Salvemos el olivar

La situación del olivar ya venía siendo complicada, y después del problema del coronovirus, ha devenido crítica con un empeoramiento de los precios en las últimas semanas. El sector llevaba tiempo demandando soluciones, e incluso ha venido masivamente protestando en la calle, porque con estos niveles de cotizaciones están en peligro muchísimas explotaciones de este cultivo social que es el medio de vida de muchos pueblos, su fuente de riqueza y empleo.

Algunos veníamos avisando desde hace tiempo que este escenario de sobreproducción podía llegar, lo que nos valió algunas críticas e infundios por decir lo que pensábamos, que desgraciadamente se ha cumplido. Pero estamos en el momento de construir para salvar el olivar, por ello exponemos en esta tribuna algunos planteamientos para atajar esta situación polifacética, que tiene muchos y variopintos problemas, algunos coyunturales y otros estructurales, pero donde todos los actores tenemos trabajo que hacer.

Empezando por incrementar el consumo en todo el mundo, para lo cual necesitamos el apoyo de todos a través de las herramientas sectoriales -campañas de promoción genéricas, Interprofesional, las iniciativas de las propios envasadores, etc.- y acogiéndonos a las líneas de ayudas que se establezcan en este sector estratégico. A medio plazo tenemos que aumentar la demanda mundial en más de 500.000 toneladas para absorber los incrementos de producción, y hay margen para ello, porque el aceite de oliva es un producto saludable y que representa muy poco en el consumo mundial de grasas vegetales comestibles. Destinos como Estados Unidos, países emergentes o Extremo Oriente son fundamentales, pero también otros mercados como el europeo o el de los propios países productores -como España- hay que potenciarlos. Continuando con medidas de mercado, para zonas de olivar con dificultades se pueden buscar alternativas que permitan reconocerlos al consumidor, como son las figuras de las certificaciones de calidad -ecológico, denominaciones de origen, producción integrada, etc.-.

En el campo, los agricultores deben ser conscientes de que han de reconvertir sus explotaciones en la medida de sus posibilidades -se deben implementar líneas de ayuda- y para ello es fundamental una buena política de gestión hidráulica con acceso al agua, todo para hacer más competitivos los olivares; mecanización e incorporación de nuevas tecnologías de la información son otras líneas de trabajo ineludibles. En las almazaras debemos buscar una mayor eficiencia, que pasa también por una mayor dimensión donde hemos de prepararnos para una mayor recepción de fruto en un tiempo menor, como estamos viendo; una buena gestión logística se antoja como algo ineludible.

Y por supuesto hay que seguir trabajando por una mejor organización de la oferta, donde la concentración de la producción es necesaria frente al oligopolio de la demanda. A nadie se le escapa que en un mercado donde hay muy pocos comprando y muchísimos vendiendo existe un desequilibrio de fuerzas en la negociación, algo a lo que se une es que esta atomización impide la adopción de medidas al propio sector. La extensión de la costumbre de que sea cada agricultor el que decida el momento de venta añade más oferentes al mercado, debilitando el eslabón más débil de la cadena. Y de las 1.800 almazaras que existen en España, apenas la sexta parte está más o menos organizada para vender en común. Frente a ello, cinco operadores pueden comprar la mitad del aceite que se vende en el mundo.

Puesto que estamos ante un problema de todos, todos debemos participar en medidas que reviertan la situación y activen el mercado, por ello demandamos la autorregulación que pasa por una retirada obligatoria de producto en los momentos de excedentes que se pueda compensar con los períodos de escasez. Ello también ayudaría a fomentar la calidad, retirando los peores y destinándolo a otros usos alternativos, algo que podemos enlazar con la lucha contra el fraude en todas sus variables.

Soluciones como éstas se le lleva demandando desde hace tiempo a las diferentes Administraciones hasta ahora infructuosamente; sí han promovido algunas iniciativas como una ley de la cadena alimentaria que, tal como está redactada, no solo es inaplicable, sino que agrava el problema puesto que deja fuera de mercado a las producciones con mayores costes, crea más desigualdades y fomenta las importaciones de otros países. Aparte de que no está claro cómo fijar los costes de producción y existe una gran variabilidad dentro de una misma zona, la determinación de un precio mínimo de venta obliga a no poder vender en momentos de bajas cotizaciones como los actuales, lo cual agrava la situación.

Tampoco vemos hasta ahora nada positivo en las gestiones políticas para revertir los aranceles o negociar mejor los acuerdos con Mercosur o el Brexit, donde algunos borradores contemplan graves penalizaciones a las exportaciones de aceite. En lo que toca a España, es intolerable que tengamos un trato discriminatorio frente a otros países competidores, lo que está favoreciendo el incremento de las importaciones, como estamos viendo.

Y también está en manos de las Administraciones otra de las iniciativas que paliarían la situación, como es un almacenamiento privado ágil, atrevido, suficiente y dotado de recursos, algo que sería complementario a la autorregulación. El vigente ahora se ha mostrado claramente insuficiente, escaso y mal organizado, lo que provocó una bajada mayor de precios.

La próxima campaña se presenta bien y seguimos arrastrando los problemas, por ello, ahora más que nunca, si todos ponemos de nuestra parte, el olivar continuará vivo, trabajemos por ello.