Cuatro décadas de sangría laboral en el campo

Desde 1976 han desaparecido dos millones de ocupados en la agricultura, un sector que ha quedado al margen de la feminización y el vuelco educativo del resto de la economía

Los expertos Luis Garrido y Elisa Chuliá ponen negro sobre blanco la “dramática” evolución de la ocupación en el campo en el último número de Panorama Social, publicación editada por Funcas, bajo el título El campo y la cuestión rural: la despoblación y otros desafíos ( https://www.funcas.es/)

En su artículo La ocupación en el sector agrario: trayectoria y actualidad, los dos expertos revelan, a partir del análisis de la Encuesta de Población Activa (EPA), cómo desde 1976 han desaparecido dos millones de puestos de trabajo en el sector agropecuario -agricultura, ganadería y pesca-.

Ese año, los ocupados en este sector alcanzaban la cifra de 2,6 millones de personas y representaban más de una quinta parte de la ocupación total; en 1991 no llegaban a una décima parte de los ocupados (1,3 millones) y ya en 2007 la ocupación agraria había caído por debajo de una veinticincoava parte de la ocupación total (801.000). Desde entonces, esta proporción se ha estabilizado alrededor del 4% del total de la ocupación (734.000 ocupados en 2019).

Falta de rentabilidad

La profesora titular de Universidad en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociología de la UNED, Elisa Chuliá, atribuye el vaciamiento laboral del campo “a muchas causas que tienen que ver con el cambio de modelo productivo hacia una terciarización”. Pero señala otras más específicas, como la fuerte mecanización, o aquellas que entroncan con una realidad muy presente hoy en un sector cada vez más desmoralizado: la falta de rentabilidad.

“Los agricultores se quejan y tienen razón. Las condiciones de trabajo no son buenas y las razones de este descontento se arrastran desde hace décadas porque los precios no evolucionan y muchas veces no se cubren los costes de producción. El trabajo es además duro y aunque hay muchos agricultores que lo son por vocación, tienen que trabajar todos los días del año y muchas horas. Y eso reduce el atractivo”.

Uno de los aspectos más interesante de la investigación de Garrido y Chuliá, y sin duda más útiles a la hora de diseñar políticas efectivas contra la progresiva desertificación demográfica de la denominada España Vaciada, tiene que ver con el papel que la mujer ha tenido en esa vertiginosa caída de la ocupación en el mundo rural.

El campo ha quedado, en buena medida, al margen de la feminización, uno de los dos procesos que, junto al vuelco educativo, han caracterizado la evolución del mercado de trabajo español. Los datos son más que elocuentes. En 1976, por cada 100 varones que trabajaban en el sector agrario lo hacían también 40 mujeres, una proporción similar a la que arrojaba el resto de sectores de la economía española en su conjunto. Pero mientras desde finales de los años 80 la proporción de mujeres ocupadas en otras actividades ha crecido rápidamente -en 2019, por cada 100 hombres había 87 mujeres-, en el sector agrario la proporción ha descendido, de modo que en 2019 se contaban 30 mujeres por cada 100 hombres.

Los datos son más inquietantes si tenemos en cuenta a la población más joven. Mientras, en el resto de sectores, el número de ocupadas de 25 a 29 años por cada 100 hombres ocupados se aproxima al centenar -es decir, a la igualdad-, las mujeres ocupadas de esa edad en el sector agrario no llegan a 25.

Acceso a servicios

”Aunque coincido con las visiones de que la mujer no ha sido bien tratada en el campo porque se le ha dado escasa visibilidad, también es verdad que la mujer prefiere hoy ocupaciones que le permitan compatibilizar con sus obligaciones familiares, que puedas vivir en las ciudades con acceso a servicios”, señala Chuliá, quien es clara al afirmar que “el campo ha sido descuidado por las administraciones, sus servicios han ido menguando y el bienestar de las familias en cuanto a prestaciones educativas para los niños, la sanidad o el ocio no se puede comparar con el de las zonas urbanas”.

Junto a la masculinización, el campo ha ido en el aspecto formativo también en dirección contraria al que ha tenido el resto de la economía española. Los datos revelan que el colectivo de los que trabajan en el sector agrario presenta una media de años dedicados al estudio bastante más baja que la observada entre los del resto de sectores. La diferencia a favor de los segundos ronda tres años entre los ocupados de 20 a 64 años, es decir, prácticamente todo el rango de edades activas.

La situación es más pronunciada especialmente en el grupo de los ocupados de 65 o más años. Mientras que las trayectorias educativas de los mayores que siguen trabajando en el sector agrario son cortas -menos de ocho años-, las que muestran los ocupados en el resto de sectores son largas -más de 13 años-. “Esta evidencia induce a pensar que los mayores que trabajan en el campo lo hacen más por necesidad que por gusto, para completar carreras de cotización incompletas, a diferencia de los que permanecen ocupados en otros sectores, los privilegiados, que lo hacen para rentabilizar no solo económicamente, sino también personal y socialmente su mayor cualificación”, señala esta experta.

Falta de relevo generacional

Otro dato que también entronca con otro de los problemas a los que se enfrenta el campo: el relevo generacional. La extensión de la vida laboral de los más mayores impide a los jóvenes acceder a la tierra, lo que impide el dimensionamiento necesario para que las fuertes inversiones que se requieren sean amortizadas y garantizar la rentabilidad de la actividad agraria.