La innovación española en semillas brilla en Europa

Luis Ortega, Salvador Péramo, Abelardo de la Vega y María Lumbreras están entre los mejoradores de semillas más innovadores de la UE, donde se registran 3.500 variedades al año

Son la cara oculta de la innovación en el desarrollo de semillas en nuestro país, actores principales de la imparable y fascinante evolución de una agricultura cada vez más exigente y que la revista European Seed ha situado en la élite europea al incluirlos en la lista de los 20 investigadores más innovadores, una cantera que posiciona a nuestro país a la vanguardia en I+D+i en un campo especialmente competitivo en el que, sólo en la Unión Europea, se registran cada año 3.500 variedades distintas.

María Lumbreras (Mejoradora de trigo de primavera y duro en el Grupo Limagrain), Luis Ortega (Manager del Proyecto de Mejora en Syngenta); Salvador Peramo (Manager de Solanaceae en Semillas Fitó) y Abelardo de La Vega (responsable de la división de Semillas de Corteva Agrescience) nos desvelan algunas de las claves en la búsqueda de nuevas variedades y los retos a los que se enfrenta el sector de los obtentores vegetales, que en España se une en torno a la asociación Anove, en la que se integran las cuatro compañías que han visto reconocidos a sus investigadores.

¿Qué factores intervienen en el proceso para buscar nuevas semillas?

Luis Ortega explica que “interviene muchísimo toda la cadena de negocio, desde los requerimientos de resistencias a enfermedades y producción por parte del agricultor, continuando con las demandas de conservación y comerciabilidad, hasta la satisfacción de sabor y apariencia por parte del consumidor. No obstante, la capacidad del investigador de innovar y crear nuevos productos que se salen de los estereotipos normales es lo que más nos apasiona en nuestro trabajo”.

Para Salvador Peramo, “el objetivo del mejorador es obtener variedades que cubran las necesidades de todos los actores que forman parte de la cadena, desde el agricultor hasta el consumidor. Para ello, intenta tener la mayor información posible de cada uno de ellos y aplicarla a la hora de seleccionar plantas y variedades. Es un campo muy dinámico, siempre hay algún nuevo reto que afrontar y las necesidades del mercado cambian con el tiempo. La mayor dificultad para un mejorador es adelantarse a esos cambios, ya que el desarrollo de variedades es un proceso largo, que lleva varios años”.

Según Abelardo de La Vega, “los criterios de selección son múltiples y se pueden dividir en dos grandes grupos: rendimiento y calidad. En mayor o menor medida según el criterio y cultivo, los marcan el ambiente de producción, las tecnologías de manejo, las necesidades de los agricultores y las demandas de los consumidores. En cultivos agrícolas, el potencial y estabilidad de rendimiento dependen de múltiples atributos como la arquitectura del cultivo, la duración del ciclo biológico, la adaptación a la temperatura y duración del día de la región, la respuesta a las prácticas de cultivo y la resistencia a condiciones de estrés abiótico -sequía, altas y bajas temperaturas, vuelco de raíz, etc.- y biótico -plagas y enfermedades-.

La calidad, atributo altamente dependiente de la demanda de los consumidores, depende de la concentración y perfil de ácidos grasos del aceite, el contenido y composición de proteínas, del contenido de antioxidantes naturales, de la proporción relativa de amilosa o amilopectina del almidón, la dureza del endosperma, el tamaño y forma del grano, etc.”.

“El proceso de búsqueda de nuevas variedades en cereal es lento, y muy costoso. El lanzamiento al mercado de una nueva variedad lleva entre siete y diez años de trabajo, por lo que es muy importante la sinergia entre la industria, el agricultor y las empresas productoras de semillas, para que haya un flujo continuado de información y conocimiento y que podamos adelantarnos a las necesidades futuras”, asegura María Lumbreras, quien añade que la evolución de los programas de mejora va hacia nuevas técnicas de manejo que consigan disminuir ese número de años para poder tener una mayor capacidad de reacción.

¿Qué papel juega España en el desarrollo de nuevas semillas?

Luis Ortega afirma que “prácticamente todas las empresas importantes como Syngenta tienen centros de investigación con equipos humanos importantes y el resultado de nuestra investigación se exporta a muchos otros países, no solo de nuestro entorno sino también de otros continentes. Prueba de ello son las constantes visitas de agricultores y técnicos de otros países que recibimos interesándose por las variedades creadas y desarrolladas en España”.

Salvador Peramo destaca el “prestigio” que tienen “las pocas empresas españolas” que trabajan en el sector. “El mercado global está dominado, en general, por grandes multinacionales, principalmente europeas -holandesas y francesas- y también alguna asiática. Sin embargo, a nivel europeo encontramos alguna empresa española, como es Semillas Fitó, que está en primera línea en un mercado muy competitivo. Por ejemplo, en berenjena, es líder a nivel mundial”.

Para María Lumbreras “la agricultura en España ha avanzado mucho pasando de ser un sector tradicional a uno más avanzado y competitivo y con ella hemos avanzado con el desarrollo de nuevas variedades. Nuestros programas de mejora de cereal son de base internacional, pero de aplicación local, lo que nos da diversidad de material genético y proximidad al mercado para atender las necesidades de cada zona agroclimática. Registramos y vendemos variedades también a otros países como Italia, Turquía o Marruecos”.

A juicio de Abelardo de La Vega, “existen cuatro factores que hacen que España juegue un rol central en el desarrollo de nuevas variedades, tanto de cultivos agrícolas como hortícolas: el excelente nivel académico de sus institutos de formación e investigación, que garantizan contar con el talento humano necesario para conducir una actividad de I+D en forma competitiva; la gran diversidad agroecológica de su territorio, que aporta la variabilidad ambiental necesaria para evaluar nuevas variedades; la diversificación de cultivos y sistemas de producción, desde súper intensivos hasta secanos sometidos a condiciones rigurosas de suelo y clima; y la localización geográfica dentro de la UE y cercana a grandes centros de consumo, que facilita la logística propia de esta actividad. La creciente inversión de las empresas de semilla en investigación en España es un reflejo del valor asignado a estos factores por nuestra industria”.

¿Corre Europa el peligro de quedarse atrás por los obstáculos legislativos al CRISPR o los transgénicos?

Luis Ortega es categórico: “Efectivamente corremos el riesgo de ser menos competitivos porque es una técnica reciente que permite la creación de nuevas variedades de forma más rápida y con gran diversidad, lo que indudablemente permite una ventaja tecnológica importante”.

Para María Lumbreras, “no hay agricultura sostenible sin innovación. Todo lo que sea avanzar en estudios y tecnologías da ventajas con respecto a otros países e ir un paso por delante. Otra cosa es que luego se comercialicen o no. Los países que no se adapten al estudio de estas nuevas tecnologías luego no podrán disponer de ellas”.

Salvador Peramo también es rotundo. “Creo que sí, y que posiblemente acabaremos importando material obtenido bajo esta técnica en otros países de fuera de Europa. No se entiende muy bien que en Europa se traten igual técnicas como el CRISPR y los transgénicos a nivel legislativo cuando son tan diferentes”.

Añade que “con la técnica de edición genética CRISPR podríamos obtener variedades que ayuden a la sostenibilidad del Planeta, obteniendo plantas con menor necesidad hídrica o de tratamientos fitosanitarios, o con mayor contenido en sustancias beneficiosas para la salud, con mejores cualidades organolépticas, etc. También podría contribuir a la obtención de plantas que se pudieran cultivar en lugares dónde hoy es muy difícil por las condiciones climáticas, y que muchas veces coincide con áreas deprimidas del Planeta, donde no es fácil acceder a alimentos básicos”.

En opinión de Abelardo de La Vega “los organismos reguladores nacionales y regionales tienen la obligación de garantizar que las tecnologías que se aprueben para utilización en el mejoramiento genético de cultivos sean inocuas para la salud humana y positivas para el ambiente. En las últimas décadas, se han desarrollado tecnologías moleculares que contribuyen a crear variedades vegetales que responden a la demanda creciente de alimentos nutritivos y seguros de una manera más rápida y precisa que algunos métodos tradicionales. Si estas tecnologías se evalúan de manera objetiva y con rigor científico y las decisiones políticas se basan sólo en los informes de los organismos oficiales de investigación, la agricultura europea no se quedará atrás con respecto al progreso que se experimenta en otras geografías”.