Muralismo rural para derribar barreras entre el campo y la urbe

El artista charro Daniel Martín se erige en exponente nacional de un nuevo “arte rural” enfocado en el reflejo de las antiguas labores agrícolas en edificios transformados en gigantes lienzos para que no caigan en el olvido y ayuden a llenar de turistas la Salamanca vaciada

Si desde el punto de vista artístico el final el siglo XX fue sepultando al campo y al entorno rural para reflejar más lo que bullía en la urbe al calor del éxodo masivo provocado por la emergente industria, el principio del XXI parece empeñado en saldar la deuda inevitablemente contraída. Así, un buen puñado de artistas han vuelto sus miradas al pueblo y se han fijado en tradiciones y costumbres casi olvidadas para desenterrar la memoria del campo, para poner en valor esa vida de arraigo y ese trabajo artesano que, más que nunca, parecen cobrar de nuevo fuerza. Lo hacen a través de distintas manifestaciones, pero, como gran novedad de un tiempo a esta parte, utilizando las paredes de edificios y construcciones de los pueblos en desuso, abandonadas o simplemente inertes, como lienzos gigantes sobre los que crear murales tan descomunales como sorprendentes. El arte, ahora sí, parece querer ser el arma que definitivamente derribe los muros existentes entre el pueblo y la ciudad.

Precisamente, atraer visitantes de las ciudades, buscar un recurso turístico capaz de revertir su situación de abandono y excesiva tranquilidad, llenar la Salamanca vaciada, es lo que llevó, hace unos cuatro años, a los alcaldes de Palacios del Arzobispo y Castellanos de Villiquera a coger el teléfono y marcar el número de Daniel Martín. Él, graduado por la Escuela de Arte, Escultura y Diseño Gráfico de su Salamanca natal, recibió sus llamadas con cierto asombro por lo curioso de la propuesta. Isabel Herrero Rodríguez y Santiago Alberto Castañeda querían llenar con un mural alusivo al campo y al Camino de Santiago, respectivamente, dos espacios muy peculiares, las paredes del frontón de Palacios del Arzobispo y la torre del depósito de agua de Castellanos de Villiquera.

“Había trabajado como profesor de arte en una asociación de personas con discapacidad, incluso como vigilante” en sus primeros contactos con el mundo laboral, y hacía poco más de un año que se había convertido en autónomo para centrarse en exclusiva en su verdadera pasión. Ya tenía en su currículum “algunos trabajos decorativos para empresas de restauración, peluquerías o comercios” y también algún mural, y afirma Daniel Martín que se tomó aquellas dos propuestas que, sin estar coordinadas le llegaron casi de manera simultánea, “como un encargo” en el que simplemente tenía que adaptarse a un nuevo formato de lienzo. Sin embargo, “fue un reto”, asegura antes de reconocer también que con aquellas primeras pinceladas en altura pasó “un poco de miedo”.

Superado el vértigo inicial, -más que a los andamios, a la acogida de los vecinos a aquella rompedora iniciativa, según afirma-, el gran mural titulado La Cosecha, de 400 metros cuadrados, y la representación de dos jóvenes peregrinos en la Ruta de la Plata entre el trigo sobre una alta torre, abrieron a Daniel Martín no sólo una nueva y exitosa vía profesional, sino también una enriquecedora etapa artística. Tanto es así que hoy, con alrededor de 50 murales de gran formato a sus espaldas, se ha convertido en el gran exponente español de un arte tradicionalmente urbano llevado al pueblo, en lo que él mismo define como “arte rural”.

El Banksy alejado de Banksy

Hay incluso quien, por lo llamativo de su obra y el gran formato, le considera el Banksy del mundo rural, si bien el artista charro afirma que, a pesar de considerarle “un crack”, no se identifica con el enigmático representante del arte urbano británico, ni tampoco con su línea de salpicar el arte de metáforas para acabar haciendo crítica. “Me interesa más contar historias atemporales vinculadas al ser humano, hablar de las cosas del día a día, del trabajo, de sobrevivir, de lo que verdaderamente importa en un mundo rural en el que la política está en un segundo plano”, afirma un Daniel Martín que se considera “multidisciplinar, polifacético” y, por encima de todo, un artista “para nada rígido” ni “encerrado” en un estilo, sino siempre dispuesto a evolucionar.

Y a tenor de sus propias palabras, ese enriquecimiento se ha potenciado especialmente en los últimos años gracias a los encargos de arte rural que le han ido llegando de Tirados de la Vega, Aldeanueva de Figueroa, Arcediano, Carbajosa, Aldearrodrigo o Valverdón, entre otros pueblos de la geografía salmantina que han querido seguir la línea abierta por Palacios del Arzobispo y Castellanos de Villiquera y transformar su calles en inmensos museos de arte al aire libre con los que atraer visitantes.

El arado con bueyes y mulas, el paseo entre trigales, los niños sobre el trillo tirado una mula, la siembra en familia, el típico carro colmado de hierba, la recogida de la patata, la denominada lucha de la cruz -que, al estilo de la leonesa, se practicaba en algunos pueblos charros después de concluida la cosecha-, etc., son algunas de las escenas protagonistas dibujadas por Daniel Martín en enormes murales en los que ha invertido cientos de horas de trabajo, miles de litros de pintura y, pincelada vital para el resultado final, decenas de horas de conversaciones con los vecinos.

Beber de la memoria

Y es que, como explica el artista, su trabajo parte de fotografías antiguas y bebe de la memoria y de las explicaciones que los lugareños le ofrecen sobre las tradiciones, costumbres y momentos que las instantáneas reflejan, por lo general desconocidas para él. “Intento unir dos épocas distantes en el tiempo, la imagen en sepia de antaño con el grafiti de hoy”, explica Daniel sobre una técnica que “ha ido evolucionando” desde que pintó el primer mural rural y en la que las figuras sencillas han ido dando paso a un mayor realismo, a una profundización en las expresiones, a la búsqueda de los elementos pictóricos que hay en esas fotografías antiguas por las que ha adquirido auténtica devoción.

A mano alzada, sin cuadrículas, ni proyectores, ni esténciles, siempre tratando de integrar la obra en su entorno, buscando los colores ocres y verdes del campo, -con la colaboración, eso sí, de ayuntamientos y lugareños en el preparado de la pared-, el trabajo de Daniel Martín no solo ha encajado perfectamente a ojos de los vecinos de las localidades hasta las que ha llevado sus pinceles, sino que también le ha convertido en uno más entre ellos. No en vano, el artista afirma que le invitan junto a su familia a sus fiestas y celebraciones populares y le han hecho sentirse tan “uno más”, que ya se encuentra “más cómodo con la vida en el pueblo que con la de su Salamanca de cuna”.