolla su actividad en seis centros de producción porcina en Ávila, explicó que promueven y participan en iniciativas medioambientales a favor de la sostenibilidad, la economía circular y la reducción de gases de efecto invernadero.

Carlos Moro, presidente de Grupo Matarromera, introdujo el concepto de Modelo de Economía Esférica. “Generamos productos de alto valor añadido como cosméticos a partir de uvas, hollejos y pepitas de la uva, pero se incluye otra dimensión con su aprovechamiento para la generación de energía”.

Alberto Ballestero, director de fábrica de Prolácteo (Grupo Entrepinares) mostró cómo transforman el suero en materia seca que será utilizada para deportistas, elaboración de chocolates helados, galletas, embutidos. En el caso de Campofrío aprovechan los despojos del cerdo -sangre, huesos, tripas para destinarlos al consumo humano- y con la ayuda de terceras empresas utilizar los residuos líquidos y sólidos para generar biogás, explicó Benito Tapiador, director de Ingeniería.

Por último, Francisco Hevia, director de Responsabilidad Corporativa y Comunicación de la palentina Galletas Gullón, aseguró que la gran transformación está en la tecnología, por lo que pidió la ayuda de centros como Itacyl y Cartif.