Rodrigo Ibáñez, ingeniero de Telecomunicaciones y cofundador de la bodega Las dos Antiguas: “No hacemos vinos iguales, sino el mejor que de cada año pueda salir”

Acaba de encumbrarse en el olimpo vinícola con un nombre que esconde un sueño, el de un matrimonio vallisoletano que ha unido en su bodega su origen, representado por la iglesia de La Antigua de su ciudad, y el lugar en el que ese sueño de hacer vinos de autor surgió, la ciudad guatemalteca de Antigua

Sigue la estela de esas compañías que emergieron en un garaje, aunque su nacimiento tuvo lugar, más bien, “en un viejo pajar”. Y, como ellas, también ha alcanzado la cima. En su caso, con la obtención de un Gran Oro en Mundus Vini, una de las competiciones internacionales más prestigiosas del universo vinícola. La bodega artesanal Las dos Antiguas, fundada en 2012 en la localidad segoviana de Navas de Oro por el matrimonio formado por Henar Pinilla y Rodrigo Ibáñez -enóloga ella, ingeniero de Telecomunicaciones él-, cuela, así, uno de sus tres tintos, en concreto Las dos Antiguas Selección 2015, en el olimpo, algo que llena de orgullo a sus creadores y, por ende, a quienes han compartido su sueño de elaborar vinos de autor; entre ellos, la madre de Rodrigo, para quien este caldo es, sin ninguna duda, “el mejor del mundo”. Lo comenta entre risas el propio bodeguero, exultante por este reconocimiento que, afirma, les costó asimilar. Y es que, se lo notificaron con un correo electrónico que tuvo que leer “doce veces” para creerse la distinción cosechada entre 7.300 aspirantes por este tinto de la DO Vino de la Tierra de Castilla y León, “100% tempranillo, de 14,5 grados”, con “gran potencia aromática a fruta en nariz” y “mucho cuerpo, sedoso, con un punto dulce y bastante largo en boca”, cuyas 1.800 botellas saldrán a la venta en septiembre a su precio habitual de 29 euros.

El premio les ha traído múltiples felicitaciones, sobre todo de familiares y amigos, los mismos con los que en 2009 Henar y Rodrigo compartieron las 300 botellas que salieron de una primera barrica que se lanzaron a elaborar, por mera afición, tras adquirir “dos hectáreas y media de viñedos viejos” en Olmedillo de Roa (Burgos). También han llegado con él las llamadas de dos importadores alemanes, muy bien recibidas por este joven matrimonio para el que “abrir miras y vender más allá del ámbito local” entronca con su sueño de hacer vino valorado por grandes degustadores de cualquier lugar del mundo. Y es que, esa, es su máxima: “elaborar muy poco -unas 7.000 botellas en total-, pero de mucha calidad”, y “no hacer vinos iguales, sino el mejor vino que de cada año pueda salir”, algo que Rodrigo y Henar pueden permitirse porque no necesitan “vender para comer”, ni están “supeditados a mercados o a modas”. Para imprimir su particular sello de calidad a sus caldos, la pareja, visita “cada semana o cada dos”, los viñedos que mima un cuidador continuo y, en septiembre, se muda a Navas de Oro para, a caballo entre las viñas, la bodega y sus ocupaciones profesionales entre Burgos, Segovia y Valladolid, controlar todo el proceso artesanal de recogida de la uva en su momento óptimo, su escrupulosa selección, su fermentación y su entrada en barrica.

Los creadores de esta bodega, “muy pequeña pero montada como las grandes”, buscan, no obstante, nuevas cimas. Henar y Rodrigo piensan ya en abordar los blancos. De guarda, por supuesto.