El ‘Labordeta’ de la Reserva de la Biosfera de Omaña y Luna

El joven estudiante de Forestales Miguel Ángel Blanco recorrerá 2.500 kilómetros entre 86 pequeñas localidades para beber de sus habitantes y recopilar usos y nombres de unas 400 plantas con el objetivo de “rescatar el saber oculto” de los pobladores de estas comarcas

El monte ofrece un amplio abanico de posibilidades mucho más allá de “repoblar y plantar pinos”, y para muestra, un botón. Al más puro estilo del mítico José Antonio Labordeta en su programa de televisión Un país en la mochila, el joven estudiante de Grado en Ingeniería Forestal Miguel Ángel Blanco ha comenzado este verano a recorrer los pequeños pueblos que comprende la Reserva de la Biosfera de los Valles leoneses de Omaña y Luna. No le acompaña un cámara, ni va a grabar serie alguna sobre la vida cotidiana, la economía, la cultura y las tradiciones en estas localidades -aunque algo de esto último hay-. Su objetivo no es otro que el de beber de la experiencia de los lugareños más longevos y recopilar información sobre la relación que ellos y sus antepasados han tenido con el entorno vegetal que les rodea. Así que, cuaderno, grabadora y cámara de fotos en mano, busca a quienes estén dispuestos a compartir un rato de charla con él y, si se tercia, hasta de paseo para comprobar lo abordado in situ. Esos testimonios, ese “saber oculto” rescatado de memorias a punto de extinguirse, se verán reflejados en un libro que, espera su autor, sirva como guía para impulsar otras actividades en una zona especialmente castigada por la despoblación y el envejecimiento.

Fue el pasado julio cuanto arrancó una aventura gestada en la mente de Miguel Ángel durante sus tiempos de observación en el puesto de vigilancia de Omaña que ha venido ocupando sus vacaciones veraniegas desde 2016. Amante de su tierra, este joven de 28 años natural de la cercana localidad de La Robla se percató de que ninguna publicación sobre los valles de Omaña y Luna abordaba una de las áreas que en sus cuatro años en la Escuela Técnica Superior de Ingenierías Agrarias del Campus de Palencia de la Universidad de Valladolid más le han cautivado, la botánica. Así que, empezó por su cuenta. No obstante, pronto se percató de que, precisamente, la enorme riqueza natural de este espacio de la geografía leonesa se le hacía “inabarcable” y decidió plasmarlo en un proyecto y presentárselo a la Asociación gestora de la Reserva de la Biosfera.

En la entidad encontró una muy favorable acogida a su iniciativa y el sí para aportar, no sólo soporte financiero, sino también asesoramiento de su propio Comité Científico, del que forman parte -entre otras personas-, Estrella Alfaro, especialista en botánica y responsable del Herbario de la Universidad de León. Con este importantísimo doble aval, Miguel Ángel Blanco, a quien apenas le falta presentar su trabajo de fin de Grado para culminar Forestales y que acaba de comenzar en Lleida un Máster de Ingeniería de Montes, se convirtió definitivamente en emprendedor a comienzos del verano pasado.

Durante julio, agosto y septiembre, el joven ha podido visitar ya 15 de las 86 localidades integradas en la Reserva, y ha sumado unos 400 kilómetros recorridos que, a buen seguro, se irán hasta los 2.500 cuando concluya su periplo -calcula que el verano que viene- por los seis municipios que conforman este espacio natural de 81.000 hectáreas (Los Barrios de Luna, Sena de Luna, Murias de Paredes, Soto y Amío, Riello y Valdesamario); un periplo de coche y mochila que, no obstante, se verá prolongado hasta finales de 2021 delante de un ordenador, en otro espacio muy diferente a esos campos, corrales, casas y patios que, por lo general, sus paisanos le han abierto muy amablemente. Y es que, aunque son tiempos extraños, las visitas no dejan de ser bien recibidas en pueblos en los que, de forma habitual, apenas residen diez vecinos; en los que el ritmo de vida dista mucho del de los núcleos con alta densidad de población y en los que, a menudo, cuesta cruzarse con un vecino.

Ordenar datos de 400 especies

Culminado el trabajo de campo el próximo verano, será entonces tiempo de enfrascarse frente a la pantalla, el teclado y el ratón para ordenar todas esas charlas de tú a tú, para recopilar datos de, calcula, unas 400 especies de plantas, y definir sus nombres científicos y vulgares, sus usos y las múltiples curiosidades que alrededor de muchas de ellas se han ido gestando en décadas de relación con los habitantes de los valles. También, de repasar la fitonimia popular para, si es posible, dibujar, como se ha propuesto, un mapa de estas comarcas leonesas que refleje las zonas a las que precisamente plantas, algunas aún vivas, otras extintas, confirieron nombres con los años popularizados entre sus pobladores.

Realizado todo ese trabajo, Miguel Ángel pondrá el broche final a su primer emprendimiento plasmándolo en un libro que llevará por título el mismo que encabezó su proyecto: Etnobotánica de la Reserva de la Biosfera de los Valles de Omaña y Luna. Una publicación que su autor espera sirva, no sólo para “rescatar el saber oculto” de unas personas cuyos conocimientos corren el peligro de perderse para siempre, por el implacable factor edad y también por el fenómeno de despoblación que asola este territorio -sus 86 núcleos de población no alcanzan los 3.000 habitantes-; también, para “homenajear” a esas gentes y a estas comarcas que, recalca, “son una mina de sabiduría”.

Estímulo de actividades paralelas

Más aún, otro de los objetivos con los que este joven emprendedor ideó este proyecto forestal es el de que su libro sirva de guía a otros apasionados como él a la etnobotánica y a la botánica, así como para estimular e impulsar, a partir de lo recogido en él, otras posibles actividades económicas que revitalicen el territorio. En este sentido, Miguel Ángel Blanco confía en que, en colaboración con la Reserva, puedan desarrollarse actividades relacionadas, tales como un taller de tintes con plantas; salidas para la recogida de plantas destinadas a usos medicinales; “un taller de cestería con las plantas típicas que los más mayores saben cuándo cortar, cómo tratar y de qué forma trenzar”; cursos o talleres enfocados a la promoción del aprovechamiento de las especies botánicas para cosmética ecológica, o acciones dirigidas a la recuperación de especies de plantas, arbustos o cultivos frutales que han ido desapareciendo con el tiempo y cuya presencia hoy en los valles es casi testimonial, caso, explica, “de la llamada pera morcillera, que se utilizaba para elaborar una morcilla típica de la zona”. “Quiero llevarlas a un banco de semillas para que se preserven, para que nunca se pierdan e incluso se puedan utilizar en nuevas plantaciones”, especifica.

Un propósito, el que recoge esta última propuesta que engloba, en definitiva, toda la filosofía del proyecto de Miguel Ángel: recuperar, preservar y mantener para siempre recogidos en un libro, nombres comunes, definiciones vernáculas inéditas, usos y curiosidades de decenas de especies botánicas que, sin lugar a dudas, también forman parte de la historia de los Valles de Omaña y Luna.